Bodegas familiares hay muchas. Centenarias, pocas; que tengan cinco generaciones, menos; y que tengan todo eso y mantengan el estilo de tonel, solo hay una: Bodegas López. Única en su composición, esta bodega es una huella digital de la Argentina. Todos en el país tienen un “momento López” en la memoria. Todos han crecido en algún punto con un Vasco Viejo o un Montchenot presidiendo alguna reunión familiar. Tras más de un siglo de historia y cinco generaciones, esta marca se volvió parte del ADN cultural atravesando modas y tendencias. Para desentrañar esta mística, nos sentamos con Ignacio Pasman, gerente de marketing y quinta generación de una marca que ya es patrimonio cultural del país.
«Soy el sobrino de Eduardo. Yo sería quinta generación». Ignacio Pasman, de 36 años, con formación en diseño gráfico y posgrado en marketing, se incorporó a la bodega en 2019, después de haber pulido su olfato en otra empresa del sector. Su llegada no fue el mero capricho de un apellido ilustre; fue el resultado de un protocolo de ingreso familiar ideado por un estudio especializado en empresas de este calibre. “Que no sea la trampa del apellido nada más”, enfatiza Ignacio, dejando claro que el compromiso y la idoneidad son innegociables.
La historia de López es, en gran medida, la historia de sus traspasos generacionales. De una tercera generación donde se comenzó a moldear el presente, a la cuarta, representada por Eduardo, quien tomó las riendas tras el fallecimiento de su padre Carlos en 2018. Y ahora, Ignacio, el único de la quinta generación en la gerencia de marketing, enfrenta el desafío de inyectar aire fresco en una estructura tan arraigada.

Mientras el mundo del vino se entregaba a las modas, López miraba todo de reojo, con la sabiduría de quien había dado sus primeros pasos desde Málaga a Mendoza en 1898. Pero luego de muchos años donde las tres primeras generaciones afianzaron el camino, llegaron los años 90 y el principio de los 2000. Mendoza cambió su panorama, los winemakers foráneos llegaron con la bandera de la modernidad, transformando la escena vitivinícola argentina y pregonando el fin de una era. “El mercado se volvió más competitivo con la proliferación de bodegas y el desprendimiento de marcas, lo que llevó a una fragmentación del sector», cuenta Ignacio. «La estrategia fue diversificar y mantener un portafolio completo que abarcara diferentes segmentos de precio y calidad. Esto nos permitió mantenernos relevantes y competitivos”.
Por esos mismos tiempos, el estilo de grandes toneles de López empezó a ser objetado y etiquetado como un vino de estirpe “vieja”, que hasta el día de hoy queda en la memoria de aquellos mayores de 40 años. López se mantuvo fiel a sí misma sin importarle el cuestionamiento. Esa fue la primera gran batalla; la primera prueba de fuego para un estilo que hoy se celebra, con el equilibrio que aportan sus clásicos toneles y un añejamiento que da vinos más redondos y ligeros en contraposición a los vinos alcohólicos y de gran cuerpo que lideraron el mercado en los 2000.
Mientras otras bodegas abandonaban sus fudres por la barrica pequeña de primer uso, López se aferró a sus toneles de roble, pilares de una filosofía que hoy los diferencia y los convierte en un bastión de autenticidad. Alcanza con ir a visitar la bodega En Mendoza, que ya es casi un museo del vino.

