Bares míticos para saborear Madrid

Pablo Iglesias fundó el PSOE entre los tacos de bacalao frito de Casa Labra; La Fontana de Oro protagonizó la novela homónima de Pérez Galdós e Isabel II se escapaba de palacio para comer el cocido de Lhardy. Los bares forman parte de la idiosincrasia española y un libro los homenajea, recopilando la historia de aquellos que hay que visitar cuando se viaja a Madrid.

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El bar (Lunwerg) es la «caña» literaria que acompaña la «tapa» cinematográfica de Álex de la Iglesia con el mismo título. Una comedia negra con sazón de thriller que se desarrolla en un local «de olor a sándwich mixto y café cortado», en palabras del cineasta, que se inspiró en el mítico El Palentino (Madrid) y en su dueña, Lola. Según el cineasta, hay mucho de ella en Amparo, a la que encarna Terele Pávez.

De la Iglesia prologa también este libro, al que además se asoman los actores protagonistas de su película, Mario Casas, Terele Pávez, Carmen Machi y Blanca Suárez, para compartir anécdotas que les han sucedido en sus bares favoritos. Si la noche se alarga en Toni2, el piano bar que congrega especímenes de todo tipo dispuestos a cantar con destreza (o a hacer los más anónimos coros, en su defecto), pueden compartir micrófono con Carmen Machi, mientras que Terele Pávez le recomendará lo mejor de la carta de Milana Bonita, un bar cuyo nombre proviene de Los santos inocentes, la película que le dio la fama.

Del resto se encargan el periodista Mario Suárez y el fotógrafo Javier Sánchez, que han recorrido los bares míticos de Madrid en busca de historias y misterios encerrados en esos microcosmos.

«Si hay algo que diferencia a los bares de Madrid de los de otras ciudades es que siempre están llenos. Se vive mucho en los bares, desde el desayuno a las cañas obligadas después del trabajo; son bares vividos, en los que hay mucha camaradería, hay mucho del pueblo en los bares», dice a 7 Caníbales Suárez.

En El bar ha reseñado 45 «escogidos tanto por su valor en la historia de la ciudad como por su singularidad». «Todos ellos tienen historias muy personales que forman parte del ADN de Madrid y de España», y todos, por centenarios que sean algunos, siguen en la brecha.

Casa Mingo

En Casa Labra, a cuyas puertas se acumulan hoy multitudes ávidas de sus tacos de bacalao frito y sus croquetas, el 2 de mayo de 1879 fundaba el PSOE un joven Pablo Iglesias, cliente, como Pío Baroja, de un local que en los años setenta acogía a manifestantes antifranquistas entre vermús y cortezas de cerdo.

Mucho antes, a finales del siglo XVIII, abría sus puertas La Fontana de Oro, a la que Pérez Galdós le dedicó una novela como radiografía del costumbrismo parroquiano de la capital. Valle-Inclán eligió otra taberna, Casa Ciriaco, como punto de partida del viaje surrealista y trágico de Max Extrella, protagonista de Luces de bohemia.

En los bares se ha decidido y decide el rumbo del país. En Lhardy, fundado en 1839, se acordaron derrocamientos y nombramientos como el de Niceto Alcalá Zamora como presidente de la República; el fundador de Casa González, Vicente González Ambit, pasó ocho años en la cárcel porque la trastienda de su local acogió reuniones de socialistas en la Guerra Civil, mientras que políticos de la Transición como Enrique Tierno Galván elegían Casa Alberto para sus reuniones. A Casa Manolo, frecuentado por parlamentarios y periodistas, se le conoce en la actualidad como «el mentidero del Congreso de los Diputados» y más de un pacto se ha cerrado al cobijo de sus paredes.

Bill y Hillary Clinton no pudieron resistirse al castizo bocata de calamares de El Brillante, en la rotonda de Atocha, aunque no dejaron que los fotografiaran y de su visita sólo queda constancia en la memoria de los camareros. «Lo que pasa en los bares se queda en los bares», recuerda Mario Suárez.

Otros, en cambio, eran más frecuentados por intelectualidad y farándula. Ernest Hemingway y Ava Gadner compartían mesas en la Cervecería Alemana con los toreros que se alojaban en el vecino hotel Reina Victoria, y más tarde llegarían actrices como María Guerrero o Amparo Rivelles tras sus funciones en el Teatro Español. Cuando intentaron apropiarse de su barra los primeros hippies, el dueño colgó el cartel: «Prohibida la entrada a beatniks, hippies y similares».

Tip y Coll sorbían con fruición los caracoles que Casa Amadeo sirve, con la misma receta, desde 1942; El Palentino recibió la onda expansiva de la Movida, de forma que Siniestro Total le dedicó una canción, Manu Chao un videoclip y, ahora, Álex de la Iglesia una película. Otra leyenda es Casa Julio, que U2 eligió como escenario para una sesión de fotos promocional dando un halo de misticismo a sus hoy demandadísimas croquetas.

También hay espacio en El bar para salas de música como El Penta, fábrica popera en los ochenta que mencionó Antonio Vega en «La chica de ayer», o coctelerías como Josealfredo, cuyos famosos gin-tónics entusiasman incluyo a los reyes Letizia y Felipe VI, pero también a Jorge Drexler, Adrian Brody o Leonor Watling, se dice en el libro.

El Penta
El Penta

Otros están en El bar por un producto identitario. Como El Doble -uno de los favoritos de los cocineros con estrellas Michelin que visitan la capital- y Cervecería Santa Bárbara, que presumen de servir las cañas mejor tiradas de Madrid o Casa Pepe, que ha popularizado como nadie las alitas de pollo fritas, cuyos huesos esparce la clientela por el suelo, lo que le ha valido el apelativo de «Pepe el Guarro».

Si el tiempo es limitado, el periodista y autor del libro organiza su ruta preferida: El Palentino, uno de los míticos del barrio de Malasaña pese a que su decoración ha permanecido inalterable desde su inauguración, gracias a servir copas y desayunos a las mismas almas nocturnas, además de bocadillos, aperitivos y cañas. Casa Julio, por sus croquetas; la casi bicentenaria Casa Alberto, en Huertas, por sus callos a la madrileña, su rabo estofado o sus albóndigas de pollo de corral en pepitoria; Museo Chicote, por tener la clientela más glamurosa de Madrid. Fue escenario de la turbulenta pasión de Ava Gardner y Luis Miguel Dominguín, descrito por Luis Buñuel, todo un experto en el dry martini, como la «capilla sixtina» de este cóctel, y favorito en la capital de Sofía Loren, Cary Grant o Hemingway. Suma a la coctelera Cock, un elegante pub inglés donde han bebido desde Dalí a Eisenhower, «la coctelería se mantiene como hace 60 años y se respira aire de las estrellas de Hollywood».

Lo bueno de una barra, reivindica Mario Suárez, es que «acompaña». «Por eso va también gente sola, porque puedes entablar conversaciones con otros, siempre manteniendo el anonimato. Como en la película de Álex de la Iglesia si supiéramos la vida del que está al lado tomando café nos sorprenderíamos».