La Cocina del Cansancio

Tanto el cocinero figura como el que aún no lo es tanto pero cree ir en ese camino, tanto el figurante como el figurilla o el auto-empresario figurón de restauración, se encuentran -¡figúrate!- viviendo una situación de libertad redentora y triunfadora.

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Y yo pregunto, ¿se trata de una libertad paradójica? ¿es esta una panacea personal verdadera o favorece y conduce al pandemónium de la depresión y el fracaso? La realidad actual que vive este sector social de la gastronomía no escapa, no puede escapar, de la que asedia, invade y domina la sociedad general y que ha sido llamada sociedad del cansancio y sociedad del rendimiento. Apliquemos aquí el cuento.

En ella, el hoy cocinero-empresario se ha liberado de una reciente historia de oscuridad/oscurantismo o mediocridad, cuando menos, de relego social, nimiedad y olvido; un ejercicio de la profesión bajo el rígido y violento ‘ordeno y mando’ de otros tal cual ellos pero empoderados por un sistema de organización de vida laboral de maximización de la producción, fuertemente jerarquizado desde la escuela a la cocina cuartelaría y basado en el poder ejercido de arriba abajo en los restaurantes y centros de producción de la hostelería.

A esa época, a ese ciclo, parece habérsele dado merecido matarile o estar camino del matadero, al menos en occidente. Vaya con dios y con sus mulas toas. Nadie la echará de menos. Pero, ¿es lo que ha venido a continuación menos perverso? ¿hará menos daño? Desgraciadamente, tengo serias dudas. El paradigma sustituto tiene todas las trazas de ser a la larga igual de malévolo y perjudicial aunque sus consecuencias patológicas vayan a ser, esta vez, esa depresión y sentimiento de fracaso al que me refiero. Cambia el escenario y sus decorados, el guión también, pero los desgraciados que sufren esta obra de reestreno, sobre los que caen las desgracias que todo libreto de vida y obra conlleva inexorablemente, son, como siempre, los mismos; aunque ahora sean muchos, muchísimos más.

Estos cocineros de los que hablo, esta carne de cañón, está viviendo esta época gloriosa de la gastronomía española, global y cuasi universal, con gran excitación, euforia y protagonismo, soportado e impulsado – lógica y coherentemente – por esa revalorización social de la profesión y el auge económico y empresarial del sector. ¡Viva la vida!

Al amor de esta lumbre y relumbrón de los fogones, ese cocinero corre el peligro de convertirse en un animal laborans que produce como una bestia de carga, que emprende y tiene iniciativa personal, monta su propio negocio o, peor aún, se cree parte de él casi como un socio aunque no lo sea, que embaucado se embarca en un super proyecto ilusionante, y que está convencido de que va a triunfar como Los Chichos en el mundo mundial. Cree currar porque quiere pues nadie le obliga ni aparenta hacerlo bajo una ciega obediencia; el deber, piensa, no es tal, lo hago así porque a mí me da la gana, es mi voluntad: “ser cociner@ es lo más, es la leche”, se repite frente al espejo cada mañana. Se mira en él y se dice: “tengo treinta tacos, soy cocinero/a y cocino para hacer feliz a los demás; estoy al frente, trato con la gente y me admiran; soy creativ@, me expreso en una profesión que es puro arte, tú; tengo o tendré mi propio negocio o soy chef o subchef; se me nombra o nombrará en las guías y en los post y cuelgo las fotos de mis platos en la redes; dedico a ello todo mi tiempo, todo mi ser, toda mi vida, mi pareja también; somos así felices, podemos con todo esto y más.  A tope tí@, a por todas”.

Este individuo cocineril puede, cree poder, sin límites; todo son iniciativas y motivación aceleradas: positivismo a chorros a presión: “sólo me pertenezco a mí mismo, soy el rey del mambo, soberano y libre, realizado y dueño de mí mismo y mi mecanismo”.

Pero, ¡cuidado! ¿Estamos seguros de que es esta la verdad verdadera? ¿no estarán viviendo un sueño, una vida ilusoria? Si asomamos la nariz y la metemos bien dentro de este gran guiso de la gastronomía, podremos olisquear y reconocer, me temo, a ese humano que tan solo trabaja, que se responsabiliza él solito de cuanto hace, que vive una desasosegada y desenfrenada actividad y se explota a sí mismo hasta límites insospechados y poco saludables. Tareas por aquí y tareas por allá en las que rinde a pleno rendimiento con infravalorada compensación/recompensa. En realidad, echa más horas que un reloj, se está matando a currar y no es lo libre que piensa pues está obligado duramente por sí mismo. Y encima, si eso, es runner.

Y si esta fuera la triste realidad, habríamos de convenir que esa supuesta libertad y ese mundo feliz se esfumaría, de sopetón, como la espuma adriática. En cuanto las cosas de la vida vengan mal dadas, surjan dificultades, la mente cambie de parecer o flaquee la vocación, en cuanto haya que tragar con algún tropezón, aflorará, muy posiblemente, el cansancio latente pero desatendido. El “no puedo-no puedo” empezará a pesar sobre los hombros como una canal de buey de catorce años, y de ahí al reproche a uno mismo y a la autoagresión sólo habrá dos pasos: el del sentimiento de fracaso y la depre.

Cocineritos que venís a este mundo del copetón, os guarde el dios de la parsimonia, la sensatez y la templanza y los dioses de la alegría de vivir y la culinaria gozosa os distraigan de tanto quehacer ciego, que la fuerza os acompañe y la suerte os libre de este mal. Toda ayuda será poca para evitar ese final fatal.

Y si nada de ello sirviera, ya sabéis: contra todo mal, mezcal. Y contra todo bien, también. Así que al lío. You must go on! El show debe continuar. Al menos, ese es el eslogan que ondea en esta puñetera tardomodernidad.

 *Con una pequeña ayuda de mi amigo Byung-Chul Han (“La sociedad del cansancio”) y los suyos y también míos, F. Nietzsche, M. Focault y A. Ehrenberg.