La cocina funciona

Desde los años veinte como mínimo, con el descubrimiento de las vitaminas, la industria alimentaria sabe que hay componentes que, sin mejorar su aroma o sabor, pueden añadir valor a los alimentos. Desde entonces hasta la actualidad el interés por desarrollar los llamados alimentos funcionales no ha parado de crecer entre los productores agroalimentarios. La gracia está en conseguir desarrollar derivados lácticos con bacterias benéficas, huevos con omega 3, zumos cargados de fibra o galletas supervitaminadas. Es decir, complementar los alimentos con algunas cosas buenas que en principio no tenían.
Toda investigación conviene, y más si sirve para hacernos comer mejor y dar beneficios a nuestra industria agroalimentaria. Ahora bien, el invento no es nuevo, lo de preparar comida que satisfaga mejor nuestras necesidades nutricionales, con la finalidad de que estemos más sanos, es lo que siempre ha hecho la cocina. Al no haber ningún alimento que, por sí solo, contenga todo lo que nuestro cuerpo requiere, se trata de combinarlos entre sí –además de manipularlos y/o cocerlos para que sean seguros y fácilmente asimilables- hasta conseguir ajustar lo que necesitamos y lo que nos aportan. A menudo esto se ha conseguido más con paciencia y conocimientos heredados que con ciencia. Es la sabiduría de la tradición. Por ejemplo, en muchos lugares donde la carne o el pescado no abundan, se acostumbran a preparar platos que combinan cereales y legumbres, como el arroz con habichuelas. La dietética científica nos puede explicar ahora que esta fórmula tan acertada funciona, de alguna manera, como proveedor de proteína de calidad.