Autopista Álvaro Palacios

El personaje, la bodega y una gran cata de L’Ermita…

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Álvaro Palacios

Recuerdo que era sábado por la mañana, debe de hacer casi 20 años, compré una botella de Priorat en la tienda que tenía Carmen Ruscalleda frente a su restaurant de Sant Pol de Mar. La abrí al día siguiente, un domingo, y me impresionó…  Saboreé un vino diferente de los que había probado hasta entonces,  sobretodo tenía personalidad. Aquella garnacha tenía un sabor distinto a las que conocía, se notaba una mineralidad de pizarra o licorella que estaba tan bien ensamblada  con la fruta y la madera que obtenía un vino con un bouquet deslumbrante.  Eran unas sensaciones hasta entonces desconocidas en un vino de este país. Todo esto ocurría a principios de los años 90, aunque ahora me parece que fue ayer…

Me gustó  tanto que, desde que probé la primera copa, ya pensé en ir a visitar el Priorat de inmediato. Contacté precisamente con Álvaro Palacios para hacer una visita y nos emplazamos en el Teatret de Gratallops, donde él tenía entonces la bodega. No había estado nunca en el Priorat, aunque ya me avisaron que la carretera no era fácil ni estaba en buen estado.

Salí de la autopista Barcelona – Valencia en Reus y enfilé la carretera de Falset, pasando cerca de Riudoms, Les Borges del Camp y Riudecols, antes de ascender al Coll de la Teixeta. Circulando por aquella carretera no me extrañó en absoluto que el Priorat estuviera tan alejado del mundo real. Calzada estrecha, mucha circulación de vehículos pesados que corrían a gran velocidad e imposible adelantar; nos pasamos un rato enclaustrados entre dos camiones que  impedían toda visibilidad, por lo que fue desesperante el último tramo hasta el Coll con una pendiente de más del 10%. Al fin llegamos a Falset y desde allí a Gratallops, donde nos esperaba Álvaro Palacios, cuyas primeras palabras fueron “¿qué tal el viaje?”. “Duro”, contestamos.

Fui algunas veces más al Priorat por el Coll de la Teixeta, pero un día, al ir hacia Falset me encontré con una nueva carretera recién estrenada, amplia, segura, que no te hacía pasar por el temible Coll y por la que tardabas media hora menos en llegar a Falset. A partir de aquel día, la carretera Nacional 340 de Reus a Falset la bauticé con el nombre de AUTOPISTA  ÁLVARO PALACIOS.

¿Quién es Álvaro Palacios?

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La bodega Álvaro Palacios vista desde Gratallops.

Nació en Alfaro, La Rioja, en el año 1964. Hijo de una dinastía de bodegueros riojanos, los Palacios Remondo, era uno de los pequeños de una familia numerosa. Inquieto y apasionado, no le motivaba quedarse en La Rioja, por lo que estudió Enología en Burdeos.

Buscaba su tierra prometida y la encontró visitando a su amigo René Barbier, que había trabajado tiempo atrás en la bodega de sus padres. Se enamoró de estas tierras, de sus paisajes, de su historia y de su licorella tan difícil de trabajar y que tan pocos rendimientos ofrecía.

Junto con tres amigos –Josep Lluís Pérez, Carles Pastrana y el propio René Barbier–,  compartieron bodega y vinificaron juntos la primera añada. Incluso fijaron un precio mínimo de venta  alto, pagué unas 2.200 pesetas por mi primera botella de Les Terrasses, que entonces era mucho dinero, pero al siguiente año cada bodeguero siguió su camino. Era el año 1989.

En el siglo XII, la llegada de los Cartujos a Scala Dei marca la fecha de inicio del cultivo de la viña en el Priorat. La región será famosa por sus vinos y en el siglo XIX la superficie del viñedo alcanzó las 6.000 hectáreas. A finales de siglo llegó desde América vía Burdeos la filoxera, un pulgón muy pequeño que arrasó los principales viñedos de todo el mundo. Fue un desastre de tal envergadura que de las 6.000 hectáreas del siglo XIX se pasó a poco más de 300 en los años 60 del siglo XX, convirtiendo al Priorat en una región pobre y olvidada.

Sus vinos eran conocidos por su alta graduación, muy rústicos y poco elegantes. Se vendía  la producción a granel y sólo cuatro bodegas lo embotellaban. El precio de un litro en los años 80, antes de la explosión del Priorat, no sobrepasaba las 100 pesetas, momento en que cualquier Rioja valía 10 veces más. Diez años más tarde, una botella de Ermita 1999 fue adquirida por un anónimo afortunado en una subasta en Nueva York al precio de 68.000 pesetas…

Álvaro Palacios nos enseñó su buque insignia, la finca L’Ermita, y nos dijo que en esta finca de 3 hectáreas de solo garnacha vieja de unos 60 años, haría uno de los mejores vinos del mundo. Lo tenía claro. Es una finca con mucha pendiente, alta, bien situada y que parece recibir toda la brisa mediterránea, ideal para la maduración de la uva. La pizarra absorbe y almacena la humedad que luego vuelve a transferir proporcionando este sabor único a mineralidad.

