Combate Nulo

No era la primera vez que se enfrentaban. Ya se habían visto las caras y habían medido sus guantes en anteriores rifi-rafes de veladas menores donde no se ponía en juego el título, pero ninguno de los púgiles estaba satisfecho con el resultado. Las victorias se decantaban claramente por el campeón pero habían sido a los puntos y eso para este era insuficiente y al otro le daba cancha. Ambos fanfarroneaban mientras se vigilaban recelosos desde sus respectivas esquinas con la miope mirada de quienes se tienen por campeones pero también de quienes quieren serlo a toda costa.

Aunque se tenían ganas y el ambiente estaba caldeadito, lo cierto es que a mi me afectaba resbaladizamente. En la lejanía de mi conciencia de aprovechado que pasaba por allí y en la ajeneidad de quien tiene sus huevos en otro cesto, no mostraba querencias en el pugilato. Venía de la nada y hacia la nada iba, así que ¿qué me iba en el envite?: nada. Desprejuiciado, primerizo en estas lides, inocente-inocente, me sentía un objetivo observador y, por lo tanto, a priori y a pesar de la ternura que siento por los más débiles, un crooner decente ante una ocasión que la pintaban calva.

A pesar de los pesares, en la báscula y durante los prolegómenos, los contendientes se mantuvieron contenidos en la verborrea y baladronadas habituales que para estas ocasiones promueven los promotores. Los expectantes espectadores de estos fútiles espectáculos previos no sabían a qué atenerse y así, conservadores al cabo, las apuestas se decantaban masivamente por la dominante postura de quien se colgaba el cinturón de campeón.

El Periodismo Profesional defendía una vez más el título que nadie había conseguido arrebatarle desde que él mismo se inventara esta disciplina de la Prescripción Gastronómica en su máxima categoría de Pesos Pesados de La Crítica. Desde Brillant & Grimod hasta Ego ningún osado se había siquiera acercado a los fogones de las cocinas de este infierno que tan solo los iniciados sabían y dejaban manejar.

Tenía pues la posición ganada, había alcanzado el peso específico máximo y atesoraba una tremenda y contundente pegada. Aguantaba bien el castigo y su veteranía le dotaba de todo tipo de recursos y viejos trucos, era un maestro del cuerpo a cuerpo donde se fajaba a sus anchas con crochets y ganchos, destilando toda su mala leche y sus más pérfidas artes. Su saber le venía pues tanto por viejo como por diablo. Aun así, su exceso de confianza, la lentitud y pesadez de sus movimientos, la escasez de reflejos y el miedo a perder su trono y su tronío, más propios de pasadas épocas que de estos tiempos revueltos lastrados por la agonía del papel, la obligación de reciclaje y la adaptación a los nuevos medios de los Medios, hacían que no las tuviera todas consigo. A pesar de ello, desbordaba confianza, inconsciente de ese peligro cierto del nothing last forever.

Por su parte, El Blogismo Amateur era el aspirante oficial al título. Había tenido que currárselo un taco para llegar hasta aquí, pasando de maestros y sus «sabios consejos», en la ruina total del freelance, partiéndose la jeta y dejándosela a cachos en los mil foros de mala muerte donde se lo tenía que montar. Sin embargo había salido de la mierda y para él, estar aquí, en el sancta sanctorum de la cosa, era ya triunfar como Los Chichos. Ni los intrusos de Misión Imposible amañando combates lo hubieran hecho mejor para introducirse y echar raíces en este mundillo de la crónica culinaria ni para atraer a tantos y tan forofos seguidores internautas.

Llegaba pues sin sitio, con prisas, inseguridad e impaciencia, con escasez de peso y de punch, sin experiencia en grandes combates y la obligación de esquivar y fintar para evitar un knock out temprano. Sin embargo su juventud y su osadía eran la causa de su peligro real, basado en un ataque que conectaba directos veloces y continuos y una movilidad, juego de piernas, agilidad y cintura que iban haciendo mella y desesperaba a sus oponentes que difícilmente mantenían el tipo y besaban, tarde o temprano, la lona. A su favor tenía el claro deterioro periodístico general por titulitis crónica, la necesidad sempiterna de cambio, la imposibilidad de noquear a la Red y el empuje que esto conlleva para expresarse en libertad en la aldea global. Estaba que lo flipaba inconsciente de su falta de suficiente poder para mover las cuerdas de este cerrado cuadrilátero.

Con estas armas, a favor y en contra, y ante la gran expectación suscitada, ambos púgiles subieron al ring que se había instalado en el Palacio de El Kursaal. Pero la sed de sangre, a medida que caían los asaltos y ambos contendientes se empecinaban en sus estrategias sin resultados positivos, dió paso a un desencanto que se hizo muermo ante su patente enganche que el árbitro fue incapaz de separar y reconducir hacia propuestas novedosas y progresistas. El embate se agotó sin dejar nada positivo, ningún avance y sólo sinsabores. Ni ko ni ok tan solo un kakao kansino y machakón.

Cuando el Periodismo Profesional, ya avanzada la contienda, se sentó en su taburete esquinado, medio grogui y con las cejas hinchadas y abiertas, su manager le gritaba: «no ta tocao, no ta tocao». Él contestó: «pues vigila al árbitro que alguien me está hinchando a ostias». A su vez el Blogismo Amateur llegaba totalmente sonao a su rincón. Acertó a preguntar a su manager: «¿cómo voy, cómo voy?». «Si lo matas empatas», le contestó.

Combate nulo. El campeón retuvo el título. The same old story.