Riojitis

Dejo comanda
Durante años se repetía en tono despectivo hacia los restaurantes en cuya carta de vinos había una presencia de Rioja considerada excesiva. Aquello de la ‘riojitis’ llegó a ser un lugar común, que solía brotar de los labios del enterado de turno acompañado de otros clichés clásicos como ‘hoy se hace vino bueno en todas partes’ o de un exculpatorio ‘no, si yo no entiendo, solo sé cuales me gustan’.
Zarandeada por los vaivenes de las modas, Rioja tuvo que soportar que se la descalificara como una región de vino para señores mayores, elaboradora de ‘zumos de madera’ o emblema de un estilo estandarizado, incapaz de emocionar. En el fondo, aquel desprecio retrataba mejor el histórico cainismo patrio que a los vinos en si. ¿Se imaginan a un francés hablando de ‘burdeitis’ o borgoñitis? ¿O a un italiano echando pestes de una carta con demasiados barolos?
Claro que había un fondo de verdad en aquellos comentarios, alimentados por la complacencia del sector y el conservadurismo de muchos hosteleros, reacios a salirse de la docena de etiquetas que todo el mundo conoce. A ojos del profano, Rioja ofrecía una imagen monolítica, de vinos con un estilo muy marcado y producciones millonarias, en las que se diluía la personalidad de la tierra. También es cierto que, en un momento de eclosión de nuevas denominaciones, había una cierta necesidad de ‘matar al padre’, por decirlo en términos freudianos.
Hoy Rioja celebra sus cien años como Denominación de Origen alumbrando los vinos más interesantes de su historia. Críticos como Tim Atkin, Jancis Robinson, Luis Gutiérrez, James Suckling o Sarah Jane Evans se deshacen en elogios ante la diversidad y versatilidad de una región donde conviven bodegas centenarias, brillantes ejemplos de cooperativismo y jóvenes llamados a reescribir las reglas del sector. Incluso aquellos que hace no tanto eran denostados por chapados a la antigua, son ahora objetos de deseo global.
Afortunadamente, el término ‘riojitis’ ha caído en desuso y contar con un generoso capítulo de Rioja es motivo de orgullo para cualquier restaurante. Si todavía lo escucha en boca de un compañero de mesa, sírvale una copa y espere a que se diluyan sus prejuicios.

NOTICIAS RELACIONADAS