"43 palabras de la vid y el vino", nuevo libro de filología vinícola - Redacción

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Entrevista publicada en larioja.com por Diego Marín.

El doctor en Filología Miguel Ibáñez Rodríguez
El doctor en Filología Miguel Ibáñez Rodríguez

Profesor en la Facultad de Traducción e Interpretación en Soria de la Universidad de Valladolid, el doctor en Filología Miguel Ibáñez Rodríguez, natural de Badarán, ha publicado el libro ’43 palabras de la vid y el vino’ (Gobierno de La Rioja, 2010). El volumen, que recoge los artículos publicados en Diario LA RIOJA desde el 2005 dentro de la sección ‘Las palabras de la vid y el vino’, se presenta hoy a las 12 horas en la Biblioteca de La Rioja, dentro del programa ‘El Rioja y los 5 Sentidos’.

¿Por qué la enología usa un lenguaje tan cargado de metáforas?

Cuando se trata de describir un vino, el crítico busca la semejanza con otros campos y de ahí surge la metáfora. El lenguaje de la vid y el vino es atípico porque no responde al de una especialidad, es más literario y simbólico por su relación con la tradición.

¿Tiene alguna relación con la cercanía con la cuna del castellano?

No, es solo una coincidencia. Para mí, eso sí, ha sido un doble interés porque soy de Badarán, pueblo relacionado con el vino y muy cercano a San Millán de la Cogolla.

Mientras que muchas palabras específicas se pierden, otras se recuperan, como ‘trasegar’, muy utilizada ahora como sinónimo de ‘beber’. ¿Por qué?

Es frecuente la transferencia de términos de una lengua específica a la popular, y al revés. En este caso, que es un fenómeno normal, se ha traspasado ‘trasegar’ pero también otras palabras como ‘burdeos’, que ahora se refiere a un color. Es algo espontáneo, pero no particular del mundo del vino. Por ejemplo, en el mundo de los toros, ‘dar vida a la arena’ es ‘dar un capote’. Dentro del concepto, en La Rioja, como hay un mayor número de personas relacionadas con el vino, quizá sí sea más frecuente este tipo de transferencias. Como la ‘mala uva’ para decir que alguien está enfadado.

¿La filoxera, además de enólogos franceses, importó a España nuevos términos en el lenguaje?

Se podría decir, incluso, que el español del vino es una traducción del francés. Efectivamente, cuando surge la filoxera y llegan los franceses, estos introducen términos, como ‘barrica’. En el siglo XVIII surge la ciencia enológica en Francia y el nuevo lenguaje que surge en este ámbito está escrito, por tanto, en francés.

¿Y al contrario, hay términos ‘riojanos’ exportados al francés?

Menos, pero hay algún caso. Como la variedad de uva garnacha, que en francés se dice ‘grenache’. En cualquier disciplina, el país líder es el que genera el saber y sus términos son recogidos como neologismos en otros países receptores, como el inglés es el idioma de la informática y la tecnología. Muchos manuales antiguos sobre la elaboración de vino estaban escritos en francés, por eso había tanta transferencia de palabras, muchas de ellas son malas traducciones.

En La Rioja, además, se da un fenómeno de lengua específica propia. Por ejemplo, el vino rosado, aquí, se conoce como ‘clarete’.

Clarete y Cordovín, por ejemplo, son casi sinónimos. Cárdenas, Badarán, San Asensio… han creado un término específico para este vino por necesidad, porque no había una palabra para él. En el caso de Cordovín se va más allá y, como el vino de Rioja, para pedir un clarete se pide ‘un cordovín’.

De las 43 palabras sobre la vid y el vino que recoge en su libro, ¿cuál defendería especialmente su pervivencia en el lenguaje?

Una vez en este mismo periódico me pidieron apadrinar una palabra y elegí ‘corquete’. Para mí es algo nostálgico porque, como muchos riojanos, he vendimiado y he usado este instrumento, que se está perdiendo. También me gusta ‘canilla’. Al grifo se le llama canilla que, en su origen, es la abertura de la cuba, porque era de caña, de planta hueca, y es su diminutivo. Luego fueron de hierro pero la gente identifica la canilla con el grifo. Muchos riojanos salen por ahí, llaman canilla al grifo y los demás que les oyen se quedan alucinados.