Anoche, sobre el escenario de la Sala María Cristina de Málaga me dejaron con un nudo en la garganta. Subí a recoger el último premio de una noche muy especial en la que SUR, el decano de la prensa malagueña, concede sus galardones gastronómicos. Subí al escenario cuando dijeron mi nombre y al llegar arriba, solo en mitad de aquella nada, dejé de saber qué estaba pasando. Entonces comenzó la sorpresa. Si que te reconozcan tu trabajo en pos de la gastronomía ya es un auténtico orgullo, que lo hagan del modo que lo hicieron fue uno de los momentos más inesperados y emocionantes que he vivido nunca en este mundo de sartenes y copas. La presentadora Berta Collado explicó que había una sorpresa, trajo el asunto de la amistad a la palestra, citó a Nacho Manzano y Aitor Arregi, quienes no guardaban ninguna relación con el acto. Me quedé desconcertado porque pensaba que el premio me lo entregaría algún cocinero malagueño y el director del periódico, mi compadre Manolo Castillo. Pero no. Tratando de comprender mejor lo que estaba pasando, llegué a la conclusión de que iban a poner los típicos vídeos grabados, pero en lugar de eso, desde el fondo del abarrotado auditorio, salieron Nacho y Aitor en cuerpo y alma –dejándome a mí en carne y huesos– y subieron al escenario. Habían venido hasta Málaga desde Asturias y Getaria ex profeso. y habían permanecido ocultos todo el día, por ahí, para mantener la sorpresa. La incredulidad se tornó en emoción severa, se me desencajó el semblante y me costó tragar saliva por un rato. Nos fundimos en un abrazo, escuche sus palabras, exageradas pero bellísimas, y luego dije al público lo que me salió del corazón, nada de lo que había pensado previamente. No suelo compartir mis sentimientos en público (vasquitud pesa), pero lo de ayer bien merece una excepción porque hay que ser agradecido por encima de todas la cosas y ayer me hicieron muy feliz. Gracias a ellos dos y también mi hermano Félix Rivadulla, y a Manolo Castillo –y a Ana G. Lomas y Alberto Gómez– por urdir tan maravillosa encerrona.
He recibido últimamente bastantes reconocimientos, demostración objetiva de que me voy haciendo viejo, pero ayer viví un día especial, no solo por lo relatado, sino también porque fue un honor formar parte del mismo palmarés que algunos de los jóvenes más talentosos de escena culinaria malagueña y de los veteranos más admirables. Allí estaban, Periko Ortega, flamante estrella Michelin en su ‘Recomiendo’ de Córdoba, el sumiller y gran empresario hostelero Marcos Granda, José Miguel Marín, del restaurante Raíces, premio Revelación; los fundadores de la veterana Casa Navarra, en Mijas, Mercedes Lacunza y Carlos Herrero, premio a toda una vida, también la veterana propietaria de Rincón Catedral, Emilia Luque, premio a la Esencia por mantener viva la cocina tradicional malagueña. Completaban el grupo Diego René, el cocinero y propietario de Beluga fue reconocido por compaginar la alta cocina accesible con el profundo respeto al producto de cercanía y también la pareja que forma Palodú, el último restaurante malagueño en recibir la primera estrella Michelin, Cristina Cánovas y Diego Aguilar. Ayer fui doblemente feliz: por el cariño recibido y por formar parte de un grupo del que sentirse orgulloso. Feliz Gracias a todos, de corazón.