En 1924, el gremio de elaboradores de vinos malagueños registró la marca Málaga para combatir las imitaciones que agujereaban el negocio sobre el que se había cimentado la riqueza y la fama de ese puerto andaluz: la exportación de vinos y pasas. Málaga, que llegó a tener 112.800 hectáreas de viñedo (para que se hagan una idea, Burdeos tiene 95.000), trataba de sobreponerse a heridas diversas. Nuevos aranceles en los mercados europeos, cambios en los gustos de los consumidores, la competencia de vinos de otros continentes y, en 1878, la casi total devastación del viñedo por la plaga de la filoxera; hasta hoy, la mayor hecatombe económica y social que recuerda el territorio.
El Consejo Regulador de la DO Málaga, Sierras de Málaga y Pasas de Málaga celebra el centenario de la marca recordando su historia y mostrando cómo una nueva generación de viticultores está resucitando un terruño mítico con una producción minoritaria centrada en vinos de autor de gran calidad.
“Lo más esperanzador para el futuro de Málaga es que, si sus vinos antiguos se prestaban a la imitación, lo que se hace ahora es inimitable”, decía en 2021 el divulgador, asesor y docente en vinos Juancho Asenjo durante una lección magistral sobre la Axarquía y los Montes de Málaga. También recordó que por mítico fuera en su tiempo, “ningún terruño de la antigüedad sigue vivo”.
El catedrático de la Universidad de Málaga y bodeguero Francisco Pérez Hidalgo, que ha estudiado los motivos de la crisis de los históricos vinos de Málaga, afirma sin embargo que “el que una zona de vinos mundialmente conocidos quede relegada a una presencia testimonial, no tiene parangón alguno”.
El viñedo malagueño cubría a principios del siglo XIX la séptima parte de la provincia; especialmente las áreas de montaña: “Suelos pobres, inviables para otros cultivos y perfectos para la vid”, recuerda Pérez Hidalgo. Numerosos vestigios arqueológicos muestran que se hacía vino desde el Neolítico, y los textos andalusíes certifican que el vino y la pasa de Málaga tenían fama ya en la Edad Media, pero, fueron dos zonas excepcionales las que cimentaron la leyenda y el éxito comercial; la Axarquía y los Montes de Málaga, suelos minerales con vertiginosas laderas de hasta 70 grados de inclinación, que aún hoy solo se pueden vendimiar con ayuda de burros, pizarrosos en la Axarquía y extremadamente complejos, con pizarras, calizas, areniscas, sílice, magma y otros materiales en los Montes de Málaga.
Suelos y climas perfectos para las dos variedades principales de la zona, que enraízan en roca madre. La Pedro Ximénez, con genética de época andalusí, y la Moscatel de Alejandría, una de las uvas más antiguas conservadas sin modificaciones genéticas.
El negocio de la pasa moscatel
La pasa moscatel llegó a ser un negocio más lucrativo que el del vino en La Axarquía. Conseguir excelencia exigía mimo. Las uvas imperfectas se saneaban a pie de viña; luego se cortaban los racimos y se acomodaban en cajas de diez kilos, sin pisarse. Luego se tendían en paseros orientados al sur para secarlas.
Este esmerado sistema de producción, que en 2017 fue declarado Patrimonio Agrícola Mundial, se usaba también en la producción de vinos. No conocían otro sistema. De ahí la limpieza, tersura y complejidad de los vinos dulces malagueños.
La misma técnica beneficia hoy la calidad de los mostos, aunque su destino mayoritario hoy no son vinos de postre, sino blancos secos, tranquilos o espumosos, y naturalmente dulces que nada envidian a Tokajis y Sauternes.
El insigne enólogo Michel Rolland dice que no hay tierra de vinos pobre. La máxima no se cumplió en la Axarquía y los Montes de Málaga, porque la norma, consolidada por el reglamento de la DO Málaga de 1932, era que los viticultores, propietarios de pequeñas parcelas, vendieran la uva a los elaboradores y comerciantes, cuyas bodegas debían estar en Málaga capital.
Para poder cultivar, los agricultores recibían préstamos leoninos de sus teóricos clientes. Cuando la filoxera arrasó las viñas de la provincia en 1878, hubo una epidemia de hambre. Muchos pequeños propietarios tuvieron que emigrar, y los grandes cambiaron de negocio. Al albor del siglo XX, parte de los Montes de Málaga se convirtió en un bosque de pinos, y el resto fue sembrado con almendros o reconquistado por el matorral mediterráneo.
