Terrazas para comer muy bien en Madrid

Una selección para los amantes del buen comer al aire libre

Alberto Luchini

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Aunque son muchos los restaurantes capitalinos con terraza, no son tantos los que nos hacen disfrutar con su cocina. Los quince que presentamos en esta selección merecen mucho la pena.

Arzábal Retiro (Avenida Menéndez Pelayo, 13)
Más de quince años de éxito avalan la propuesta tabernaria de Álvaro Castellanos e Iván Morales frente al Retiro. ¿Su secreto? Sublimar cosas tan aparentemente sencillas como una ensaladilla con sardina ahumada, unas croquetas de ibérico o unas albóndigas de pularda en pepitoria y complementarlas con recetas en las que el producto es la estrella, caso de una lubina con suquet de mejillones o una estupenda hamburguesa.
Todos estos platos están disponibles en una encantadora terraza urbana en la que, además de comer, se puede tardear con una gran oferta de champanes.
De la misma propiedad, El Jardín de Arzábal, en los bajos del Reina Sofía, es un oasis de verdor entre el tráfago de Atocha cuya oferta gastronómica es prácticamente la misma.

 

Bancal (Serrano, 95)
Tras la salida de Alfonso Castellano, se hizo cargo de los fogones del Mom Culinary Institute el gallego Miguel Vidal, miembro del Grupo Nove y ganador del Concurso de Mejor Empanada en Madrid Fusión 2025, que practica una cocina personal, contundente y viajera, en la que juegan un papel fundamental las frutas y verduras del huerto propio.
Un huerto urbano junto al que se sitúa una preciosa y palaciega terraza con vistas a las calles María de Molina y Serrano y a la residencia del embajador de Francia, en la que se pueden probar platos como vieira con beurre blanc, cítrico y caviar o lentejas caviar con callos de bacalao y remolacha y disfrutar de la puesta de sol.

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Bancal

La Bien Aparecida (Jorge Juan, 8)
Es la indiscutible joya de la corona en Madrid del grupo Cañadío del cocinero y empresario cántabro Paco Quirós. El mérito es de un discípulo aventajado de Michel Bras, José Manuel de Dios, que propone un cocina elegante y refinada en la que tienen especial predicamento las verduras y las revisitaciones desde una perspectiva moderna de recetas clásicas.
En una zona de la ciudad donde abundan los sitios para ver y ser vistos, este restaurante cuyo nombre rinde homenaje a la patrona de Cantabria sobresale por su primorosa oferta gastronómica. Lo cual no es óbice para que su terraza no sea un espacio perfecto par ver y ser vistos…

 

Boccondivino (Poeta Joan Maragall, 17-19)
Dos años y medio han pasado ya de la reaparición de Boccondivino en el distrito de Chamartín. Medio lustro en el que el restaurante de Ignazio Deias se ha vuelto a consolidar como uno de los italianos de referencia en Madrid con sus especialidades sardas, su recuperación de recetas poco conocidas de otras regiones del país y una inabarcable oferta de vinos y grappas.
Para el verano, Boccondivino ha dispuesto una terraza urbana con capacidad para media docena de mesas, rodeada de jardineras que permiten aislarse casi por completo de cuando sucede en derredor.

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Boccondivino

China Crown (Don Ramón de la Cruz, 6)
Alta cocina imperial china en un restaurante con una cuidadísima decoración que fue el origen del miniimperio de la sinoespañola María Li Bao, quien, tras conquistar Madrid con negocios como Lelong, Bao Li o Tottoro, ya se ha expandido por España, con sucursales de China Crown en Barcelona y Marbella.
El plato que hay que tomar en esta casa, sí o sí, es el pato laqueado de Pekín, que se sirve en sus tres vuelcos reglamentarios (crepes de piel crujiente, carne salteada y sopa). Y si se hace en su más que agradable terracita urbana en plena Milla de Oro capitalina, mejor.

 

Colósimo (José Ortega y Gasset, 67)
El restaurante de los hermanos Romero es una de las mejores embajadas gastronómicas gaditanas de la capital, con sus croquetas de puchero (con su hojita de hierbabuena, faltaría más), sus diversos cortes de atún, su tocinillo de cielo y una tortilla de patatas inolvidable…. A pesar de que lleva cebolla.
Conseguir sitio al atardecer en su terraza urbana en la exclusiva calle de Ortega y Gasset es tarea ímproba pero la recompensa, ya sea en forma de cena o simplemente de picoteo ligero, vale la pena.

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Colósimo

Don Giovanni (Paseo Reina Cristina, 23)
Veinte años cumple en 2025 el restaurante del inimitable Andrea Tumbarello. Veinte años en los que se ha convertido en punto de encuentro de intelectuales, artistas y deportistas, gracias a su amplísima carta de pastas, que toca todas las regiones de Italia, a sus pizzas, a su sobresaliente bodega y a la arrolladora personalidad de su alma máter.
En verano cuenta con una terracita urbana, sita junto a un parquecillo, que es un remanso de paz y tranquilidad, debidos al escasísimo tráfico de la calle.

 

La Fonda de la Confianza (General Gallegos, 1)
Figura fundamental de la eclosión de la hostelería madrileña del último cuarto de siglo, Paco Patón parece haber encontrado su shangri-la particular en esta fonda de Chamartín cuyo nombre es toda una declaración de intenciones por su parte.
Arroces, guisos, casquería y escabeches son el epicentro de una propuesta tradicional y reconfortante que se completa con los pescados del día, presentados de viva voz (precio incluido) por el equipo de sala. La gran terraza cubierta, una suerte de exuberante jardín, es un plus añadido.

