Nunca saldré en “Españoles por el Mundo”

Un día cualquiera en la emisora del Ente Público estaban emitiendo «Españoles por el Mundo». Pregunté qué país visitaban y la contestación fue lo mejor: «en tal país (no recuerdo cuál), pero allí no se come bien». Joder, es verdad. Me hizo pensar que este programa nació con una debilidad: la gastronómica.  En el país del tijeretazo, del «pim pam, toma Lacasitos» y del Sálvame, se come del carajo.

Hablemos de España. Sin complejos. Sin fantasías. Sin tapujos. Dándole a la lengua sin miedo a que nos la corten. ¿Cuántos de nosotros supeditamos nuestras vacaciones a la ruta gastronómica deseada? Elijamos el destino que elijamos, la sensación gastronómica será altamente satisfactoria. Posiblemente, esas vacaciones las acabaremos recordando por los excelentes garitos (con cariño y respeto) que se han visitado y por lo mucho que se ha disfrutado.

¡Venga, va, sin complejos! Ya les gustaría a muchos tener la gastronomía que hay aquí. Y, a los que siendo de aquí les jode… pues eso, ajo y agua. Porque ese papel desestabilizador que se atribuyen algunos es sinónimo de rabia e impotencia. De norte a sur y de este a oeste… ¿cuántos nombres de cocineros? Muchísimos. ¿Cuántos bares y restaurantes? Infinidad. ¿Cuánto producto? Ups, ¿he dicho producto? Creo que deberé pagar el canon a la sede de la SGAE de Sant Celoni. También en las islas y en Ceuta y Melilla (grandes ciudades, grandes olvidadas), se come de maravilla.

¡Cuánta gente joven! ¡Cuánto ímpetu! ¡Cuánta dicha! Y más ahora, cuando los tiempos no acompañan. Esto, señores, es cultura gastronómica. Es cultura gastronómica la cocina de autor. Es cultura gastronómica la cocina de vanguardia. Es cultura gastronómica la cocina clásica. Es cultura gastronómica esos pequeños lugares donde, tras una barra, te sirven una croqueta de escándalo. Es cultura gastronómica el pan. Es cultura gastronómica el vino. Es cultura gastronómica visitar un convento en Cantabria y descubrir el auténtico sabor de los sobaos… Sería cultura gastronómica parar en una estación de servicio, en un peaje, y comer medianamente bien pero esto, mayoritariamente, no se da. Y la Ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, ¿es consciente realmente de que la gastronomía es cultura? ¿También a la cultura hay que darle el tijeretazo? Ya lo dijeron en la asamblea de Euro-Toques celebrada en la Fundación Alícia: «las ayudas son raquíticas». Desgraciadamente, en este sentido a España le queda tanto que aprender de Francia…

A pesar de los pocos pesares me uniré, y que no sirva como precedente, al tan manido eslogan: «esto sólo lo arreglamos entre todos». Se trata de ilusionarnos, de extramotivarnos y de ser conscientes de que, como en España, no se come en ningún sitio. Quizá pueda parecer este texto un homenaje a Nicolas Chauvin. Nada más lejos de la realidad. Su teoría es la de la creencia narcisista, próxima a la paranoia y la mitomanía, de que lo propio del país al que uno pertenece es lo mejor en cualquier aspecto. Aceptaría esta afirmación si escribiera estas letras desde Johannesburgo y hablara de Sudáfrica, pero no. Es más, incluso La Roja a lo largo del Mundial de fútbol será noticia por ganar el torneo (a pesar de las escandalosas ausencias de Tamudo y Palop) y por su dieta, por las toneladas de materias primas llevadas desde España y hasta el cocinero de la Selección tendrá su minuto de gloria en algún servicio informativo.  Si no, al tiempo.

En estos momentos en los que parece que se acabe el mundo porque desde una lista británica, a través de unos votos, el trono ya no está en la piel de toro hay que seguir en la brecha. Más que nunca. Debe quedar demostrado que la hegemonía de la cocina española es real. Porque lo es, al margen de listas y ‘listos’. ¿O no?