Las edades del hombre gastró - Fernando Huidobro

Recuerdo con detalles casi escabrosos cómo la satisfacción para mí, en mi juventud, estaba ligada a la jubilosa festividad. Era la diversión de los excesos que se movía, a pesar de ello, al ritmo stoniano de I can get no satisfaction. No, no, no.

Esa tozuda búsqueda marcó mis primerizas ambiciones y querencias culinarias que asomaban en inexcusables cenotes preparatorios de la nocturnidad postrera y tardía posterior. A los que, salvo ciertas cenas galantes acuciadas por motivos de honrilla viril, acudíamos en tropel bullanguero y convertíamos sin excusa en festín y festival.

Entonces la vida restaurantil madrileña ofrecía a los imberbes burgueses estudiantiles como yo, un sinfín de posibilidades. Benditas casas de comidas en las que nos recibían con los brazos abiertos y en las que éramos, a pesar de los pesares de nuestra insolente juventud borrachuza, queridos y bientratados. De ellas, a las tantas y a gatas salíamos o a las tantas y a tientas entrábamos, triste día después, resacosos y necesitados. Un no parar festivalero.

Los tiempos y las edades han cambiado, me han cambiado. Ahora me gusta ser un comensal al servicio interactivo de las hechuras del cocinero. Lo busco, me preparo, lo voy conociendo a él y sus haceres, para ser testigo de sus actuaciones, dar testimonio de lo vivido y formar parte de la obra con ciencia y con consciencia. Y la satisfacción es más serena que festiva aunque pudiera seguir entonando el mismo estribillo marchoso de antaño que hasta los rollings repican aún por los escenarios.

Este saber acompasarse a la propia naturaleza carnal y espiritual es esencial para todo. Para el disfrute gastró, la templanza, la atención y la participación en el evento que siempre puede llegar a ser una buena comida, son una bendición y una obligación. Sin por ello desdeñar la embriaguez, la risa y el alboroto, pero sí apreciando más la justa proporción de una alimentación más filosófica y parsimoniosa.

Pero la satisfacción máxima y completa se nos sigue escapando aunque sea hoy Amy quien tome el relevo en el cante de ese no, no, no. Somos insaciables e insatisfechos, es decir perfectamente imperfectos.