Los nuevos hábitos sociales se reflejan también en la forma de comer. Ahora se busca más la informalidad, ahorro de tiempo y precios asequibles. En esta línea surge una tendencia arraigada en otros países pero que ahora se extiende con fuerza entre nosotros: comer en el mercado. Se impone la recuperación de los viejos mercados de barrio, convertidos en espacios gastronómicos donde comprar desde el producto más básico hasta la más refinada delicatesen, y con lugares específicos para comer. Llenar la cesta de la compra se compagina así con buenas experiencias gastronómicas. En España, esta costumbre siempre ha tenido su mejor exponente en La Boquería de Barcelona, desbordada ahora por los turistas. También el Mercado de San Miguel, en Madrid, pionero en esta tendencia, ha degenerado en una atracción turística de la que huyen los madrileños, que prefieren otros mercados más populares. De estos, mi favorito es el de Vallehermoso, que hace una década estuvo a punto de desaparecer, con más de la mitad de sus puestos cerrados. Sin embargo, la llegada de jóvenes cocineros, que montaron restaurantes informales en los espacios vacíos, salvó al mercado y le dio nueva vida. Ahora son más de veinte los sitios