«Descubrirás una nueva área de interés» o «Tendrás una jubilación muy confortable». Son dos de las leyendas escritas en papelitos que encontré dentro de las galletas de la fortuna. Las había comprado en Eastern Bakery, la pastelería china más antigua del Chinatown de San Francisco.

«Desde 1924», afirmaba orgulloso un cartel pegado detrás del desordenado mostrador, sobre una gran foto de Bill Clinton comiendo dulces del establecimiento. Había leído no sé dónde que estas galletas son originarias de la comunidad china de la ciudad y me subí a un tradicional Cable car para llegar hasta el barrio. Recuerdo que compré tres o cuatro paquetes porque cada vez es más difícil traer algo de los viajes que no se pueda encontrar en una tienda del barrio -cosas de la globalización. Además, me gustaban la idea y el diseño creativo de las galletas: lenguaje dando valor a un producto alimentario, algo que liga con los antiguos caramelos «Piropos» pero también con nuestra cocina más creativa. El significado como ingrediente. Hay videos en Internet que muestran cómo hacerlas en casa. Una oportunidad para cocinitas románticos o una idea nueva para formadores de empresa que ya no saben qué más inventar para dinamizar grupos.

Ya que estaba allí, me quedé a cenar en un restaurante cercano: gambas salteadas al wok con anacardos, castañas de agua y setas; pato laqueado; una deliciosa butifarra dulce (pero no tan dulce como las ampurdanesas) y algo de arroz con verduritas. No era la primera vez que comía en el barrio chino durante mi viaje a la ciudad californiana. Otro día, quizás dos, había ido a probar dim sum por consejo de Ferran Adrià.

Ya saben, se trata de esa práctica oriunda de Cantón en la que los camareros van pasando por las mesas con carros llenos de cestos de bambú y pequeñas raciones: bollos al vapor, raviolis de cerdo o marisco con jengibre, rollitos de verdura fritos, patas de pato guisadas y muchas otras delicias. Cada uno escoge lo que le apetece, tantas veces como quiere, y lo comparte con el resto de comensales de la mesa para acompañar el té. Son las llamadas, no sin cierto etnocentrismo, tapas chinas. Me recordaron mi anterior estancia en Hong Kong, donde tuve tiempo de sumergirme en la cocina de esa región y los productos que la abastecen. Pero eso mejor se lo cuento otro día.