Refutación de la refutación de David Muñoz (Diverxo)

Voy a dedicar un tiempo aquí para aclarar una parte que ha resultado ser altamente polémica de mi artículo de análisis de los 50 Best, la dedicada a David Muñoz. Ya sé, no obstante, que la algarada que produjo en twitter pertenece a lo efímero, y que nada de lo proferido allí dura más de 24 horas… Sin embargo, me importa aclararlo, no tanto por los insultos (y la ignorancia sincera) que recibí –me tocan un pie-, sino por romántica justicia semántica e histórica. Valga decir, también, que una vez más se manifiesta el impresionante nivel de analfabetismo moderno (se leen las palabras de un párrafo una detrás de otra, con poca o nula comprensión lectora) de muchos de los usuarios de las redes.

dabiz muñozDecía en el mencionado artículo, refiriéndome a la clasificación en la famosa lista de David Muñoz (el cocinero que ha concitado la asonada digital motivo de este artículo), que “su radicalidad de opereta le despeña al lejano puesto 79, en una clara indicación de que su ‘fuite en avant’ gastronómica ya perdió el Norte». OK. Tras unas horas con los “likes” y los “retweets” habituales del artículo, fue mi buen amigo Pedro Espinosa quien me preguntó, a través del medio, si realmente creía en la “radicalidad de opereta de David, porque –me comentaba- ahora creo que está en su mejor momento”. La contestación es clara para mí: hablaba, en esta frase, del personaje (el que con toda intencionalidad se ha creado el propio Muñoz), no de su cocina, puesto que… hace seis años que no voy a su restaurante. Esta circunstancia temporal, por cierto, fue la que aprovechó David para, más tarde y también en twitter, descalificar mi aserto. Pero, ¿por qué hace seis años que no acudo a Diverxo? Comenzaré diciendo que fui yo uno de los fervorosos de aquel Diverxo seminal, allá en Tetuán, descubrimiento que me brindó mi “hermano” Juanma Bellver. Sí, yo fui uno de los “iluminados” por la cocina y el “feeling” de David y Ángela. Ya se ha encargado uno de los twitteros más soeces de rescatar mi primer texto sobre Diverxo, que copio a continuación para que no queden dudas de mi fascinación por aquel Muñoz mítico:

“En Diverxo parecen todos conjurados en un contubernio inalienable. Lo están, naturalmente. La pasión, la comprensión, la fuerza de la sala es la resultante final de una confabulación sin resquicios. China, Perú y el destello del picante como elemento engranador y a la vez provocador. Por encima de todo, y por debajo, esas maneras compactas y sabias de Muñoz. El epílogo, una suma feliz de virtuosismo técnico, armonía intuitiva, equilibrio sorprendente y ¡mmm! Todas las composiciones poseen algo de irresistible, algunas por la bravura y la elegancia del contraste, otras por su esencial delicia, todas por el descaro, la diversión y la elocuencia”. Está claro, ¿no?

Entonces, ¿por qué luego, tras otras comidas igual de asombrosas, dejé de ir al restaurante? Pues porque David sencillamente dejó de contestarme al teléfono. Ya la última vez que comí allí (en el siguiente establecimiento) tardé un montón en conseguir mesa (y siempre pagando, nota para el lector) y, la verdad, ya sé de los problemas de reservas pero tampoco olvidemos que yo voy a trabajar y que tengo ciertas necesidades temporales. Sin ir más lejos, jamás tuve problemas profesionales en este sentido ni en El Bulli ni los tengo ahora en El Celler. En todo caso, yo insistí en hacerle una entrevista y estuve intentándolo… ¡un año entero! Fue entonces cuando, a pesar de que siempre me adapté a sus “caprichos” (“no tengo ni un minuto”, “me la haces de camino al Corte Inglés”, «sólo te puedo atender en la cocina”, etc.), dejó de contestar mis llamadas. Y, oye, como recuerda a menudo un amigo mío, “hasta el presidente de Estados Unidos tiene tiempo de jugar al golf”. Entendí, pues, que por alguna razón yo le había dejado de interesar puesto que, y ésta es otra, todas aquellas soflamas de radicalidad y “antisistemismo” que definían su agresivo discurso ya se habían tornado elementos de márketing para una fulgurante carrera profesional y mediática contraria a aquellos principios.

Es por ello, pues, que no volví. Porque no pude. No hubo manera. A partir de ahí, mi conocimiento de David fue el de un simple espectador de sus “boutades” (algunas más afortunadas, otras menos) y de su estrepitoso camino a la fama. Y así es que, a partir de la observación desde fuera, le definí en el artículo que nos ocupa de “radical de opereta”, en cuanto personaje (que bien se ha ocupado él de moldearlo y “venderlo”), porque es la impresión que en estos últimos años me ha dado su proceder. En cuanto a la expresión “fuite en avant” con la que también le describí, es un término militar medieval que se refiere metafóricamente a lanzarse a lo desconocido aun a riesgo de cometer errores, y, sinceramente, algunas de las “performances” de David me han dado esta sensación. Es decir, una vez más el personaje.

Entró al rato el propio Muñoz al trapo en twitter con una “acusación” sobre otra parte de mi texto. Ironizó, con respecto a mis palabras –“…En la otra oscilación del péndulo, la cocina compleja de Elena y Juan Mari baja ligeramente…”-, sobre la “complejidad” de Arzak, llamándola “eufemismo de ‘trash cooking’ que produce sonrojo”. Bien; una vez más, la falta de comprensión lectora, la focalización en una frase sin la exégesis del párrafo completo. Lo que yo escribí (completo) es lo siguiente: -“Etxebarri. Seguramente, uno de los “fenómenos” más peculiares del listado. Y, ojo, este año también ha entrado en la lista general, en el puesto 80, el Burnt Ends de Dave Pynt (Singapur), alumno indisimulado de Arguinzoniz. ¡Caray! En la otra oscilación del péndulo, la cocina compleja de Elena y Juan Mari baja ligeramente”-. Lo explico por si no queda suficientemente claro: “complejidad” (en definición de la RAE, “que se compone de elementos diversos”), referida en esta línea como suma de elaboraciones, ingredientes y texturas, como antítesis del supremo minimalismo (producto y fuego) de Etxebarri. No entré yo, desde luego, a valorar la cocina de Elena y Juan Mari.

Todo ello fue, naturalmente, materia de las pesadillas por parte de todo tipo de bloggers y aficionados, algunos con argumentaciones pertinentes (en contra, a favor) y otros, como siempre, buscando el cuerpo a cuerpo (los minutos de gloria) en su estupidez concienzuda.

Más tarde, ya por la noche, me llamó José Andrés desde Washington para, con toda la razón, poner paz en la discusión. Efectivamente, y como twitteó también, “parad ya, id a tomar una cerveza y daos un abrazo”. Y, ciertamente, no creo yo que haya muchas cosas (y ésta menos) que no se arreglen con una cervecita.

Y ahí acabó la historia, aunque, esto no falla, los bloggers más virulentos e indocumentados siguieron buscando la refriega con insultos cada vez más improbables.

Sea como fuere, David, esa birra cuando quieras. Y, oye, así es el rock and roll, ¿no?  ¿O…?