En la bodega probamos algunos  de sus vinos y en una tina de madera ya tenía preparada las que después serían las primeras botellas de La Ermita. Nos invitó en un restaurante situado al lado del Teatret y probé dos añadas de Clos Dofí, hoy Finca Dofí, que nos parecieron excelentes.

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Dofí, L'Ermita y Camins del Priorat, los grandes vinos de Álvaro Palacios.

Una gran cata de L’Ermita

Unos amigos a los que nos une el placer por los grandes vinos organizamos una cata de las añadas 1994, 1995, 1996, 1997, 1998, 2000 y 2007 de L’Ermita. El lugar escogido fue un pequeño restaurante recién inaugurado en Barcelona llamado “La Gamba de la Costa”, cuya especialidad es el pescado y el marisco muy fresco.

  • Ermita añada 1994

Empezamos la cata con la segunda añada elaborada de esta finca. La botella tenía muy buen aspecto, el tapón estaba perfecto, y había permanecido en una Euro-Cava desde 1997, año en que fue adquirida en Vila-Viniteca por 14.000 pesetas. ¡Qué importante es la conservación! 1994 es una joya enológica de Álvaro Palacios y un referente absoluto de los vinos de alta calidad. Garnacha de más de 60 años en un 80%, hay cepas cuyo rendimiento no alcanza ni para media botella, el 20% restante es cabernet sauvignon de poca producción. Color cereza con ribetes violáceos, aromas a frutas negras, mineral, trufa y madera. En boca es largo, potente, carnoso y elegante, con un final muy largo. Lo encontré de estilo bordelés y no me extrañó, pues Álvaro trabajó dos años en Château Petrus. Es un vino que se puede guardar y aún mejorará, algo que no es fácil con una garnacha. Lo dicho, una joya.

  • Ermita añada 1995

Al abrir la botella el tapón estaba muy seco y degradado. Mala señal, pensamos. Efectivamente, si  bien el vino aún poseía bastantes de sus propiedades, estaba evolucionado, supongo que por una conservación inadecuada, por culpa de la temperatura o bien porque hubiese estado mucho tiempo en posición vertical, por lo que el corcho careció de humedad. Con todo, el vino estaba bebible y aún se encontraban aquellas notas finas de madera, sensaciones de licor de madera fina y mineralidad.

  • Ermita añada 1996
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L'Ermita 1998

Un vino magnífico. Como el año 1994, 80% de cepas de garnacha y 20% de cabernet sauvignon. Color picota purpura, ribetes de color naranja. Capa alta bien curtido. Aromas a fruta roja y fruta negra maduras, tostados de madera. En boca es amplio, fresco, aterciopelado y destaca por su toque mineral. No hay duda, aquí se beben las pizarras del Priorat. Envejeció durante 18 meses en barrica nueva de madera de roble francés, y se podrá abrir tranquilamente al menos  durante 5 años más. ¡Buena añada!

  • Ermita añada 1997

Añada difícil en el Priorat, tanto aquí como en España y Burdeos. Temperaturas frías provocaron que la uva no madurase bien. Está compuesto por un 80% de garnacha, 15% de cabernet sauvignon y 5% de cariñena. De color rubí oscuro, aromas de mediana intensidad, sobresalen unos torrefactos, especies, minerales y madera.  Aunque no es muy largo, en boca es agradable, fino y sabroso, está para ser degustado de inmediato. Muy buen vino teniendo en cuenta las dificultades de la añada.

  • Ermita añada 1998

Elaborado a base garnacha en un 80%, cabernet sauvignon en un 15% y cariñena y garnacha blanca en un 5%, la añada de 1998 marca un nuevo estilo en este vino, busca ser más refinado sin perder el carácter del terruño. Es más cálido y tánico, pero mantiene la finura que lo ha caracterizado durante las añadas anteriores. De color cereza, tiene aromas de frutas rojas y negras, café, mineral y trufa negra, en boca es potente, carnoso, elegante, muy equilibrado y sin ninguna arista. Un vino colosal de una añada excepcional. Para disfrutarlo muchos años.

  • Ermita añada 2000

En un 2000 calificado de añada excelente en el Priorat, es ante todo un vino brillante. Con las mismas cepas y proporciones que en 1998, presenta un color cereza con ribetes anaranjados. En nariz se encuentran aromas a frutas rojas y negras junto a torrefactos, balsámicos, regaliz y la expresión de la licorella, que nunca falta. En boca es franco y con buena estructura, buena acidez y un final largo y persistente. Si bien tardó en abrirse, cuando lo hizo fue imparable. Un gran vino para guardar.

  • Ermita añada 2007

Un nuevo estilo inicia esta Ermita. Sólo garnacha, se acabaron los coupages. Es el vino más personal de Álvaro, difícil de identificar. Quim Vila lo puso en una carta a ciegas y muy pocos pensaron que era La Ermita. Elaborado con precisión milimétrica, posee un color picota brillante, en nariz tiene notas de torrefactos, especies, pizarra y frutos rojos. En boca es amplio, fresco con notas especiadas, limpio que parece seda y puede estar vivo una eternidad. Fue el que más gustó de toda la cata, aunque este honor lo compartió con la clásica añada 1994 y la elegante 1998.

Al acabar la cata, recordé mi primera visita al Priorat y también el día en que, para mí, el nuevo trazado de la carretera se había convertido en toda una autopista y, además, libre de peajes…