Y yo caí… enamorado de Bérgamo

“Terra che ’l Serio bagna e ’l Brembo inonda, che monti e valli mostri a l’una mano ed a l’altra il tuo verde e largo piano, or ampia ed or sublime ed or profonda…”
Torquato Tasso

Ryan Air: grandeza y servidumbre. La grandeza, que es la línea aérea que, alucina, puso a Bérgamo en el mapa; la servidumbre, que para ir a Bérgamo tuve que volar con ella. Pero, tras los escasos diez minutos que toma llegar a la ciudad desde el aeropuerto, ya fui presa del hechizo bergamasco y todo lo anterior fue sólo olvido… He viajado a esta irrepetible localidad, de lacerante belleza y onírico romanticismo, para atender a la presentación de Lombardía Este como Región Europea de la Gastronomía 2017 (tras Cataluña), para celebrar el 50 aniversario del legendario restaurante Da Vittorio y para embriagarme en la “Cena tras las estrellas”… Y, sin casi advertirlo, caí enamorado de Bérgamo…

Mantecando los paccheri de Da Vittorio. Bérgamo. Foto Xavier Agulló
Bobo mantecando los paccheri Da Vittorio. Bérgamo. Foto: Xavier Agulló

Llego al hotel Petronilla, dirigido por la resolutiva y heterodoxa Uta Wilmer, y siento de inmediato que dos horas de vuelo pueden significar un universo. Bajo de la habitación, rollo muy “cool”, y aquí está el viejo amigo (y periodista) Jean Pierre Gabriel, con el que comparto unos cafés charlando de Bruselas y Corea… Suenan las campanas de alguna iglesia cercana mientras nos dirigimos hacia la “Cena tras las estrellas”, y el cielo se oscurece sobre Bérgamo, y suenan los truenos y la lluvia empieza a arreciar…

La cena, un espectacular despliegue de los 22 restaurantes (con sus chefs en directo) de referencia -y todos con estrellas Michelin- de Lombardía Este (el “slogan” turístico de la Lombardía oriental gastronómica es “East Lombardía”, ya lo pillas) en showcooking y degustación sin freno, es en el ensoñador monasterio restaurado con fines lúdicos de Astino, una construcción del XVI que se halla en el valle, tan sólo una montaña separándolo de Bérgamo. Llueve y llueve. Pico grana padano y mixtos de mozzarella con burrata y tomate y rollitos de foie gras de oca refugiado en el claustro. El cátering es de Da Vittorio, el tres estrellas del que, como te decía, celebramos sus 50 años de cocina. Grandes los Cerea… Van llegando los invitados y ya te lo puedes suponer –Italia-: modelazos por doquier, mujeres de esquinada belleza y hombres de estricta elegancia. Llueve sobre las carpas del jardín… Pero ni así se desluce la pose “classy” de los concurrentes que, ajenos a la lluvia, brillan de risas a los sones de Donizetti (compositor bergamasco, claro) interpretados bajo la tempestad por la violinista ucraniana Anastasiya Petryshak (tío, ¡tocando un Stradivarius original de 1727!), el pianista Samuele Pala y la soprano Linda Campanella. ¿No te dije que esto era de nivel?

La habitación del hotel Petronilla. Los tortelli de Esplanade. El monasterio de Astino. Bobo y sus paccheri. Ambasciatta. Uta, ditrectora del Petronilla.Bérgamo. Fotos: Xavier Agulló
La habitación del hotel Petronilla. Los tortelli de Esplanade. El monasterio de Astino. Bobo y sus paccheri. Ambasciatta. Uta, ditrectora del Petronilla.Bérgamo. Fotos: Xavier Agulló.

Y la gastronomía, al rasero, ni lo dudes. Cocina lombarda en su máxima expresión que, te lo digo, no todo es Milán ni en coña. Me presentan a “Bobo” Cerea que, junto a su hermano “Chicco”, son los chefs de Da Vittorio, ese templo en el lago de Garda. Y me ofrecen sus paccheri (“alla Vittorio”), sólo aceite virgen con ajo, tomates San Marzano y mantecar con mantequilla y parmigiano de 18 meses. Sí, sí, ahí están los brazos removiendo bajo la nevada de queso… Y sigo. El monasterio entero, sótanos incluidos, están llenos de estaciones con los 22 chefs ofreciendo sus especialidades en vivo. Lido 84, del chef Riccardo Camanini, me regala una sardina de lago marinada en sal, azúcar y vinagre sobre col roja. No hay tiempo que perder… La Osteria della Brughiera, de Paolo Benigni, farro, atún, judías y chimichurri con velo de pimento… ¡Hermanos! Déjame probar estos quesos. Sí, con polenta… Strachitunt, complejidad, joder. Branzi, suave como la leche… Y ya estoy ante la espuma de mozzarella con tartar de gamba y velo de tomate de Miramonti L’altro. Y los agnolini de pichón de Ambasciata. Y los tortelli de hierba de San Pedro y grana padano de Esplanade… Langosta a la americana (San Martino), caracoles con polenta (Il Leone d’Oro), gambas en costra de arroz (Da Nadia)… ¡Y yo qué sé! Vértigo gastronómico, corbatas de curvas imposibles y ojos de fiera belleza… Y llueve, llueve… Los paisajes de Lombardía proyectados en las paredes nostálgicas del “cinquecento”, mientras los camareros intentan recoger una fiesta que no cesa… Tiramisú de los Cerea, pastel de 50 aniversario…

Una “passeggiata” por Bérgamo (enamoramiento)

La folie arquitectónica remota de Bérgamo... Fotos: Xavier Agulló.
La folie arquitectónica remota de Bérgamo… Fotos: Xavier Agulló.