Luego vino la explosión de bodegas, la atomización del mercado. Los años 90 abandonaron ese escenario de bodegas familiares para convertirse en un semillero de nuevos proyectos con estilos muy distintos al tradicional. Hasta ese entonces López, tenía un portafolio completo, abarcando todos los segmentos. De repente, la competencia se fragmentaba, cada quien buscando su nicho. ¿La respuesta? Mantenerlo todo. Desde un accesible Vasco Viejo, hasta las inalcanzables cosechas especiales, sin abandonar al consumidor diario que conocía su sabor con los ojos cerrados. Una estrategia contracorriente que les permitió no solo sobrevivir, sino fortalecerse en un mercado interno donde llegaron a tener el 99% de las ventas. Un dato que no es menor, considerando la feroz competencia actual y la complejidad para sostener una distribución a nivel nacional.
¿Qué es la marca López hoy? ¿Qué significa? La pregunta flota en el aire, cargada de historia. Ignacio, inmerso en un proceso de búsqueda de ADN, contesta: “Para mí los cimientos son revalorizar la tradición, la familia; para mí es mantenerse firme ahí. Es esa persistencia, esa coherencia en el tiempo, lo que ha permitido a López trascender la etiqueta de ‘bodega vieja’ para convertirse en un ícono. López se explica solo, todo el mundo entiende cuál es su estilo, es una marca que nos trasciende, ya es más de la gente que nuestra”. Un ejemplo de eso es que la bodega no puede hacer cambios rotundos ni de nombre ni estilo, ya que la identificación con esas etiquetas es total. “El López tiene uva de Agrelo. Si yo cambio algo, la gente lo nota enseguida, porque es el vino que los acompaña diariamente. Nos debemos a ese sabor”.
Ignacio, en sus primeros meses en la bodega, salió a la calle junto a su equipo de ventas para palpar la percepción del consumidor. Y el termómetro fue unánime: no había persona que no tuviera una historia, un recuerdo, una anécdota ligada a un vino de López. “Esa es la verdadera fuerza de la marca, una conexión emocional que va más allá de puntuaciones y esnobismos”.

El nombre francés de algunas etiquetas choca con la tradición de inmigración española de sus vinos, es parte de esa complejidad que López abrazó a través de los años .“Esta marca ya nos trasciende a nosotros, fueron decisiones que se tomaron muchos años atrás por Federico, el hijo del fundador”, afirma Ignacio, consciente de que intentar cambiarla sería un sacrilegio para la memoria colectiva. El rediseño de las etiquetas, que tomó lo más viejo para fusionarlo con lo nuevo, fue un ejercicio de respeto hacia esa memoria visual. Los nombres de sus vinos, como Rincón Famoso (por una finca con un rincón donde se producía uva de calidad) o El Vasco Viejo (en evidente alusión a un conocido de la familia), son un anecdotario vivo que la bodega busca revalorizar.
El deber de trascender
“Yo creo que acá tengo un deber y un propósito de tratar de seguir haciendo lo que hicieron otras generaciones y revalorizar y llevarlo más alto”, confiesa Ignacio, con la responsabilidad de quien sabe que está al frente de algo que va más allá de un negocio familiar. Su misión es poner en valor todo aquello que, quizás, en las últimas dos décadas, fue injustamente catalogado. “Trasciende la calidad y el esnobismo instalado en los últimos 20 años”, sentencia, dejando claro que la calidad es innegociable: tienen 1.100 hectáreas productivas distribuidas en las mejores zonas de Mendoza —incluyendo Valle de Uco desde los 90— como Agrelo, Cruz de Piedra, Tupungato y Lunlunta.
No es el vino más puntuado, no es el más considerado por ciertas cumbres, pero es, y esto es clave, “el gusto del argentino”. Es el vino que no falla, el que se sabe que va a estar a la altura en cualquier mesa. El proyecto Universo Paralelo, con sus pequeñas producciones de vinos modernos, es la prueba de que López no se niega a explorar, pero siempre desde sus propios términos. Es una declaración: “mostrándoles que con la misma materia prima podemos hacer un vino más moderno; un estilo nuevo”.

Mantener la calidad sin renunciar a una identidad en la que se reconocen varias generaciones de argentinos es la clave del éxito y la supervivencia de bodegas López.
Y en este presente, con un consumo que se cuida y se cuestiona, López sigue siendo el refugio. Mientras los milenials acomodados buscan la última novedad, la generaciones más jóvenes abrazan a López sin prejuicios. “A veces es el vino que toma su abuelo, y hoy es el que les parece familiar. Comparten eso. Como todo lo vintage, está en auge para esa generación: la ropa ochentera del abuelo y también su vino”, compara Ignacio, celebrando esa conexión con el pasado.
El sueño de Ignacio es claro: “El próximo paso es terminar siendo una marca registrada que no se discuta. Que no se la encasille como “bodega vieja”, sino que se la reconozca como un estilo, una referencia. López no necesita aggiornarse por aggiornarse”. Es lo que es, con la solidez de sus cinco generaciones, con el sabor de su historia y con la certeza de ser un emblema argentino presente en cada pueblo del país. Así como hay un Banco Provincia, una plaza, un perro y una municipalidad, así también hay un vino López.