Pasaron más de veinte vendimias desde aquel primer curso de sumillería que Agustín Lanús tomó por curiosidad en Buenos Aires. Hoy, convertido en uno de los enólogos más inquietos del norte argentino, su nombre está íntimamente ligado a una palabra que define su manera de entender el vino: altura. Pero no se trata solo de metros sobre el nivel del mar. Lanús cultiva una idea del vino donde la altitud es también un ejercicio de profundidad. Sus vinos son intensos y remotos, tanto que lo llevan a buscar uvas con una bodega móvil por caminos intransitables.
“Usaba el tráiler para llevarle los cajones vacíos a las familias que en sus casas tenían uva. Pero me daba cuenta que cuando los recogía unos días después, quizás la uva estaba oxidada. Fueron más de diez años tratado de encontrarle la vuelta. Me avivé de en vez de ir con los cajones vacíos, ir con un tanque de acero inoxidable y una despalilladora artesanal. Y así fue que, en vez de traer 1.200 kilos de uva fresca, traigo 2.500 litros de mosto. Todo el escobajo queda en las familias que lo usan para viñedos y caminos”, explica.
Este gran descubrimiento le permitió a Agustín no solo dar una impronta a su bodega y hasta elaborar un vino blanco que muele en el mismo lugar (Luracatao) permitiéndole un contacto con las pieles en el viaje a Cafayate; sino también, la recuperación del ADN del norte en esas viñas recónditas escondidas en los patios de las casas, detrás de los ojos y manos de las personas que conocen ese aire como nadie.

“El cuarto factor en el vino es la cultura», reflexiona. «El vino no es solo una bebida. Eso me volvió loco”. Su historia personal da cuenta de esa fascinación: después de estudiar Agronomía y formarse como sommelier, recorrió los viñedos del mundo —Chile, Sudáfrica, Portugal, Francia, España— hasta llegar a los Valles Calchaquíes, donde encontró su hogar. “Los Valles tienen una cultura muy pura que pide que se la ponga en valor”.
Desde 2013, Lanús se dedica a explorar los límites del vino en uno de los escenarios más extremos del planeta. Produce en rincones que apenas aparecen en el mapa: Cachi, Luracatao, Amaicha del Valle. Con nombres que suenan a viento, polvo e historia, algunas de estas localidades esconden más de 400 años de cultura del vino y una agroecología ancestral rodeada de vides, higos, cabras, ovejas, hierbas, pimentón y alfalfa. “Es una diversidad ancestral de economía de subsistencia. Para mí, este valle es el más diverso del mundo», sostiene. «Son 350 kilómetros de largo, con 1.600 metros de diferencia de altura y una infinidad de micro terruños. Todavía estamos en pañales”.
Lanús se define como un intérprete del paisaje. Su estilo enológico se fundamenta en dejar hablar a la geografía invadida de viñedos por encima de los 2.400 metros. Radiación solar intensa, suelos de piedra laja, oscilaciones térmicas brutales, lluvias mínimas. En ese contexto, las uvas desarrollan pieles gruesas, taninos firmes y una concentración poco común.
“Mi eslogan es ‘terruños de extrema altura’. A partir de los 2.200 metros, todo se vuelve más difícil y más interesante”, explica. Su trabajo consiste en domar esa dificultad sin diluir su carácter. Algunos vinos los cría en barrica para afinar los taninos; otros los vinifica en origen gracias a la bodega móvil que recorre caminos imposibles y le permite fermentar a 10 horas de Cafayate. En el fondo, se trata de capturar esa tensión entre lo rústico y lo delicado que luego es llevado como estilo en cada vino. “Antes se decía que el vino norteño era intomable, con 16 grados de alcohol. Hoy, con buenas cosechas y trabajo de viñedo, mostramos fruta, frescura y elegancia”, afirma.
La revolución criolla
Si hay algo que distingue a Lanús en el panorama argentino es su reivindicación de las criollas. Su historia con la criolla chica empezó por azar en 2014, cuando el cacique de Amaicha del Valle lo invitó a conocer una plantación que estaba a punto de ser arrancada para plantar malbec. Pidió hacer un tinaco de 600 litros, y lo que probó le cambió la vida. “Fue un amor a primera vista. Me llevó enseguida a esos vinos que probaba en el máster en Europa: poco color, mucha complejidad, taninos firmes, fáciles de tomar. Súper interesante”. Reclutó a más de 20 familias que aún cultivaban criolla y produjo un tanque de 5.000 litros. Hoy, su criolla es el ícono de la bodega. “Decidí que fuera un vino más caro y mejor presentado que el malbec. Ya había mucho malbec, y esto era otra cosa”.
Esa “otra cosa” es quizás su acto de justicia enológica. Lanús investiga las variantes genéticas de las criollas en cada lugar, identifica diferencias organolépticas y trabaja con el INTA para determinar si son la misma variedad o nuevas expresiones adaptadas. Así descubrió también una criolla blanca única, que hoy vinifica como un blanco fino, aromático y expresivo. “Parece un viognier cruzado con torrontés, pero no es ninguno de los dos. Es una variedad que se dio sola en Luracatao. Y eso es lo que más me apasiona”, afirma.