Si caminas por Bérgamo, camarada, estás perdido. Y ya no habrá vuelta atrás… Por alguna razón incógnita, Bérgamo fue siempre considerada una ciudad industrial, de trabajadores, y, por tanto, olvidada en lo estético, en lo numinoso. Hasta que Ryan Air… Ejem. No dudes que es una de las ciudades más hermosas a las que puedas viajar. Todo empieza en el desayuno del hotel Petronilla, con “apfelstrudel”, “crostata”, bollería fina, yogurt “maison” con mango, mermeladas ecológicas, tiramisú, bayas salvajes, peras con jengibre, olivas de la zona, frutas frescas… ¿Huevos “a la minute”? Es el desayuno que rompe en la ciudad. Estamos en la “ciudad baja”. Bérgamo es dos. Luego está la “ciudad alta”, que es la bomba (en días claros hasta se ve Milán, perdona, me encanta escribir esta frase). Y para allá voy, hacia la “città alta”, en compañía de mi paraguas y de un guía ilustradísimo que, me dice (y me enseña las fotos en el celular), tiene una hija “maggiorata” trabajando en Disney Orlando. “Lo mejor es el autobús, aunque tenemos que pillar dos. Es mejor que con el funicular, porque así verás la entrada de la ciudad alta”. Tiene razón. Rumbo a la “bella Bergamo”, la ciudad totalmente amurallada que me va a hurtar el aliento. Entramos, bajo la lluvia inmisericorde, por la puerta de San Agostino. Estamos en el siglo XVI. Y en este hilo temporal seguiremos aunque con algunas curvas.

“Man”, cuando entras en la ciudad alta de Bérgamo ya estás perdido: mires hacia donde mires la historia te envuelve sin remisión. Roma, Milán, Venecia, Napoleón y, por fin, Garibaldi. Sin olvidar que la ciudad fue libre y autónoma durante muchos años entre tanto mogollón. Todo ello está en las murallas, los muros, las casas, las iglesias, las calles… Una pasada. El castillo de los Visconti, ahora museo. Caminamos por la calle Colleoni (el famoso “condottiero” del que se decía que tenía tres cojones, circunstancia crípticamente revelada en su escudo), pastelerías con el dulce típico bergamasco, el “polenta e ösei” (antes elaborado con pajaritos y ahora con su metáfora en chocolate); los “casonsëi”, la pasta de Bérgamo (ravioli relleno de carne picada, salami o salchicha); tiendas recoletas… Aquí se cuida el paisaje urbano, amigo. La “Piazza Vecchia”, su torre privada (no eclesiástica), en la que, todavía hoy, suenan 100 veces las campanas a las 10 de la noche (en recuerdo de la hora del cierre de las murallas). Traspasando la plaza, la otra, la del Duomo, la religiosa –parada técnica en el bar Tasso-, donde se dispara el vértigo arquitectónico. La catedral, la basílica (fíjate, pertenece al pueblo, no al obispado) y la loca capilla de Bartolomé Colleoni. Tío, esta página no va de turismo, pero te digo… La catedral de San Alessandro, una ecuación que va desde el XV hasta el XIX (pintura Tiepolo); la basílica de Santa María (siglo XII y desde el VIII), donde está la tumba de Donizetti… Y, destruyendo parte de la misma (te juro que la plaza es pura posmodernidad “avant la lettre”), la capilla Colleoni (XV), mausoleo para él y su hija, también con pinturas de Tiepolo. Románico, gótico, barroco, neoclásico en delirio visual… Merece desvío.

Y tiempo ya para una copa en el bar del funicular, en la Piazza Mercatto de l’Escarpe, a ver si aguantas las vistas sobre Bérgamo en la veranda de este local del XIII con frescos en el techo. Pero, oye, así es todo en Bérgamo. Luego puedes pasarte por La Rocca, castillo del XIV con jardines y vistas a toda la ciudad alta… Y caminar y caminar, escuchando en el eco de tus talones la historia omnipresente…

Da Mimmo, siempre hay un final…

Collage 3
Los «casonsëi» de Da Mimmo. La «polenta e ösei». Las murallas romanas de Da Mimmo. Fotos: Xavier Agulló.

Podría parecer, por todo lo dicho, que estamos en una ciudad guiri. Pero no. Por alguna razón que desconozco, Bérgamo es todavía un lugar que se disfruta sin groserías. Y, si andas por allí y quieres comer, está el Da Mimmo. No, no es la hostia; pero la pizza… El propietario, 90 años, está ahí, sentado en la puerta. En el comedor de abajo, las murallas romanas… ¡Caray! Y sí, la pizza con queso “strachitunt”, “lardo” y romero: santa textura, envolvente sabor silvestre. Los “casonsëi” a la bergamasca, que son con mantequilla, panceta, parmigiano y salvia. Acentos… Esta receta ya es leyenda, porque acaba de cumplir 630 años. Así… Raviolo al agrì de Valtorta. Brandada de bacalao con polenta. Polenta con carne y boletus. “Semifreddo” de sabayón al moscato. No, no… Pero…

¿Por qué me lleváis al aeropuerto?