Cosechando ostiones con los pescadores de Tongoy

Viajamos a la Región de Coquimbo, a la caleta de Tongoy, conocida como la capital chilena del ostión, para navegar mar adentro y conocer el cultivo de este preciado bivalvo.

Pamela Villagra

|

Piero Carvajal, segunda generación de ostiones, nos muestra el baile de los ostiones.

La playa de Tongoy es famosa por su belleza, su activa caleta de pescadores (ensenada en la que se practica la pesca artesanal) y por los suculentos cultivos marinos de ostiones (Argopecten purpuratus). En tiempos no muy lejanos, los subsuelos marinos eran mucho más abundantes y en ellos habitaban inmensos bancos naturales de ostiones machos (reproductores), machas y chochas, además de pescados de roca como palometas (Seriola lalandi, también conocido como jurel de castilla o dorado chileno), cabrillas españolas (Sebastes capensis) o viejas (Graus nigra).

 

La desmedida extracción de ostiones, machas y chochas, casi siempre con destino al mercado exterior, esquilmó los bancos naturales, mientras las especies de roca viven un dramático retroceso por la  recolección ilegal de una macroalga parda llamada huiro (Lessonia trabeculata) que las autoridades no han sabido frenar. Los peces de roca habitan cerca de la playa, a un máximo de 40 metros de profundidad, en bosques de huiros que son claves para el hábitat de estas especies. El huiro vive una verdadera fiebre comercial y la falta de regulación está acabando con los bosques y, por ende, con la pesca de roca. El ecosistema se degrada, mientras camionadas de huiro ilegal, sin cuota ni regulación, salen cada día, de madrugada, desde las caletas del norte.

El cultivo del ostión del norte empezó en la caleta de Tongoy. Foto: P. Villagra.
El cultivo del ostión del norte empezó en la caleta de Tongoy. Foto: P. Villagra.

El cultivo del ostión ha sido el gran recurso para los pescadores artesanos de Tongoy. La práctica ha protegido los puestos de trabajo, permitiendo a las familias de los pescadores tener una vida digna, mientras ayuda a mantener sano el ecosistema marino.

 

La acuicultura del ostión partió en Tongoy con Leonardo Carvajal, hace poco más de 40 años. El huaso Leo era un campesino de Ovalle (localidad al interior de la Región de Coquimbo) que, llegado a la costa, se transformó en un emblemático dirigente de los pescadores de Tongoy. Consiguió establecer áreas de concesión para el gremio en la bahía de Tongoy, además de un área de manejo en la playa, posibilitando los primeros cultivos de ostión en el norte de Chile. En la década de los 90, gestó una alianza con la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA) y la Universidad Católica del Norte (UCN) que perdura hasta hoy, y que permitió tecnificar el cultivo ostionero e introducir otras especies de interés comercial, como la ostra japonesa.

Piero es segunda generación de ostioneros. Foto: P. Villagra.
Piero es segunda generación de ostioneros. Foto: P. Villagra.

Me lo cuenta Piero Carvajal, hijo del huaso Leo, segunda generación de acuicultores en Tongoy, mientras navegamos en su embarcación para revisar el estado de las linternas, circunferencias atadas mediante líneas de cuerdas que sirven de base al sistema de cultivo. “Soy nacido y criado en Tongoy”, me dice, “y la primera vez que me subí a la lancha a buscar ostiones tenía 5 años; aquí sigo”.

 

El cultivo del ostión del norte exige una crianza de entre 12 y 18 meses, y sigue varios procesos: la implementación del sistema de líneas, la obtención y siembra de semillas, el pre engorde, el desdoble, engorda y la cosecha. Se añaden las labores de mantenimiento y un monitoreo diario.

 

El motor de la lancha se detiene y Piero pide a su ayudante que lance el ancla. Coge la línea de cuerda y la jalona lentamente, con delicadeza, para encontrar cada linterna, marcada con puntos de colores. De cada línea de cultivo de 160 metros, cuelgan aproximadamente 140 linternas, en las que habitan alrededor de 70 mil ostiones. La crianza es larga y la mortalidad llega al 40 % .

Ostión del norte. Foto: P. Villagra.
Ostión del norte. Foto: P. Villagra.

Piero levanta un par de linternas a las que aún le faltan crecimiento, pero rápidamente da con la indicada para cosecha. Hace un gesto de fuerza y la lanza al interior de la lancha. Lleva adheridos piures y algunos choros (mejillones). Abre el contenedor de crianza y vuelca una montaña de ostiones vivos, que repican sus conchas como una serenata de castañuelas. Escoge algunos ejemplares, saca su navaja, les corta los músculos, las conchas se abren ofreciendo su aroma marino y luciendo la carne tersa. El coral es de un intenso y brillante color anaranjado. Parte un limón sacado de su mochila, exprime algunas gotas y los ostiones se mueven. “Están bailando”, dice Piero. Me lo da probar. Es dulce, extremadamente suave, meloso. Frescos están buenos, pero vivos la experiencia es única, emocionante.

 

“He visto el sacrificio de la gente, de la familia, de mi papá, y lo que más cuesta más se quiere. Soy ostionero de segunda generación, porque sigo los pasos de mi papá. Cada vez que alguien prueba y se emociona, reafirmo que tenemos que seguir. Me siento un orgulloso tongoyino”, remata el Piero, después de comernos una veintena de ostiones y volver al puerto.

NOTICIAS RELACIONADAS