Situada al nordeste de Burgos, dicen de La Bureba que es la gran desconocida de la zona. Se trata de una llanura rodeada de zonas montañosas que dibuja sus límites con la Mesa de Oña, al norte; los Montes de Oca, al sur; los Montes Obarenes al este y el Altotero (Poza de la Sal) al oeste. Nos embarcamos en un corto viaje a esta tierra –y a sus territorios limítrofes- para descubrir su belleza.
Si hay una época ideal para viajar hasta la Bureba, seguramente es a partir de estas fechas. La bonanza de las temperaturas primaverales y veraniegas permite la práctica, no solo del deporte del condumio, sino también el del turismo activo y cultural.
La visita a Belorado (imprescindible el Museo Internacional de Radiocomunicación y la reproducción de una trinchera real de la I Guerra Mundial –única en Europa- por la que puedes pasear junto con las antiguas minas de manganeso, declaradas bien de interés cultural), Briviesca (su conjunto monumental y artístico es increíble), Oña (el monasterio benedictino de San Salvador posee verdaderos tesoros culturales únicos en el mundo e incomprensiblemente desconocidos y conserva la primera piscifactoría de salmón y trucha del s. XVI) o Poza de la Sal (lugar de nacimiento de Félix Rodríguez de la Fuente y poseedor de minas de sal) son algunos de los puntos que se han convertido en destinos obligados de viajeros. Y si nos queda tiempo, y aunque está fuera de los límites de la Bureba, no hay que olvidar la visita al Centro de Arqueología Experimental y al yacimiento de Atapuerca. En todos estos lugares, se organizan actividades, tanto para adultos como para niños, lúdicas, pedagógicas y muy entretenidas. Muy a tener en cuenta si nos gusta disfrutar de la naturaleza en familia, aprender de manera divertida y conocer territorio y paisaje.
¿Dónde comer?
Nuestra propuesta pivota en tres puntos. El restaurante La Italiana, en Cerezo de Río Tirón, muy cercano a Belorado, para una propuesta informal, casera, sin más pretensiones que probar la cocina burgalesa en un ambiente local, sin algarabías ni estéticas ni culinarias. Se puede comer bien por unos 15 euros.
Los Claveles es uno de los lugares imprescindibles para probar la famosa olla podrida –palabra derivada de poderida que significa olla de los poderosos porque solo los que tenían dinero podían comprar los ingredientes para cocinarla-. En este restaurante se sirve en dos pases, por un lado el guiso de judías rojas autóctonas, de Ibeas, (son más redondas y con la piel más tierna que el resto) y por otro, los siete sacramentos con los que se prepara el cocido (morcilla, chorizo, costillas, manitas, oreja, pata y tocino). Al acabar, un postre. Son todos caseros menos los helados. De judías se puede repetir tanto como queramos y el precio del plato es de 18 euros. Actualmente son Raquel Martínez –especializada en cocinar la olla podrida- y Santi Martínez –encargado de la gestión- los propietarios del establecimiento. Estos hermanos son la tercera generación dedicada a la restauración ya que Los Claveles fue fundado por la abuela. Desde siempre la olla podrida ha sido el pilar de la casa y buena prueba de ello es que a lo largo de toda su trayectoria se ha convertido en un centro de peregrinaje para degustarla. De hecho, dado que es una receta contundente y calórica, hubo un verano que la eliminaron de carta. No fue posible perpetuar esta nueva norma ya que los clientes venían expresamente a probarla y se quejaron. Desde entonces, pueden encontrar este guiso todo el año. Si la parte más tradicional la lleva Raquel, la más “moderna” es creación de Jose Pablo Ruipérez, chef que lleva diez años trabajando codo con codo con esta familia, justo cuando decidieron renovar el local e introducir nuevos platos. Precio medio 30-35 euros. Eso sí, hay que destacar que el restaurante está en Ibeas de Juarros, fuera de lo que sería La Bureba, muy cerca de Atapuerca. No obstante, vale la pena acercarse. Si escogéis el fin de semana para visitarlo, mejor reservar, en algunas épocas se necesita hacerlo con más de un mes de antelación.
En nuestro periplo por estos lares, nuestro centro de operaciones fue el Palacete del Obispo, lugar donde dormimos y también donde cenamos la última noche. Un lugar tranquilo, bonito y cómodo en el que uno se puede relajar leyendo junto a la chimenea o en el jacuzzi de su ático. Pocas habitaciones y ambiente familiar.
Visitas gastronómicas
En nuestra incursión por este territorio aprovechamos para visitar dos puntos de producción artesanal propia: las minas de sal y la destilería Reino de Castilla, ambos en Poza de la Sal.
Este municipio, además de ser el lugar de nacimiento de Félix Rodríguez de la Fuente, es conocido por sus minas de sal y el diapiro que dio origen a la explotación de este producto. Su actividad cesó hace algo más de cuarenta años, aunque es cierto que entre algunos vecinos han decidido ponerla en marcha de nuevo de manera desinteresada. Actualmente solo se realizan producciones limitadas y es curioso comprobar cómo se mantienen los mismos métodos de extracción que crearon los romanos. Para dar a conocer todo el proceso y su historia, es interesante acercarse al Centro de Interpretación Las Salinas donde se exhiben diferentes paneles con información, reproducciones y material específico. En julio de 1999 fue reconocido Bien de Interés Cultural.
Otro de los puntos que pudimos visitar es la destilería Reino de Castilla. Hasta el momento, es el único productor de Burgos que prepara sus propios alcoholes –con azúcar y no con químicos-. En su catálogo –por el momento solo para hostelería- cuenta con ginebra, aguardiente de manzana, aguardiente de cereza, licor de cereza, licor de manzana y licor de hierbas. Tanto la cereza como la manzana han sido cuidadosamente escogidas para obtener el mejor resultado. Los procesos de elaboración y destilación son fruto de varios años de estudio e investigación, de fracasos y éxitos. No en vano la actual fórmula ha convencido a restaurantes con estrella Michelin para ofrecerlo en sus establecimientos.