Yoshihiro Narisawa ya era un cocinero destacado hace 14 años cuando visite por primera vez su primer restaurante en Tokio, entonces llamado Les Créations de Narisawa. A los 19 años había emigrado a París para cumplir su sueño de hacerse chef. Se enroló con algunos de los grandes de la Nouvelle Cuisine, entre ellos Robuchon y Bocusse, y en 1996 regresó a su país. Abrió La Napoule en Kanagawa y unos años después inició su proyecto en Tokio, Les Créations de Narisawa, para perder más tarde, en 2010, la parte de la nomenclatura francesa y las influencias más obvias. Visité su casa cuando todavía no se había producido el cambio de nombre, pero ya se vislumbraba una búsqueda en su raíz japonesa y apuntaban los destellos del compromiso con el territorio, el producto y la tradición evolucionada de Japón que, a la postre, han sido las principales características de su carrera, una de las más internacionales e influyentes de su país. Catorce años después, Narisawa es una auténtica leyenda que ha recibido casi todos premios posibles –mejor restaurante de Asia por 50Best, elegido mejor chef por sus colegas de todo el mundo, etc…– y lo único que se le ha