Los negocios que triunfan en Asturias

«El establecimiento gris e insulso tiene los días contados»

Ya no hay medias tintas. No hay hueco para la mediocridad. Ahora salimos a comer o cenar un número de veces mucho menor de lo que nos gustaría, y nuestro nivel de exigencia se ha disparado como los decibelios de la disco de moda. Por fin. Ha tenido que llegar la crisis para que aquellos que aportaban pelos a la sopa y que te deleitaban con sus negras uñas estén pasando a la historia, a la historia del ostracismo.

El establecimiento gris e insulso tiene los días contados. Ahora en Asturias se llevan las vinotecas low cost o las que chatean Vega Sicilia, las hamburguesas a un euro o las premium de 12 napos, los gastrochigres le han comido la tostada a los gastrobares y las sidrerías son el refugio de los amantes de las salidas diarias.

No hay dinero. Es un hecho que se combate en Asturias desde dos frentes. Las sidrerías venden la botella de sidra a dos euros y medio, con la que disfrutan sin pudor dos personas, y además te engalanan la barra de pinchos al estilo País Vasco, pero con la diferencia sustancial de que en el paraíso natural son gratis.

Así y todo, además, le quieren plantar cara al asunto con certámenes como el 10×12 del colectivo Sidrerías de Bandera que regaló durante este verano dos botellas a cada persona que consumiera durante el mes 10 vidrios verdes, algo que para un asturiano es un juego de niños. Son cinco sidrerías que abogan por la calidad, que cuidan el producto, que te ofrecen un vaso por persona en vez de mantener la tonta tradición de compartir babas, que buscan el mejor palu (lote) del momento, y que se esmeran y huyen del acomodo generalizado.

Una de ellas, Sidrería Uría, acaba de ser elegida en la Fiesta de la Sidra como el mejor local de la ciudad. Río Astur fue finalista, El Traviesu el año pasado cuarto clasificado, y Sidrería Nava persiguen desde hace años la excelencia en el zumo fermentado de manzana.

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El otro concepto que triunfa es gastrochigre, un lugar diferente, de estilo alternativo e irreverente, casi canalla, en el que ningún plato cuesta más de nueve euros y prácticamente ningún vino más de 15. Su blog ya da pistas, porque responde al título de Gastronomía Gamberra. Hamburguesa de jabalí, burrinos de maíz y criollo o nachos con salsa fina de cabrales son algunas de sus apuestas. Pero a estas alturas lo que me impactó no fue ni siquiera el precio, ya que siempre hay menús del día más baratos, sino la calidad que ofrecen, que la verdad da que pensar. Si esta gente puede poner sobre la mesa seis langostinos ricos, con un toque de jengibre y limón en sus cabezas que te impide parar de chupar hasta que le sacas los ojos al susodicho, alguien está engañando a alguien, porque estos mismos crustáceos cuestan 18 euros en un montón de sitios.

La nueva oferta de la ciudad se completa con El Medio Lleno, un local que bien pudiera estar ubicado en New York; 985, un bar tienda abierto hace unos meses por Vicente Crespo, uno de los cocineros clásicos de la ciudad en permanente reinvención; y La Esquila, un wine bar en condiciones, ubicado donde estuviera el mítico Legado de Baco. Es el tercer negocio que abre su propietario, Damián, que tiene también uno de los lugares más divertidamente gastronómicos de Gijón, El Cencerro.

Pero Gijón es mucho más. Carnes de buey recién traídas del Capricho leonés a La Posada de Somió, platos de cuchara en la entrada de Casa Víctor, pescados y mariscos del Cartero, Ataulfo, La Zamorana o El Candil, restaurantes gastronómicos como La Salgar, El Puerto o a pocos kilómetros Casa Gerardo; vinos por El Carmen, la zona de moda de la ciudad; copas en el pub Varsovia, magníficamente recuperado; o desayunos al amanecer en las confiterías del Gijón Goloso, una selección de 16 establecimientos que te convertirán en un auténtico “llambión”. Es Gijón, es otro mundo.