Suponiendo la Sala - Atrio

Cuando con veinte años decidí lo que quería hacer en la vida, vi que no era dedicarme a la filosofía ni a la arquitectura como pensaba desde el bachillerato, sino abrir un restaurante. No fue por las comidas sofisticadas, ni por la nueva cocina, ni por la tradicional. Fue por lo que íbamos sintiendo tanto Toño como yo cuando estábamos de vacaciones o teníamos libre, salíamos a cenar con amigos o simplemente él y yo y todo lo que pasaba alrededor de una mesa, cómo te hacían sentir, la iluminación, la belleza de los objetos, quedaba grabado en la retina…

Foto: Carles Allende
Foto: Carles Allende

La sala es algo más que los camareros poniendo platos. La sala empieza en Atrio, cuando recibimos a las personas que vienen a vernos, en cómo las recibes, en cómo les recoges los abrigos; en definitiva, en cómo es la acogida. Por supuesto, para mí es importantísima la iluminación del restaurante, la belleza de todos los objetos, saber cómo se encuentra el comensal a lo largo de las 3 o 4 horas que pasa allí, la simpatía de todos los que intervenimos en ese tiempo, sin excesos, sin agobios y sin intentar dar lecciones, escuchando y transmitiendo todo lo que hay de bueno en nuestro entorno más cercano y por qué no, alrededor del mundo.

Creo que no sólo las personas que trabajamos en la sala, sino todas las del restaurante y también, en nuestro caso, en el hotel, tenemos la obligación tanto de estar en perfecto estado de revista (que diríamos en mis tiempos de mili), como también más formados en todas las cosas buenas que nos ofrece la vida y que necesitan aprendizaje: el vino, la música, el arte, la arquitectura, la historia… Ahora no solo ponemos platos, no solo somos “transportistas” (como nos llaman los de cocina), sino que somos un poco cuenta cuentos, un poco amigos, un poco familia, un poco amantes, un poco todo lo que hace que al final una noche tenga magia  y que al caer el telón tengamos la sensación de que ha valido la pena venir hasta aquí.

Foto: Carles Allende
Foto: Carles Allende