Pero si algo marca el estilo de este productor es la comprensión del vino como un complejo fenómeno cultural. En los Valles Calchaquíes, cada parral es también una historia. Ese entramado es inseparable del vino que produce. La bodega móvil no es solo una solución logística; es una herramienta para vinificar junto a las familias, un quehacer diario y una red de vínculos que fortalecen una raíz norteña. Respetar sus tiempos y cosechas, sus prácticas, implica que mucho antes que las uvas están las personas, y con ellas, los paisajes grabados en los ojos, la memoria de esas manos trabajando.
Los vinos.
El portafolio de Agustín Lanús Wines combina variedad, coherencia y sentido de lugar. Cada etiqueta es una postal sensorial que interpreta a las tres provincias del valle con precisión técnica y libertad creativa.
Entre los tintos destaca la línea Sunal Salvaje, que recorre zonas de grandísima altitud. El Sunal Salvaje de Cachi es un malbec que viene de suelos de piedra laja a 2.680 metros. Intenso, con frutas rojas, y un carácter cárnico que muestra una cara inesperada del malbec. Su par de Luracatao revela, con su piel más gruesa, una concentración natural más marcada y una acidez vibrante. Ambos son vinos que imponen respeto y provocan curiosidad. Otro tinto notable es la garnacha de Sunal Exploración, nacida en Cachi a 2.800 metros en un paisaje de piedra, viento y sol. Este es un vino jugoso y potente, con una rusticidad que se siente bien viva en la boca. Pero en el terreno de las criollas, el Sunal Icono es el verdadero manifiesto. Hecho con criolla chica de viñedos ancestrales, tiene estructura, paso por barrica y una intensidad especiada que desmiente cualquier prejuicio. Es un vino que habla en voz alta y que no pasa desapercibido. Por su parte, el Sunal Ilógico completa el gesto de rescate andino uniendo en un blend tres viñedos de Salta, Catamarca y Tucumán. Viñas que datan de 1930 hasta la actualidad, dando un malbec de sol, con sabores intensos sin perder frescura. Finalmente, el Bad Brothers ToVio, blend de torrontés y viognier, ofrece una entrada más accesible al estilo: cosecha temprana, frescura cítrica y acidez viva. Ideal como aperitivo y para entender que el norte también es vino blanco.

“Me imagino una nueva generación de productores del NOA, intrépidos, técnicos, apasionados. Haciendo cosas nuevas y reafirmando lo que se viene haciendo hace siglos.” Culmina.
En el mar infinito de los vinos que pueblan el mundo, se encuentra este rincón que no llega ni al 2% de la producción nacional. Ese estado puro de las cosas, combinado con siglos de historia, es lo que hay dentro de estas botellas. Solemos pensar en la refundación de las cosas como el único acto de virtud. Pero es el arte de interpretar lo ya constituido, lo que ya está edificado, lo que quizás anda necesitando el mundo. Luego de tanto ego desbocado a campo traviesa, revoleando nombres cual demiurgos de las cosas, la interpretación amorosa de un lugar tan rítmico como este, es un desafío contractual. Hay futuro en lo salvaje, y lo hay no por domesticación, lo hay por pureza, por su sólida raíz de piedra, por su terco permanecer en la altura; diciéndole de cerca al sol que se abrigue, que esta noche, seguro va a hacer frío.