Londres en 3 restaurantes (1)

Londres electriza. La energía de la ciudad es una mezcla de fricción y velocidad. Chispas en las aceras, voltios en el asfalto, corriente continua en bares, restaurantes y coctelerías, negocios a rebosar, donde hay que abrirse pasos a bolsazos (por eso Isabel II agarra siempre con las dos manos esa abominable grisura, en la que carga secretos de Estado y bolsitas de azúcar).

Camines por donde camines, la multitud arrolla. Circula por el planeta, colgada en tendederos o cables de alta tensión, una monserga interesada, propaganda anglosajona: «Londres es la nueva capital culinaria de Europa». Estos británicos son unos cachondos, deudores de aquel orgullo imperial que hoy provoca pesadillas de curry. Probablemente, Londres sea la ciudad más vibrante de Europa, si bien en lo culinario lleva más retraso que las obras del AVE. Por supuesto han mejorado -muchísimo– y la fritanga del fish&chips que cubría la ciudad como una pesada niebla ha ido evaporándose. Líderes en interiorismo -hay libras, muchas libras–, ofrecen restaurantes preciosos con cartas sin presión, tal vez porque los llenazos son tan apabullantes que no necesitan esmerarse. Embobados con su triunfo y belleza, han olvidado trabajar la cocina.

HAKKASAN ( Hanway Place, 8). Restaurante chino de moda, junto a los japoneses Roka (estupenda barra, agradable decoración en madera, mesas tan pegadas que crees estar en el metro de Tokio), Zuma y Nobu. La revista Restaurant lo coloca en el lugar 19 del mundo (clasificación del 2007). Una broma de Mister Bean. La única razón de que ocupe esa plaza preeminente es que si vas a Londres, entras en el Hakkasan, así que, a la hora de votar, eliges aquello que conoces.

Querido jurado belga, neozelandés o norteamericano de Restaurant, ¿has estado en El Poblet de Dènia o en el Sant Pau de Sant Pol de Mar, de más difícil acceso que el Hakkasan de Londres? ¿No? Pues deberías esforzarte, visitarlos y votarlos.

¿Qué tiene entonces este establecimiento? Lo intangible: la atmósfera, el ambiente. Genera deseo. Bajas las escaleras y estás fascinado, satisfecho de encontrarte allí. La decoración con celosías de madera negra, sugiriendo que puede suceder algo clandestino y peligroso, gansteril. El traje negro y sedoso de la mujer –deja a la vista medio pecho lechoso– que acompaña a la mesa. La media luz (o la bajísima luz). El aire de lujoso fumadero de opio. La comida es correcta, sin arrebatar. Empanadillas hojaldradas de carne, rollitos de pato (en el límite de la jugosidad), raviolis de gambas con crujiente dulce, rollitos de pasta de verdura… Y cerveza Suntory Premium caliente: imperdonable. Por supuesto el Shanghai de Barcelona le da cien vueltas. Pero está en la calle del Bisbe Sivilla y no pegado a Oxford Street.

El capo de este invento es Alan Yau, al que califican como el «restaurador más influyente de Londres». Creador de la cadena Wagamama, acaba de abrir un japo, Sake no hana, elogiado hasta hincarse de rodillas por Guy Diamond, crítico del Time Out londinense. Marketing, buen gusto y una leyenda construida con libras. Como dice Albert Adrià, estos tíos saben de negocios.

Pronto, la segunda parte.