Tenían las cepas tradicionales y las variedades criollas frente a los ojos pero no habían llegado a pensar que eran una opción para vinos de calidad. Hoy el mundo ha regresado a lo local, a apreciar lo propio, lo singular, y el renacimiento del vino peruano ha empujado a muchos a experimentar y a atreverse. Hace unos años que ha empezado un cambio capital en el vino del Perú, desde Lima hasta Tacna, y este movimiento ha calado también en los productores grandes como Intipalka, que acaba de lanzar su línea Patrimonial, en la que rescatan las uvas tradicionales del Perú para tres nuevos vinos: torontel, quebranta y criolla.
La torontel pertenece a la familia de las moscateles y en los piscos suele dar aromas atractivos, sin ser tan invasivos. En el Torontel Patrimonial 2023 el vino repite este carácter con notas florales, maracuyá y toques cítricas. Un vino delicado y evocador.
“Esta quebranta está en la ladera del cerro con un inclinación pronunciada, mucho follaje y poca carga, ya que el suelo restringe la producción. Este sector daba la mejor calidad y empecé a vinificarlo por separado. Lo tuve en observación en observación hasta que llego el momento” nos comenta Luis Gómez, enólogo de la bodega.
La uva quebranta es la más cercana al corazón y la idiosincrasia nacional. Fruto de un cruce natural entre las cepas tradicionales listán prieto y mollar cano, es nuestra uva criolla por excelencia. Para este vino (y la línea en general) han tomado una decisión estilística, buscando pulir sus rasgos rústicos. El Quebranta Patrimonial 2023 es un rosado contenido en su expresión varietal pero muy grato para todo público. “En la maceración de las pieles empieza muy neutro pero después se torna frutal. A los 3 días logré el perfil que busco, evitando la última etapa en la que empieza a surgir el carácter más vegetal. Lo fermentamos a bajas temperaturas con levaduras seleccionadas”, añade Gómez.
Completa la línea el vino de negra criolla (listán prieto), del que pudimos probar una muestra de tanque que apuntaba bien pero que todavía estaba en una etapa muy temprana para un diagnóstico final.
Esta línea nació sin que se lo propusieran, un poco antes, cuando se atrevieron a vinificar en seco una partida de moscatel de alejandría (llamada italia en el viñedo peruano) que resultó una sorpresa, al punto que lo presentaron en el Premium Tasting de 2019). “La idea es llegar primero a HORECA y en un futuro también apuntar a la exportación. Pero las cantidades de esta gama son limitadas”.
Una historia que empieza en el XIX
Lima fue hasta hace unas décadas una ciudad en la ue los campos agrícolas se confundían con la urbe. A fines del siglo XIX, en una de las oleadas de inmigración italiana al Perú, llegó el primer Queirolo que se asentó en la Magdalena Vieja (hoy Pueblo Libre). En 1880 abrió una bodega-taberna que existe hasta hoy y que atendía a quienes hacían la parada de rigor en la cercana estación de tren. Muy pronto, los negocios prosperaron y empezaron a hacer vino. Tuvieron viñedos en la cercana localidad de Maranga, donde hoy está el zoológico de la ciudad, El Parque de las Leyendas. Ganaron rápidamente fama por sus vinos Magdalena, marca que los acompaña hasta hoy.
Ante la presión urbana en la década de los 60, Santiago Queirolo Ciuffardi, miembro de la segunda generación de la familia, compró 100 hectáreas en Cañete, 150 km al sur de Lima. Así se fue ampliando el negocio de producción de vino y con el tiempo también empezaron a hacer sus propios piscos. La empresa creció mucho, basando su producción en los vinos que el Perú se llaman Borgoña y que en realidad se hacen con las uvas isabella y concord. La nueva visión la aportó Santiago Queirolo Targarona (la tercera generación) que apostó por la vitivinicultura de calidad, invirtiendo en 700 hectáreas en Ica (San José de los Molinos y Villacurí) para un proyecto de largo plazo. Uno de los retos era crear una nueva marca desde cero. Aquí empezaba su primera revolución. Escogieron el nombre Intipalka (del quechua, valle del sol) como homenaje al antiguo Perú y en especial a la calidez de Ica.