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La Fonda de la Confianza

Los Galayos (Botoneras, 5)
Dentro de esa inmensa tourist trap que es la Plaza Mayor, apenas pisada por los madrileños salvo imperativo legal, hay un restaurante que resiste, ahora y siempre, a los invasores. Es Los Galayos, local más que centenario y lleno de historia, pues en uno de sus salones se constituyó la Generación del 27.
Su gran especialidad es el lechón asado durante ocho horas, pero sería un error visitar este restaurante y no probar la oreja de cochinillo confitada y empanada, los callos a la madrileña o las manitas de cerdo rellenas de ternera.
Dispone de dos terrazas a pie de calle: una en la calle Botoneras, abierta todo el año, y otra en la mismísima Plaza Mayor, en la que además de comer siempre se pude jugar a sociólogo e intentar analizar a los pasantes de todo tipo y pelaje.

 

El Jardín del Ritz (Plaza de la Lealtad, 5)
Uno de los jardines más bonitos de Madrid, con vistas privilegiadas de la muy rojiblanca plaza de Neptuno, que está en funcionamiento casi todo el año, salvo imponderables climatológicos.
Con la dirección gastronómica de Quique Dacosta, los arroces son su punto fuerte: hasta cinco elaboraciones diferentes, con la paella tradicional valenciana como estrella indiscutible. Pero hay mucho más: ceviches en homenaje a Gastón Acurio, frit de langosta con patatas, huevos fritos y sobrasada, selección de caviares o picantón al ajillo. E incluso un par de menús degustación para hacer un recorrido por la carta.
Eso sí, que nadie olvide que el Ritz es un sitio de lujo y el lujo se paga.

 

Lafayette (Recaredo, 2)
La brasserie fundada y gestionada por Sebastian Leparoux lleva casi dos décadas siendo uno de los escasos representantes en Madrid de la cocina tradicional francesa.
En verano, la íntima terraza, rebosante de vegetación (y, ojo, libre de humos), es el rincón ideal para recuperar platos tan representativos (y bien ejecutados) del Hexágono como steak tartar, foie casero, rillete, paté de campaña, magret relleno de foie al calvados con cerezas, bullabesa o solomillo da vaca con salsa Café de París.
Gran amante de los vinos, Leparoux gestiona una carta de vinos galos francamente interesante, a precios más que razonables.

 

Rubaiyat (Juan Ramón Jiménez, 37)
A punto de cumplir dos décadas, la sucursal madrileña de la cadena internacional de asadores nacida en Sao Paulo sigue en plena forma. Sobre todo y ante todo, en los meses de buen tiempo, con una de las terrazas-jardín más acogedoras y relajantes de la ciudad, en pleno distrito financiero.
Las carnes a la parrilla, con opciones de atacar una amplia variedad de cortes y de razas, son las indiscutibles protagonistas de la propuesta gastronómica. Pero igual de imprescindibles son el pao de queixo a la brasilera, la empanada de solomillo o el tartar de carabinero con bisque.

 

Sacha (Juan Hurtado de Mendoza,11, posterior)
Superado el medio siglo de vida, el “fogón y botillería” fundado por Pitila Mosquera en 1972 y regentado por su hijo Sacha Hormachea es mucho más que un restaurante, es una institución de Madrid.
Durante el verano, la sala deja de funcionar para trasladarse a un recoleto jardincito anexo con exactamente la misma capacidad de comensales, cuarenta… por si un inesperado chaparrón estival agua la fiesta y hay que refugiarse.
Para comer se puede optar por clasicazos que todos los gastrónomos avezados capitalinos conocen (tortilla vaga, ostras fritas y/o escabechadas, falsa lasaña de txangurro y erizo, bocaditos de merluza o unas lentejas de emocionarse) o ponerse en las manos del patrón y dejar que nos sorprenda con lo que el mercado y su imaginación dicten ese día.

 

Santo Mauro (Zurbano, 36)
Un maravilloso jardín rodado de castaños y ubicado en uno de los hoteles más encantadores de Madrid donde el chef barcelonés Rafa Peña replica, con ligeros cambios, la fórmula bistronómica que tanto éxito le ha reportado en el Gresca de la Ciudad Condal.
La oferta consta de propuestas tan estimulantes como las croquetas de gambas de Palamós, el mítico bikini de lomo ibérico y queso comté, la ensalada de bogavante azul o el guiso de sepia con habitas y sepionet. Y de una más que interesante carta de vinos por copas.
Precios mucho menos prohibitivos de lo que el palaciego marco invitaría a pensar. Si una primera cita para cenar en esta terraza no funciona, mejor dejarlo.

 

Villa Verbena (Paseo de María Teresa, 3. Lago de la Casa de Campo)
Una especie de kiosco a orillas del lago de la Casa de Campo que viene a ser lo más parecido a un chiringuito playero que se puede encontrar en Madrid, con vistas a la Catedral de la Almudena y al Palacio Real. El escenario es impagable.
De la cuestión gastronómica se ocupa el equipo de Triciclo, que sigue al pie de la letra las líneas maestras de la casa madre, esto es, platos con enjundia y respeto máximo por el producto. Tanto es así que en la carta hay un apartado de clásicos de Triciclo: steak tartar con huevo y huevas; gamba, shiso y mango o canelón de rabo de toro con salsa de queso pecorino.
La parrilla a la brasa juega un papel muy importante en Villa Verbena: lubina, pulpo, rapito, entraña, chuleta de vaca… Los fines de semana, brunch. Y, claro, buena oferta de cócteles y destilados, que las vistas bien merecen una sobremesa.

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