Más allá de la Vía Láctea hay enorme espacio exterior. Están las estrellas gigantes y las enanas. En el universo donostiarra de los restaurantes están los súper estrellados y también existen pequeños mitos singulares en su pureza, su espacio o la personalidad de sus comandantes. Probablemente, de los astros que ya están apagados el más añorado sea el Bar Ibai, incluso décadas antes –con otra propiedad– el Bar River. Ya saben los exploradores más sagaces, ahí, en la calle Getaria, donde Alicio Garro, uno de los cocineros más singulares del orbe vasco, Juantxo e Isabel hicieron las delicias de los auténticos, los novísimos que llegaban al arte culinario sin tonterías y de todo aquel que amara el recetario vasco elevado a los altares sin necesidad de bonetes ni casullas. Cuando el Ibai cerró sus puertas hace unos pocos años, los aficionados al producto, a la verdad sin matices, todos esos que hablan de templos del producto y de la autenticidad sin retocar se sintieron huérfanos. Los Garro, que ya habían dado servicios a miles y se habían paseado más que ningún otro de los de su gremio por los mercados de La Bretxa y San Martín en busca de