Quique Dacosta

Hacía mucho tiempo que lo conocía. Le había visto hacer demostraciones aquí y en el extranjero (sobre los arroces contemporáneos, el cosmético cactus reconvertido en gastronómico aloe vera, una curiosa planta de sabor extremadamente dulce de nombre stevia rebaudiana, los germinados, los velos gelatinosos que después han sido tan imitados, las inspiraciones marinas, los cítricos …), había probado platos suyos en cenas colectivas, había leído recetarios y recetas de su autoría, y mil reseñas sobre él, hasta había escrito algo sobre la forma de sus platos inspirados en la naturaleza o las artes plásticas.

Quique Dacosta
Quique Dacosta

Pero nunca había comido en su restaurante. Y no se conoce un cocinero de verdad hasta que has comido en su casa. Sobre todo cuando es uno de los creativos más interesantes del mundo. Así que, por fin, decidí viajar hasta Dènia para comer en el Poblet.

Y la cosa fue incluso mejor de lo que me esperaba. Un auténtico recital de imaginación y personalidad diferenciada en forma de platos siempre originales, atractivos y extremadamente sabrosos.

La falsa trufa del Montgó, la ostra ibérica, las senderuelas sobre el césped de una mañana de niebla, más setas, el foie con aromas de madera, las hojas humanizadas, las gambas -una a la antigua, la otra con flores y carmín- el hígado de rape con rape y rape, el arrocito para culminar, el cerezo recreado, el melón declinado … Todo, una pasada.