Codorníu y sus cavas emocionantes

Xavier Agulló

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La nueva bodega -Jaume-, ‘front line’ de su nueva alta gama

Me invitan a la presentación de una nueva bodega, mejor, de un nuevo espacio-bodega en los latifundios Codorníu. Aunque me aburren bastante –en general- los actos de bodegas, porque siempre son lo mismo, me insisten. Se trata, me cuentan, de la gran apuesta de Codorníu por entrar a saco en las gamas altas, en las vinificaciones singulares, en conseguir expresiones extremas del terroir, en investigar posibilidades organolépticas más complejas que lo habitual en la gran bodega.

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El nuevo espacio de la bodega Jaume de Codorníu.

OK, pues. Mal día, sin embargo, “para dejar de esnifar pegamento”. Llueve de forma bíblica, no se ve un pijo en la autopista, no es fácil encontrar la dirección con la galerna impía, debo aparcar lejos y llego por fin al encuentro mojado y tarde. Pero bueno… Lo importante es el proyecto, esa mini bodega –bautizada Jaume- que, en palabras de Laura, la que organiza el evento, es “la sala de juegos” del enólogo, Bruno. Cierto. El despliegue técnico es apabullante. Una pijería, vamos. Mini tanques que se llenan por gravedad, espacio, instalaciones high end… El poderío de Codorníu al servicio de un nuevo futuro vinculado a la alta calidad. En realidad, resulta extraño que empresas tan grandes como estas hayan tardado tanto en apuntarse a lo que muchas pequeñas bodegas –con presupuestos magros- ya llevan años trabajando. Más allá de los colosales volúmenes y de las exportaciones millonarias, el mercado está requiriendo miradas más precisas, más emocionantes y “cultas” en la elaboración de vinos y cavas. Y quien más fácilmente puede lanzarse a esta política prospectiva de I+D+i es, precisamente, quien tiene la estructura y la pasta para hacerlo. Y Bruno, se nota en su mirada, va a muerte. Jaume (la nueva bodega) es el punto de partida de los mejores (y son muy buenos) cavas Codorníu. Aquí se sueña con fermentaciones remotas y con extraer el alma al territorio. Aquí no hay límites. Se llega incluso a fermentar a altas temperaturas, en una recuperación singular del old style. Probamos Chardonnays, Xarel.los, Pinot Noirs…

Pasamos luego a la cata, donde nos demoramos con los mejores cavas de la casa. El Anna Blanc de Blancs, aromático, cremoso; el Gran Codorníu Chardonnay, un brut nature de potente acidez (aquí Bruno especula algo importante si atendemos a los gustos actuales: “¿por qué debemos especificar si un cava es brut o brut nature o lo que sea? En Francia no lo hacen, porque de lo que se trata es de conseguir un cava con todos los equilibrios, y eso no requiere etiquetas”); el Reina Cristina Blanc de Noirs, lleno de frutos rojos; el Jaume, frutas maduras, tostados; el Gran Codorníu Pinot Noir, frutas rojas, hierba; el Gran Codorníu Chardonnay, de gran morbidez; el Gran Codorníu Xarel.lo, hierbas aromáticas… Todos ellos cavas bien distintos pero magníficos, grandes.

Después de la cata, una comida gélida (se olvidaron de poner la calefacción en el comedor) cuyos platos ni tan siquiera recuerdo. Fin.

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Jaume Codorníu Gran Reserva.

Ya de regreso a la ciudad, con la lluvia arreciendo, la melancólica voz de Champion Jack Dupree, con su piano siguiendo el ritmo del limpiaparabrisas, me lleva a la reflexión… Me pregunto cuando las bodegas, y más las grandes, le pondrán un poco más de imaginación y diversión a sus presentaciones, que siempre son lo mismo: seriedad, austeridad, ausencia de jovialidad, tecnicismos, olvido de la cocina…

Me resulta extemporáneo, por ejemplo, que una cata no cuente, a posteriori, con una comida brillante concebida para buscar liaisons más emocionales con los vinos (muchos de ellos, además, vendidos con el slogan “es un vino o un cava muy gastronómico”), cuando estamos en tiempos de maridajes y convergencias gastronómicas en busca de la experiencia global. A mí me parece que muchas bodegas, en sus presentaciones (lo que luego se contará en los medios), todavía se pasean por paisajes anacrónicos, más obsesionadas con la recalcitrante fermentación maloláctica (es una metáfora) que en la ilusión y la emoción que puede regalar un vino. El éxito mediático de la cocina (y consecuentemente el social) se basó en lo emocional más que en lo técnico (Ferran siempre defendió que no era necesario saber las técnicas detrás de un determinado plato), y el mundo del vino debería liberarse de la falsa seriedad que lo atenaza en muchas ocasiones para tener más sinergias gastronómicas, más empatía con los medios (todos), un lenguaje más apasionado y, por tanto, más cercanía con el público final, que es a lo que hemos venido. Bajarse de la torre de marfil, vamos.

A mí, no obstante, al llegar a casa me quedará ese futuro cierto que aguarda, nervioso, dentro de la botella de Jaume Codorníu. Pura vibración, colegas.