“El clima del valle se puede definir como templado-frío húmedo, con influencia del anticiclón del Pacífico. Los inviernos son fríos y lluviosos, los veranos secos y de noches muy frías, con amplitudes térmicas que a veces llegan a los 30 grados”, explica Sofía. Esa diferencia de temperatura entre el día y la noche, sumada a los vientos intensos, es lo que permite que las uvas maduren lentamente, acumulando aromas sin perder frescura. Pero también es un escenario de riesgo permanente. “No tenemos periodo libre de heladas. En primavera y en otoño son muy fuertes, y a veces hay episodios incluso en pleno verano. Las protegemos con irrigación supra arbórea, pero igual hay que convivir con la posibilidad de perder parte del viñedo cada año.”

En ese borde entre la amenaza y la precisión, Trevelin forja vinos de bajo alcohol y alta acidez, con una personalidad inconfundible. “El potencial de la zona está en hacer vinos únicos, de frescor natural y potencial de longevidad”, resume Sofía. Contra Corriente, la bodega donde trabaja desde 2017, produce unas 10.000 botellas al año y se levanta junto a un lodge de pesca que mira al río Percy, a pocos kilómetros del límite con Chile. El paisaje es magnético, pero la viticultura ahí es casi heroica. “Las bajas temperaturas del invierno pueden dañar las plantas, la maduración es lenta, los rendimientos son bajos. Pero esa lentitud también es un regalo: da vinos equilibrados, vibrantes, con una tensión natural imposible de imitar en zonas cálidas”.

Antes de llegar a Chubut, Sofía había pasado años entre vendimias de clima frío: Borgoña, Oregon, Nueva Zelanda, Colchagua. De todas esas geografías se trajo una convicción: la calidad empieza en el viñedo y se sostiene en la técnica. “En Borgoña vendimié tres años. Me encanta su orgullo, el valor del terruño por sobre la marca. La gente campesina que se levanta a las cinco de la mañana y hace vinos de 1.200 euros, y no le importa. Eso me marcó. Aprendí que la enología no es un dogma, es una herramienta para que el vino envejezca bien. No me gusta hacer vinos hippies. Me gusta hacer vinos usando la enología, con criterio. Los vinos naturales que puedo abrir en diez años y estén bien son contados con una mano”.

Contra Corriente no es la bodega más austral, ese título posiblemente lo tenga la bodega Otronia, en la latitud sur 45; aun así el desafío es total: “Desde un principio, los dueños querían hacer el mejor vino posible. Para eso, todo empieza en la uva. Tenemos un equipo permanente que entiende el viñedo y trabaja sin herbicidas ni agroquímicos. No tengo certificaciones, pero no quiero tirar veneno donde camino con mis perros. Es mi jardín. Nadie quiere tirar veneno en su jardín”. Esa filosofía atraviesa su forma de producir: mínima intervención, respeto por cada añada y un trabajo manual que exige precisión y paciencia.

Los vinos de Trevelin comparten una estructura común: acideces altas -entre 6 y 9 g/l-, pH bajo y alcoholes moderados. “Son ligeros, con frescor, pero tienen muy buen potencial de guarda”, dice Sofía. “Cada añada es distinta, porque el índice bioclimático cambia año a año. A veces hay más heladas, a veces más maduración. Es una zona donde la naturaleza te recuerda todo el tiempo que manda ella”. Esa dependencia del clima extremo, que en otras regiones sería una amenaza, acá se convierte en identidad.
Entre las variedades que mejor se expresan, Sofía no duda: “Cualquier variedad blanca es interesante, y el pinot noir, por supuesto. Pero también hay cientos de clones europeos que no conocemos en Argentina. Me encantaría ver plantados los spätburgunder o los blauburgunder, como en Alemania o Austria. Y entre las blancas, me intriga mucho el chenin: nadie lo plantó todavía en Trevelin, pero podría tener un futuro espectacular”.
Las nuevas añadas de Contra Corriente —pinot noir 2022, chardonnay 2022, gewürztraminer 2023 y un espumante extra brut 2021— consolidan el estilo expresivo que Sofía Elena viene construyendo en el sur. Son vinos de clima frío, de acidez vibrante y estructura precisa, marcados por la tensión entre la frescura y la elegancia. El pinot muestra un perfil austero y profundo, de aromas a fruta negra y especias; el chardonnay despliega notas de cítricos maduros, con un sutil costado de frutos secos; el gewürztraminer suma la delicadeza de las flores y las frutas blancas manteniendo austeridad en una variedad tan terpénica; y el espumante, elaborado por método tradicional con dos años sobre lías, traduce la pureza de Trevelin en burbujas finas y persistentes. Esa identidad se apoya en los suelos del valle, formados por depósitos glaciales y fluviales mezclados con ceniza volcánica, donde el viento del Pacífico y la gran exposición solar modelan vinos de cuerpo ligero y frescor aromático. Contra Corriente trabaja con rendimientos bajos y variedades de ciclo corto, cosechadas en abril, buscando el punto de madurez exacto. “El vino de clima frío no se puede apurar —dice Sofía—, hay que esperar a que la uva te diga que está lista. Si la forzás, perdés su alma.”

