Carles Abellán, tras la pandemia y sus insidiosos coletazos, decidió tomar otra deriva, tanto personal como profesionalmente. Dejando la pesada impedimenta atrás, y con su hijo Tomás liberado en su Bar Alegría de la Gran Vía barcelonesa, decidió centrar su rumbo en los eternamente exitosos Tapas 24 (dos en Barcelona y uno en Singapur) y en su proyecto de Formentera con su mujer, Natalia Juan, Casa Natalia, que acaba de reabrir con un swing hacia arriba de la carta y con un flamante club clandestino y muy rockero en el sótano, Charly.
Aunque, en realidad, detrás de todo eso apenas se disimula una decisión vital de, ejem, downshifting activo. Carles, junto a Natalia, soñando Formentera desde hace unos años, se ha trasladado prácticamente a la isla de Circe –“sólo voy un par de días a la semana a Barcelona”, ríe con una despreocupación vestida de camiseta y cholas- y toda su ilusión gastronómica yace junto al arrebatador turquesa del Mediterráneo formenterano. No está mal, no.

Carles, desde sus tiempos bullinianos, tanto en Cala Montjoi como en el hotel Hacienda Benazuza-elBulli (Sevilla) y en la aventura barcelonesa de Ferran y Juli en el Talaia Mar (lugar del que surgió la legendaria tortilla de patata deconstruida), donde ejerció de jefe de cocina junto a Sergi Arola, ha sido siempre dueño de su destino. Con una visión preclara, al dejar voluntariamente el amparo de El Bulli, entendió que el momento histórico-gastronómico invitaba a trasladar la fantasía de Ferran al terreno urbano y con una codificación más versátil y confortable. Y así fue el inevitable suceso de Comerç 24, restaurante que puso en formato tapas y platillos comprensibles la creatividad de Adrià.
Fue su primera estrella Michelin y ahí vivió uno de sus grandes hits: dar de comer a Mick Jagger. Su trayectoria ya se volvió imparable y de esta suerte creó un gran grupo avant la lettre -los Tapas 24, primer establecimiento, junto al Inopia de Albert Adrià, que “limpió, fijó y dio esplendor” a las tapas barcelonesas; el Bravo en el hotel W, La Barra de la Barceloneta, su segundo macaron; el Suculent del Raval, un restaurante en la tienda Harley Davidson, local de tapas en el Camp Nou; una gastroneta de bocadillos de longaniza; un Tapas 24 en Canadá… Proyectos todos ellos que los diferentes avatares y el covid aconsejaron adelgazar y reconducir.

Formentera, entonces, apareció en el horizonte y Carles lo vio claro. Esta isla, que en muy poco tiempo se ha convertido en hot spot gastronómico lejos del mundanal ruido ibicenco -los restaurantes de Nandu Jubany, Fandango, el propio Casa Natalia, entre otros- ha llenado el futuro culinario de Abellán, bien motorizado por sus locales de tapas de la península y Asia. Y se hizo Casa Natalia. Primero, más o menos como el brazo isleño del Tapas 24; hace un mes, como la principal apuesta del cocinero y empresario.
Nos situamos en San Fernando, y allí, en plena zona peatonal, el estallido de las flores y las plantas no tiene pérdida: la lujuriosa terraza de Casa Natalia. Carles -quien tuvo, retuvo- y Natalia le han dado un giro a la anterior propuesta, que si bien contiene muchos de los éxitos del Tapas 24 ha crecido en producto de altura, cocina y platos más enjundiosos.

La noche es alegre en Casa Natalia con esos primeros tientos de puré de patata con caviar generoso, parmesano tocado de balsámico, el famoso bikini trufado signature y el lujoso brioche de cangrejo real. Yendo hacia los diversos caminos que propone la carta, avanzamos sinuosamente con la ostra a la brasa con rustido ibérico (también al natural y a la tsukiji y kizame), la anchoa con mantequilla ahumada, el carpaccio de rubia gallega, las láminas de chuletón de atún rojo con escabeche de tomate y, no podía faltar, la ensaladilla con ventresca ganadora del Campeonato Nacional en San Sebastian Gastronomika.
No voy a delegar ni las alcachofas a la brasa con salsa de romesco ni la berenjena escalivada con sobrasada de Xesc Reina, queso, miel y pipas. La etapa reina de la cena comienza con el calamar de la isla con cebolla confitada y yellowspicy sauce y la raya a la brasa con mantequilla negra, alcaparras sicilianas y lima, un clásico de intachable factura. Me quedo con las ganas del lenguado entero a la brasa con “agua de Lourdes».

Llenas de color y canalleo las ribs en bossam al estilo thai. Y, ya sin concesiones ajenas, recordando la cocina barcelonesa que lanzó Abellán hace unos años en elSuculent, el bacalao con sanfaina y tomate fresco, de cronométrica cocción, y las morbosas albóndigas de la abuela con tomate fresco y spaghetti. Quedan para otra ocasión la almejas al jerez, la frita de langostinos de Sant Carles y el arroz marino meloso.
Porque ahora toca bajar al Charly, un sótano muy “Pulp fiction” presidido por una Wurlitzer auténtica –“me la traje de Los Ángeles”, cuenta-, una añeja máquina de marcianos, sofás de los 50’s, terciopelo azul, postes originales de bandas de rock and roll y hasta un privado.
Suenan los riffs de guitarra mientras Joan Escribà, que ha llegado a la isla en su Harley, me cuenta su inminente proyecto de “bean to bar” y chocolatería-bombonería de haute Couture en Ampuriabrava, donde vive junto a su inseparable avioneta.
Y, con el enamoradizo sabor de esas fresas con nata que nos arrastran a una infancia perdida, reímos y reímos con Carles y Natalia hasta que la noche nos engulle.