Tengo especial debilidad por las casas de comidas, especialmente por las madrileñas. Esos viejos comedores que definen la gastronomía capitalina. Modestos restaurantes de barrio cuya existencia apenas trasciende de una zona concreta, frecuentados por gentes que viven o trabajan en los alrededores, pero cuyo nivel culinario, en bastantes casos, alcanza cotas notables. En los últimos tiempos estas casas de comidas populares, de las que han ido sobreviviendo muy pocas, han recuperado su prestigio, hasta el punto de que bastantes de las aperturas que se registran en Madrid replican, de manera más o menos fiel, su modelo: proximidad con los clientes y cocina sencilla y bien ejecutada, sin innecesarias complicaciones. Esa cocina confortable y rica que gusta a todos.
Entre las casas de comidas más tradicionales, y con más nivel gastronómico, nombres como Casa Alberto, fundada en 1827, con albóndigas, callos y caracoles como bandera; Paulino, con su pollo de corral en pepitoria; o Asturianos, con los platos de cuchara, el morcillo o el flan que borda doña Julia. Pero probablemente la más popular de todas, a la vista de los llenos que registra a diario, es De la Riva.
Abierta en 1932, hace dos décadas se hizo cargo de ella su actual propietario, Pepe Morán, que la ha mantenido con el mismo espíritu de su fundación. En su sencillo y abigarrado comedor, siempre abarrotado, se congrega un público variopinto que va desde altos ejecutivos y políticos hasta jubilados del barrio que llevan comiendo allí desde su juventud. Sólo abre al mediodía, lo que permite que muchos clientes prolonguen la sobremesa sin prisas, partidas de mus incluidas.
Al estilo tradicional, la carta no se utiliza. Morán canta de viva voz los platos del día. Pero los comensales saben que no habrá sorpresas en la factura final. Platos de cocina casera, bien tradicionales, siguiendo siempre la temporada. Imprescindibles los guisos y la casquería, a la que en De la Riva se le rinde culto. Pocos restaurantes tienen una oferta tan completa de vísceras: sesos rebozados, riñones a la plancha, lengua guisada, hígado encebollado… Y el remate del flan con nata casera.
Cocina para todos los gustos, sin salirse nunca de esa línea popular de la que esta casa es un referente, unido todo a ese trato amable, familiar, que el propietario y sus camareros, con muchos años en la casa, dispensan a los clientes. Casas de comidas, patrimonio de Madrid.