De los legendarios ‘mountain wines’ de los Montes, cantados por viajeros y cronistas, no quedó nada hasta que Victoria Ordóñez, médica reconvertida en vitivinicultora, inició en 2015 su proyecto enológico en torno a la Pedro Ximénez tras una labor detectivesca de recuperación de viñedos en los mejores pagos históricos de los Montes de Málaga. Su blanco Voladeros es sin duda es uno de los grandes blancos andaluces.
En la Axarquía, la viña y su laboreo siguió pasando de padres a hijos, hasta que, en el último cuarto del siglo XX, el aguacate y el mango empezaron a trepar las negras laderas de pizarra.
Hubo y hay resistentes, como Pepe Ávila, vitivinicultor de Cómpeta a quien recurrió Telmo Rodríguez cuando llegó a Málaga. Ilusionado por el hecho de que el prestigioso Hugh Johnson situara un viejo Málaga entre los mejores vinos del mundo. Rodríguez lanzó a mediados de los años noventa sus primeros dulces de Moscatel, entre ellos el hoy mítico Molino Real, mientras que Ávila se estrenó con Jarel, un espléndido naturalmente dulce con una relación calidad precio imbatible.
El malagueño Jorge Ordóñez, que había abierto las puertas de EE UU a los vinos españoles de calidad, deseaba iniciar un proyecto en su tierra. En en 2004, fundó Bodegas Jorge Ordóñez y descubrió la Axarquía a uno de los grandes genios del vino dulce en el mundo, Alois Kracher. Además de una colección de dulces de autor, lanzó al mercado internacional el primer vino tranquilo de moscatel seco, Botani.
En el año 2006 salió al mercado el moscatel seco Lagar de Cabrera, de Bodegas Dimobe. Lo había hecho Juan Muñoz, entonces joven vitivinicultor al cargo de la bodega abierta por su abuelo en el pueblo axarqueño de Moclinejo en 1927. A diferencia de Ordóñez, que llegaba a un mercado libre de prejuicios, Muñoz tuvo que lidiar con el escepticismo de sus paisanos, que no concebían un moscatel seco de corte moderno.
Por cierto que Muñoz, autor de Tartratos, primer espumoso seco de Moscatel elaborado con el método Champenoise, es también el gran maestro de los vinos dulces y secos tradicionales, y en los últimos años se ha embarcado con Vicente Inat, enólogo y autor de algunos de los más interesantes tintos de Ronda, explora las posibilidades de la Moscatel con vinificaciones innovadoras en Viñedos Verticales.
Estos vinos de corte moderno, junto con las variedades alóctonas sembradas en Ronda desde que a finales de 1980 emergiera como zona vinícola, se amparan bajo la DOP Sierras de Málaga, creada en 2001. Antes de eso, aparte de las reinas Moscatel y Pedro Ximénez, la histórica DOP Málaga reconocía pocas variedades más. Una de ellas era la tinta Romé, empleada antiguamente para dar color a los vinos, y hoy para interesantes monovarietales y coupages, entre ellos Ariyanas rosado y tinto de Bodegas Bentomiz, fundada por los holandeses Clara Verheij y André Both, o los que elabora Lauren Rosillo en Sedella Vinos, bodega cuyo nombre rinde homenaje al pueblo de la Alta Axarquía que le robó el corazón al talentoso enólogo albaceteño.
El último romántico en incorporarse a la pléyade de soñadores que aspira a conservar el patrimonio vitivinícola de la Axarquía es Fabio Coullet, que ha logrado la excelencia con el moscatel seco Villazo, criado en barricas de roble francés. La apuesta por la calidad y la singularidad marcan la nueva andadura de los vinos actuales de las zonas míticas de Málaga, pero hay bodegas que todavía permiten disfrutar el patrimonio enológico que representan sus vinos históricos. Entre ellos, el pajarete es de los más populares hoy.
Bodegas como Quitapenas, Antigua Casa de Guardia (que además lo despacha en su centenaria taberna en el centro de Málaga), Dimobe y Diecisiete Filas continúan su elaboración. Otra joya son los vinos secos fortificados; añejos (de 3 a 5 años de edad), como Verdiales de Antigua Casa de Guardia, Trajinero de Málaga Virgen o el Don Pepe de Cortijo la Fuente (ambas en la zona norte), y los trasañejos (vinos de 5 años de edad en adelante) secos o dulces, como los premiadísimos Arcos de Moclinejo de Dimobe, el Seco Trasañejo de esta misma bodega, el Carpe Diem de Bodegas Carpe Diem o los Trasañejos de Málaga Virgen. Soleras centenarias y testimonio de un pasado que sirven de referencia para lo nuevo, todo eso que cuaja y brota sobre el mantillo de siglos de cultura vinícola.