De Jira con la Tartera Herrante

Sacha Hormaechea propone darle «carta de naturaleza gastronómica a la merienda ciudadana»

“No sé qué hacéis aquí, ¿cómo traes a tus amigos a comer con la cantidad de buenos restaurantes que hay en Madrid?”. El que habla de esta guisa es Sacha Hormaechea, factótum del excelente y castizo Sacha; para muchos como yo mismo, uno de los más gustosos y verdaderos restaurantes del foro capitalino.

Pero no vamos a hablar de restas, tampoco del suyo, sino de su cabecita loca y de las geniales ideas que de ella salen al desombrarla de su sempiterno sombrero. Cambiemos de registro y de jerga y vayámonos de Jira y de juerga.

Sí, de JIRA, con jota. ¿Qué es eso? Pues no es queso pero puede incluirlo. Es término viejo de nuestro idioma y se traduce como merienda alegre y bullanguera, al aire libre y en itinerancia, cuyos asistentes portan y aportan y comparten el condumío y el bebercio. La Jira más habitual es la campestre, la de ferias, fiestas y festejos, que se practica bajo ese nombre por toda la cornisa norte de España desde Galicia al País Vasco, pasando, claro, por Asturias y Cantabria. No nos dejemos a nadie. Al sur, romerías.

La propuesta rompedora de Sacha es simple y cuasi obvia, como muchas de las grandes ideas: instauremos La Jira Urbana, démosle carta de naturaleza gastronómica a la merienda ciudadana.

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El cartel de la propuesta de Sacha. Jacobo Gavira.

Comamos en la calle, almorcemos en plena ciudad, una comida liviana, directa, sin enrevesamientos ni excesivas complejidades; cómoda en su llevanza y ajustada en el espacio. Ligeros de equipaje culinario, pero de calidad. Para eso nada como su Tartera Errante. De Jira con la Tartera Errante ¡Extraordinario!

El concepto bebe de costumbres muy nuestras como el tapeo y la hispana manía de copear y picar a la intemperie, al solecito si lo hay, de charla con amigos o gentes que no lo son tanto. Y del gusto por pasear la ciudad “de mientras”, pero engarza esa movilidad y esa cultura gastronómica con otras facetas más culturetas como puede ser la arquitectura urbana: el conocimiento y reconocimiento de cuanta satisfacción puede ofrecer la contemplación urbanística de lo construido en el entramado de las calles, en el callejeo.

También está emparentado con las extranjerías del almuerzo de mediodía entre horas de trabajo que veíamos antes sólo en las pelis, norteamericanas mayormente, y hoy día es ya habitual en nuestras vidas de sándwich, ensalada o bocata para llevar y papear en parques y jardines. Como vemos en nuestros anuncios de la tele. Un kit-kat.

Y apurando, que es gerundio, se toca, tío, y mucho con toques del fenómeno botellona, de convocatoria y enredos por guasap y multimedia, de encuentro casual en un punto determinado a una hora concertada. Pero refinándolo hacia otro objetivo: la comida.

Sí, porque la idea es unificar todos estos ingredientes españolizándolos (nada de picnics, tapergüeres ni toures, basta de barbarismos&barbaridades) en una idea y concepto distinto a todos ellos, un evento continuado, repetitivo y cotidiano que ponga el acento en lo culinario y en la ciudad. La Jira con la que mostrar el genius loci, el geniecillo valiente de cada localidad. Pillando lo bueno, atrayendo a los urbanitas y haciéndoles entrar a este trapo hecho de jirones, jiraquetegira pero sin aspavientos dervichistas ni radikalismos volterianos, poco a poco en este Garbeo Culinario.

Se trata de establecer un Jiródromo. De buscar y seleccionar los lugares ad hoc donde merezca la pena hacer una parada. Sitios. Y sacarles el mejor provecho. Una plaza desplazada, un parque infantil sin infantes, una travesía corre calles, una alameda sobria y sombría, un templete olvidado, un patio particular, un mirador invisible, una esquina sin doblar, un gran zaguán, una pista de skate que no chirríe. Infinitas posibilidades. Localizaciones a tutiplén.

Este itinerario facilitaría los espacios elegidos donde reunirse de tanto en cuanto, de vez en cuando, a los urbanitas tartarinescos que apetezcan de merendar en santa pero viva compaña, humanamente, durante un rato, con otras gentes similares o no, en contacto visual o en charla, pero a la vista, en cercanía y calor corporal. Alivio para mentes y cuerpos en lejanía de máquinas y oficinas. Sanamente. Y compartir. El aire o la comida libres. O ambas. Encuentros breves&leves, a la cara y por la cara, vitales y revitalizantes. Refrescantes tentempiés.

¿Y qué comemos?

Otra cuestión también principal y complementaria sería con qué y cómo rellenar la Tartera Errante. Qué elegir cada uno para acoplar en ella nuestras preferencias culinarias del día. Gustoso dilema. De nuevo infinitas opciones. De la simplicidad de un pincho de tortilla de papas y un cacho de pan, a la complejidad de un milhojas de foie y manzana; de la orientalidad de un sushi a la americanidad de una hamburguesa; de la casticidad de un pote de callos a la sofisticación de una terrine de morros de ternera; de la livianidad de una ensalada verde a la contundencia de un guiso de cola de toro; de lo tradicional de unos filetitos empanados a la vanguardia de otro de caballa sobre berenjena ahumada; de la liquidez de un caldito o un gazpacho, según temporada, al espesor de un puré de lentejas con curry y comino o un salmorejo. Y así hasta que alguien reviente u ocurra una desgracia.

Esta es la audaz y mordaz propuesta del inefable Sacha, propietario intelectual de la idea y del formato, ambos irregistrables, que he usurpado por su bien y pongo en papel y en la red para darla a conocer a todos esparciéndola por este mundo de dioses como si del olorcillo de unas chuletillas de cordero asadas a la brasa de sarmiento se tratara, y así atraer y atrapar a los hombres de buena voluntad barriguista.

¡Hala, a correr por ahí! Pásalo.