Guía Michelin ’17. ¿Lluvia? Txirimiri…

Se anunció a lo grande este año desde la dirección de la guía roja que en España y Portugal habría lluvia de estrellas… Y sólo ha sido un txirimiri. Es una pura cuestión de comparación relativa: lo que en Etiopía sería un aguacero aquí es una simple llovizna. Estamos siempre en las mismas… En la realidad culinaria actual del panorama español, si la cotejamos con la de otros países –véase Francia, por ejemplo-, deberían haber caído “perros y gatos” del firmamento. Cuestión de justicia distributiva. Así y todo, felicitémonos por los nuevos astros y sigamos el camino…

Gala Michelin 17. Girona. Foto: Mònica Ramírez.
Gala Michelin 17. Girona. Foto: Mònica Ramírez.

Una estudiada estrategia de marketing ha marcado la edición 2017 de la guía en España y Portugal. El anuncio público previo de una extrema generosidad en la estelerización de España y Portugal y, coronando el discurso triunfalista, la afirmación de un nuevo tres estrellas en una ciudad que no sería ni Madrid ni Barcelona. En la propia proclama subyacía –el lenguaje siempre traiciona- la racanería anterior, y, como se ha desvelado a posteriori, un sutil engaño con la capitalidad del flamante triestrellado. La cuestión era poner al país de pie y convertir la gala en un bombazo mediático. Así ha sido, desde luego. Cierto que Lasarte siempre fue, desde su reinauguración, un firma candidato –es un restaurante sublime-; pero la sinuosa política comunicativa de la guía sugería otras opciones, por cierto tan válidas como la ganadora. La pregunta es: ¿por qué sólo un tres estrellas? ¿Y Àbac? ¿Y Sant Celoni? ¿Y Aponiente? ¿Y Atrio? ¿Y Les Cols? ¿Y Coque? ¿Y Miramar? ¿Y el MB? Y, ya es cansino… ¿Mugaritz? Es obvio que la Michelin es la opinión privada de un puñado de inspectores que, como cualquier ser humano, tendrán preferencias o desafectos por todo tipo de condicionantes. Y afirmo esa obviedad dado el inexistente criterio objetivo que muestran no sólo en la propia península, sino en sus concesiones internacionales. Nada tiene que ver un puesto callejero de Singapur con Martin Berasategui, sin ir más lejos. Entonces, si de un tiempo a esta parte no existe una línea argumental clara –algo que sí hubo antes, y muy marcado, en la guía-, las estrellas caen bien por “manías” personales de los inspectores, bien por una política “central” con intereses ajenos y desconocidos, lo que nos lleva a la conclusión de que el tan manido argumento de la “neutralidad” profesional de la Michelin versus otras listas cae por su propio peso. Y esto no es ninguna crítica nuclear (pueden hacer lo que crean más conveniente), sino una certificación ontológica. En este contexto, pues, sería lógico pensar que las críticas a listas como 50 Best Restaurants carecen de fundamento real, puesto que siempre será preferible que voten 1.000 a que decidan unos cuantos que, como ya hemos visto, no (tampoco) se rigen por una reglamentación específica. Más personas, menos equivocaciones.

Así, creo que, desde la objetividad (si es que es posible) de un corpus culinario apabullante en España (incomprensible la ausencia de Canarias entre las novedades, por cierto) -algo que no sólo decimos los de aquí-, un año más la guía roja ha sido injusta y muy avara. Porque la justicia cierta de los nuevos estrellas, todos, no es suficiente. ¿Cuántos faltarían, de tres, dos y una, si observamos a vista de pájaro el planeta gastronómico? Muchos todavía…

Pero ahí seguiremos…