Queridos caníbales:

Me voy. Esta es mi última entrega. Después de ocho meses es el momento de apagar el ordenador y decir adiós. Todo lo que sigue a continuación es una hilera de tópicos, pero las despedidas son así. No tenía ninguna experiencia con los blogs, desconocía el lenguaje de la red y sus emboscadas. ¿Ha sido grata la escritura? Mucho. He encontrado gente estupenda y chalados. Hablemos solo de los primeros. Personas envenenadas por la gastronomía que quieren compartir sus conocimientos. Felicidades por la participación: sois unas personas generosas y apasionadas, los motores bien aceitados de los gastroblogs.

Durante más de medio año he estado acompañado de unos fuera de serie, amigos y colegas: Cristina, Toni -el gran capitán Massanés–, Xavier, Tana, Salvador, Roser, Jordi. Un día nos sentamos a comer –¡cómo no!– y decidimos unir energías y saberes para levantar un espacio de debate gastronómico. Hemos trabajado por la cara, por pasión, por afición. Resulta duro -y esos lo saben los bloguers veteranos– ir alimentado las páginas a costa del tiempo libre. Cada uno se entretiene como quiere: unos construyendo; otros, destruyendo. He estado con los primeros. Construir, aportar, fundar. Y dejo a los caníbales precisamente por eso, para cimentar un proyecto que está resultando largo, tedioso y complejo: el libro sobre la cocina tecnoemocional. No es un volumen con muchas páginas, aunque la realidad gastronómica es tan mutante que lo que escribí hace dos años merece una revisión. Necesito todas las horas que no me ocupa mi trabajo en el periódico para ordenar ese caos. Y para fracturar y estropear todavía más un mundo precario, el Santamariagate. Salgo de los blogs con un poco de asco.

Una cosa he descubierto con dolor y perplejidad: no entiendo el odio, la envidia y el rencor que genera la cocina. Una actividad destinada al placer y la felicidad acaba, por culpa de algunos, en un magma purulento y oscuro, enfermizo. Los justicieros, personajes agazapados a la espera de tu movimiento para intentar segarte los pies con la guadaña. Pese a ellos, hay que caminar. Sufro a algunos, resentidos y anhelantes. Pero sigo.

Yo construyo; tú, destruyes. Desarrollo la tecnoemoción y el concepto de bistronomía. ¿Da rabia? No sé por qué. Tío, invéntate algo saludable para pasar el tiempo. Tú, si tú, no te escondas, ya sabes de quién estoy hablando: sé riguroso, sé estudioso, sé aplicado, y aprende a leer y a escribir. Suaviza tu egolatría. El humor es una gran terapia contra la trascendencia. Defiende tu postura sin que para existir tengas que difamar a los otros.

Perdonad por el pequeño desahogo.

Y, para rematar la despedida, una recomendación veraniega: la Guía secreta de Cristina Jolonch. Cris es una de mis mejores amigas. Nos conocemos hace 25 años. El afecto no me enturbia el juicio para afirmar que su libro es uno de los más originales que se han escrito en esos 25 años. Una gran idea, una gran aportación a la cocina. Personas como Cris son las que interesan. Construyen, no destruyen.

Besos.

Algún día -si os parece– nos encontraremos en un blog.