Jorge Queirolo siempre estuvo a cargo del área técnica, en especial de la viticultura. En 2015, para impulsar el nuevo proyecto, encargaron la bodega al enólogo chileno Claudio Barria, especialista en causas difíciles. Fue uno de los primeros en apostar en Chile por el potencial de la uva país (listán prieto), y también se atrevió a hacer vinos naturales en Viña La Fortuna, en épocas en las que era una rareza. Su aporte permitió consolidar los primeros vinos en Intipalka e ir definiendo algunas líneas de trabajo. En un inicio la calidad fue bastante irregular. Las vides eran muy jóvenes y había que ir trazando una hoja de ruta basada en la experiencia y la intuición.
Enfrentaron este reto con los campos de Cañete e Ica y la planta principal en Pachacámac, en las afueras de Lima. En paralelo al proyecto vitícola, desarrollaron un hotel y otra bodega alrededor de los viñedos iqueños, redondeando un concepto enoturístico de alta calidad.
Intipalka
La línea Intipalka nació de la ambición de codearse con vinos importados, compartir estantes en supermercados y cartas de vinos sin ningún complejo. Y ya está entre los vinos más vendidos. En ese sentido ha marcado un antes y después. El éxito ayudo a romper uno de los prejuicios sobre el vino peruano más repetidos entre los peruanos: que eran un poco caros y no resistían comparación con los importados. Esto se ha ido superando ya que, en líneas generales, la calidad media ha mejorado y ese crecimiento ha permitido una escala que hace posible ofrecer precios más competitivos. Igual hay un largo trecho por recorrer.
La nueva revolución llegó con el equipo técnico conformado por el mendocino Luis Gómez, como enólogo encargado del proyecto, y el asesor, también argentino, Alejandro ‘Colo’ Sejanovich. Gómez ha mostrado una gran capacidad de adaptación a una realidad muy distinta (venía de trabajar en la bodega Caro de Mendoza; Domaines Barons de Rothschild) tanto en lo cultural y enológico como en lo climático. Sejanovich aporta la experiencia, la mirada de largo plazo y su olfato para detectar las tendencias. En las bodegas grandes los cambios suelen tomar más tiempo y deben gestar primero una revolución interna que modifique los paradigmas.
Luis Gómez ha cumplido su tercera cosecha y ya se siente firme en el timón de esta nave. Uno de sus logros es haber recuperado Cañete como un componente para sus vinos de calidad. “El microclima y la cercanía al mar dotan a esta zona de condiciones óptimas para variedades blancas (moscatel de Alejandría y sauvignon blanc) pero también para base de los espumosos con chardonnay”, comenta.
Trabajando un nuevo blanco
Intipalka nació con vinos varietales -Malbec, Tannat, Syrah, Chardonnay y Sauvignon Blanc- y en una siguiente etapa llegaron los Reserva que tiene paso de algunos meses por madera: Malbec-Merlot, Cabernet Sauvignon-Petit Verdot, Cabernet Sauvignon-Syrah
Han empezado a singularizar viñedos de alta calidad para potenciar una línea intermedia entre los Reserva y el N°1. El primer vino ha sido el Malbec Reserva de Familia, donde han encontrado una expresión elegante de esa variedad con el carácter de un lugar específico. Gómez nos adelanta una primicia: “Estamos trabajando en un nuevo vino blanco para añadir a esta línea”.
El Intipalka N°1 es el vino con mayor ambición y lleva el reto de justificar su nombre en cada cosecha. Ha ido cambiando tanto su mezcla como su régimen de crianza y va encontrando su camino. El 2020 ha sido un punto de inflexión en el que han reducido el tiempo en barrica y buscado una mayor frescura y expresión frutal. La composición varietal fue 35% de malbec, 30% de tannat, 20%, de petit verdot, 10% de cabernet sauvignon y 5% de syrah. Hemos probado una parte de lo que será la mezcla del 2021 y apunta a ser el mejor N°1 hasta la fecha.
También cuentan con un rosado de syrah, espumosos brut y demisec y un cosecha tardía de moscatel de alejandría.
La cosecha 2024
“El reto en Ica ha sido grande este año, ya que el ciclo vegetativo se ha complicado y la poda se ha tenido que hacer con prontitud y sabiduría para evitar excesos de carga y maduraciones adelantadas”, explica Gómez al hablar de las condiciones en las que se prepara la próxima cosecha de 2024.
Por ubicación, el clima de la costa central y sur del Perú debió haber sido tropical pero la corriente del Humboldt modifica las condiciones y lo que pudo ser una selva es un desierto. La altitud de Ica (500 msnm) y su relativa cercanía tanto a los Andes como al mar (60 km) ayudan a balancear la inclemencia del sol y a generar una necesaria amplitud térmica.