Su elección de trabajar en Chubut no fue casual. “Hace ocho años vivía en Chile, en Colchagua. Empecé a buscar proyectos en la Patagonia chilena hasta que me contaron que había vino en Chubut. Tres bodegas: Casa Yagüe, Ñant y Fall y Contra Corriente. Las llamé a las tres y les dije que quería ir. Vine a ver si los viñedos existían de verdad. Existían, estaban vivos, y los vinos ya mostraban potencial. Con un poco más de onda iban a ser mejores. Vi futuro y me quedé.”
Hoy, Trevelin tiene ocho añadas acumuladas, desde 2018 a 2025, y un reconocimiento creciente. En 2020 obtuvo la Indicación Geográfica, el primer sello de origen de la provincia, y sus pinot noir, chardonnay y gewürztraminer figuran entre los vinos más buscados del sur argentino. Sofía es una de las pocas enólogas con experiencia internacional trabajando allí de manera estable, y una de las voces que más insisten en el valor de la investigación. “Me gustaría ver un vivero serio dedicado exclusivamente a la Patagonia. Hay que estudiar más los suelos, los microclimas, el ambiente. Trevelin es una zona de frontera: se necesita tiempo, observación y conocimiento para entender cómo funciona”.
Ese espíritu pionero también define su relación con el paisaje. “El día que todos preguntemos de dónde viene esa lechuga o ese vino, ese día vamos a estar bien. Hay que preguntar de dónde vienen las cosas. Cuando exijamos que sea así, va a ser así.” En su voz hay una mezcla de realismo y pasión, como si la inmensidad de la Patagonia la hubiera contagiado de calma. “Trabajar limpio no es una tendencia, es sentido común. El vino forma parte de tu entorno: es imposible separar la ética de la estética”.
Entre los proyectos futuros de Contra Corriente, Sofía menciona la ampliación de la línea de espumantes, una categoría que —como en el resto de del sur— empieza a dar resultados sorprendentes. “Trevelin tiene una heliofanía muy alta y una acidez natural que nos permite hacer bases espectaculares. El clima es un desafío, pero también una ventaja. Hay que usarlo a favor”.
Su maridaje favorito no está en una mesa, sino en el paisaje. “Trekking y vino —dice—. Hacer una caminata hasta un lago y abrir una botella con el picnic. Eso es lo mejor que tiene este lugar”. Hija de mendocinos y nacida en la bonaerense Bahía Blanca, Sofía habla como si hubiera crecido entre los vientos del sur. Su vida entre vendimias y viajes le dio una mirada nómade que contrasta con la decisión de haberse quedado en Trevelin. “Sé que es una zona a explorar y tengo claro por qué camino hay que ir. El vino es añejable y la viticultura tiene que ser limpia. Es simple. Pero simple no quiere decir fácil.”
En el extremo autral del mapa, donde la luz cambia cada hora, Sofia Elena se sostiene en la idea de hacer vinos no apurados, que crezcan al ritmo del frío. Su paciencia nómade y su claridad técnica parecen hechas a la medida del valle. Donde muchos ven un límite, Sofia ve una oportunidad.
