La Barcelona chocolatera

España fue el primer territorio donde el cacao recaló más allá de sus tierras americanas originarias, y Barcelona una de las urbes donde más intensa fue su producción durante siglos. Una huella que, a día de hoy, se constata en su arquitectura y en la tradición pastelera heredada.

Chocolates que imitan los azulejos diseñados por Gaudí, presentes en los suelos de Barcelona. Creación de Cacao Sampaka. Foto: Carmen Alcaraz del Blanco
Chocolates que imitan los azulejos diseñados por Gaudí, presentes en los suelos de Barcelona. Creación de Cacao Sampaka. Foto: Carmen Alcaraz del Blanco

En un principio, el uso del chocolate se redujo a la corte y los monasterios. Para los primeros fue una suculenta nueva moda, pero para el clero supuso grandes dudas: ¿algo tan sabroso era pecaminoso? ¿Se podía tomar incluso en época en ayuno? Existen ensayos monacales donde se recogen las diatribas que entrañaban éste y el tabaco, y es curioso leer argumentos a favor del primero y en contra del segundo. Más allá de estos estamentos sociales, su consumo llegaría también a hospitales, pues pronto valorarían su poder energético.

En Cataluña tuvo un gran recibimiento y, a día de hoy, muchos son los municipios que siguen ostentando su fama de buen hacer. En el caso de Barcelona se generó un sector dividido que desembocaría en una importante industria hasta entrado el s.XX. Dos gremios fueron los responsables de su apogeo, los molineros (del chocolate) y los «adroguers», tenderos que se ocupaban de aquellos productos venidos de América. La relación entre ambos fue seriamente conflictiva dado que sendos veían el potencial de este nuevo ingrediente y querían monopolizarlo. Los que se ocupaban de los ultramarinos alegaban autoridad a partir de conceptos legales y de su cristiandad en el linaje heráldico, pero no les quedó otra que compartir la custodia del cacao con esos molineros que impregnaban de aromas exóticos y dulces las callejuelas laberínticas de la antigua ciudad. De ellos sólo nos queda la dirección de los obradores, pero nada más, ni un vestigio tangible de sus emplazamientos.

Cacao. Foto: Carmen Alcaraz del Blanco
Cacao. Foto: Carmen Alcaraz del Blanco

En el s.XIX era común el servicio a domicilio, como ahora prácticamente, pero cambiando ciclomotores por carruajes de caballos. Los chocolateros llegaban a las casas de familias de alto abolengo con el fin de hacer el “chocolate a la piedra”. Aquellos hombres debían procurarse buena salud en su musculatura, pues su labor era estrictamente física en los mismos suelos de los hogares. Por escrito y con mucho humor ha quedado reflejado que el mismo sudor emanado era un ingrediente más, igual que ciertas habladurías que aseguraban que algunas mujeres disfrutaban (y mucho) con aquella presencia masculina en sus salones…

Era la época de la Revolución Industrial, así que la nueva clase social barcelonesa, con su mecanización en efervescencia, no dejó pasar la oportunidad de aplicar las nuevas técnicas a un producto tan demandado. Allí donde ahora gobierna imponente la Casa Fuster se manufacturaban grajeas con etiqueta Juncosa, una marca que aún hoy es conocida y apreciada. También en el Paseo de Gracia, una familia dejó constancia de su pasión chocolatera en un edificio que lleva su nombre, Casa Amatller, considerada una joya del modernismo. En sus columnas se esconden ornamentos y capiteles del mundo del cacao, como tabletas, utensilios y animales en su terruño original. Indispensable entrar en su hall y buscar estas muestras de arte y guiño gastronómico antes o después de hacer la cola vecina a la popular Casa Batlló.

Detalle de capitel en Casa Amatller. Foto: Carmen Alcaraz del Blanco
Detalle de capitel en Casa Amatller. Foto: Carmen Alcaraz del Blanco

Punto y aparte para referenciar una costumbre de álgida importancia patrimonial como es la mona de Pascua, el pastel hecho a partir de chocolate que representa paisajes y formas de referencia infantil. Data del s.XV y, en sus primeras manifestaciones, no contenía aún cacao. Consistía en un pan sin levadura con aceite, azúcar y una serie de huevos pintados que se correspondían con la edad del ahijado. El roscón fue variando hasta que el chocolate se hizo protagonista de su receta y comenzó a ser objeto de deseo y competencia entre los pasteleros de Barcelona, a principio del s.XX, quienes estimularon la producción y el consumo convocando concursos que llegaron a ser conocidos mundialmente. Hoy día, las monas atraen todas las miradas de los escaparates durante las semanas previas a la Pascua, siendo motivo de parada y atención de los más pequeños, pero también de los que no lo son tanto. Las más espectaculares, más originales o con mayor destreza se pueden visitar siempre que se quiera en el Museu de la Xocolata, donde se exhiben y se difunden éstas y muchas otras historias que atestiguan la estrecha relación entre Barcelona y este oscuro objeto de deseo.

 

Recomendamos:

El plaer de la xocolata: la historia i la cultura de la xocolata a Catalunya, Maria Antonia Martí, Cossetània, 2004 (enlace)

Museo del Chocolate, Barcelona (web)

Tratados sobre el chocolate anteriores a 1800 (Biblioteca Nacional de España)

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Este artículo forma parte de “Itineraries of Taste” de San Pellegrino, un proyecto que aboga por la difusión de la cultura gastronómica de ciudades internacionales a partir de la mirada y la voz de gastronómos locales. En la presente edición, es Carmen Alcaraz del Blanco la embajadora de los sabores de su ciudad, Barcelona. Sus doce textos se publican alternativamente en la web https://itinerariesoftaste.sanpellegrino.com/es/ y en 7caníbales.

 

Chocolate. Foto: Iker Morán
Chocolate. Foto: Iker Morán