Sobre la exquisidez

Dos lecturas del gran escritor japonés Junichiro  Tanizaki (1886-1965) sobre los placeres gastronómicos, el deseo y la estética. «El Club de los Gourmets nos adentra en el perverso universo de la búsqueda del placer. Sus integrantes, cinco sibaritas guiados por el conde G., emprenden un viaje sensual a través de insospechados manjares de alta cocina, encarnación de lo sublime y de lo trágico.»

El Club de los Gourmets, de Junichir? Tanizaki

 Título: El Club de los Gourmets

Autor: Junichiro Tanizaki

Traducción: Yoko Ogihara y Fernando cordobés

Ilustraciones: Yoko Nakajima

Traductor: Yoko Ogihara; Fernando Cordobés

Editorial: Gallo Nero Ediciones

Número de páginas: 76

Precio: 18 €

La Solapa: 

 

El comentario:

Os voy a recomendar dos libros de Junichiro Tanizaki, dos lecturas maravillosas repletas de estética gastronómica. Vaya por delante que el autor, nacido en Tokio el 24 de julio de 1886 y fallecido en Yugawara el 30 de julio de 1965, no fue cocinero. Estamos ante uno de los escritores japoneses más importantes del siglo XX, como Kawabata o Mishima. Sus libros ni tratan de cocina ni son recetarios, pero sí de la estética de los restaurantes, del deseo de la comida y del placer de la mesa. E incluso da una receta.

La primera novedad que destaco en este bibliocaníbal, El Club de los Gourmets, es de 2016. Se trata de un relato corto de ficción publicado en 1919 en japonés. La otra, El elogio de la sombra, fue publicada en español en 1994 por Siruela. Es un breve pero intenso ensayo escrito en 1933, sobre estética, en el que enfrenta la luz y la excesiva iluminación de Occidente, frente a la belleza de la penumbra.

Comenzaría por su obra maestra, El elogio de la sombra, un manifiesto sobre la estética japonesa. En él se argumenta que en Occidente la belleza siempre ha estado ligada a la luz, a lo brillante y a lo blanco, y que lo oscuro, lo opaco, la penumbra y lo negro siempre han tenido una connotación negativa.

Este ensayo contribuye a comprender el porqué de la cautivadora belleza de los restaurantes japoneses, de japoneses. Critica el derroche de electricidad en las grandes ciudades y las cerámicas blancas. Defiende la vajilla de lacas oscuras: “Cuando sostengo en el hueco de mi mano un cuenco de sopa, nada me resulta más agradable que la sensación de pesadez líquida (…) Desde que destapas un cuenco de laca hasta que te lo llevas a la boca, experimentas el placer de contemplar en sus profundidades oscuras un líquido cuyo color apenas se distingue del color del continente y que se estanca, silencioso, en el fondo.” ¿No es maravilloso? ¿No es la sorpresa la que se busca cuando comemos? ¿Experimentar emociones?

Y el siguiente párrafo ya es concluyente: “No cabe duda de que todos los países del mundo han buscado la armonía de colores entre los manjares, la vajilla e incluso las paredes; en cualquier caso, si la cocina japonesa se sirve en un lugar demasiado iluminado, en una vajilla predominantemente blanca, pierde la mitad de su atractivo.”

En esta deliciosa obra, la gastronomía es omnipresente hasta el final, con una genial receta de sushi. Esta bolita de arroz es una especialidad de los valles pedidos de las montañas de Yoshino: se envuelve con hojas de kaki, lleva lonchas de salmón salado y, en el momento de comer, se rocía con vinagre.

El Club de los Gourmets es un relato de ficción sobre del deseo y la búsqueda del placer supremo a través de la cocina. Es la historia de una sociedad gastronómica secreta  de cinco excéntricos miembros, “una banda de haraganes sin más ocupación que el juego, las mujeres y el gusto por la buena mesa”. Gente ociosa, con enormes panzas.  Estaban liderados por el conde G, el miembro más adinerado, más joven y con más inteligencia del club. Cada día más caprichosos, se cansaron de la cocina japonesa y comenzaron a buscar. Hasta que un día G descubrió un restaurante chino secreto donde daban un banquete, con comida china de lo más apetecible. Su deseo aumentaba cada vez que olía o veía pasar un plato. Estuvo a punto de probar, pero le fue prohibida su participación en el banquete. Ello aumentó más sus ganas de participar y catar.

Se escondió en una habitación de aquella casa, que también era un fumadero de opio, como el Loto Azul de Tintín. Desde un agujero de aquella estancia pudo espiar todo lo que allí se cocinaba. Vió pasar los platos, como cada uno de nosotros ve pasar hojas de un libro de cocina e imagina los sabores y los aromas que desprenden. La experiencia le valió. Y comenzó a cocinar en su Club: “Por ejemplo, las gachas de pollo con aleta de tiburón no eran ni gachas, ni llevaban pollo, ni tampoco aleta de tiburón.” ¿Les suena el concepto, este trampantojo pensado hace casi un siglo? Es apetecible y deseable.

Y en uno de los últimos capítulos se refiere a los recuerdos, al post-post-post-postgusto: “Lo que acabamos de probar puede que no sea algo excepcional, pero es el placer prolongado que nos proporciona lo que hace de ese plato un manjar de alta cocina.”

El autor se regocija en la búsqueda del placer, de límites desconocidos. De las experiencias sensoriales enormes recibidas una vez superada la dureza del poder del deseo. En efecto, no hay forma de crear una exquisitez sin recurrir a la magia, como muchos sabemos y tenemos la fortuna de haber experimentado y anhelamos volver a disfrutar.

Veréis que al final ya no se limitarán a degustar exquisiteces, sino que serán consumidos por ellas, de forma que el autor está convencido de que en un futuro no muy lejano eso solo puede derivar en dos consecuencias: “la absoluta locura o la muerte.”

El Club de los Gourmets es uno de los libros que más he regalado últimamente. Ilustraciones sensacionales, el placer de un diseño magnífico. Un libro maravilloso, que todo cocinero, restaurador, gastrónomo… debería releer cuando dudan de lo que debería ser un restaurante: de que hay que administrar el deseo para ofrecer placer.

Bonus track:

No sé quien escribió, o a lo mejor solo lo oí, que los servicios son el espejo del propietario y que deberían de ser el primer sitio que uno visita antes de sentarse a la mesa. Todo el mundo merece la sensación de ser el primero. Precisamente, por eso recomiendo a todo el mundo de la hostelería de Occidente, especialmente del mediterráneo, la lectura de las primeras páginas de El elogio de la sombra. Habla de los retretes, “construidos a la manera de antaño, semioscuros y sin embargo de una limpieza meticulosa, experimento intensamente la extraordinaria calidad de la arquitectura japonesa”. Y critica los occidentales porque, “deliberadamente, han decidido que el lugar era sucio y ni siquiera debía mencionarse en público.” Y reivindica la limpieza meticulosa de los retretes japoneses.

Hay que leer ambos libros y comprenderéis porque existe una estética que ha penetrado “hasta la médula del refinamiento.”