La innovación en el mundo del vino es muy necesaria para seguir avanzando. Por ello, desde hace un tiempo, algunos productores avezados buscan elaborar vinos con las variedades más autóctonas para alejarse de la globalización y ofrecer auténticas especialidades regionales. Sin embargo, en Cataluña, después de la filoxera y debido al auge y tirón económico del vino espumoso, al replantarse el viñedo se apostó por las variedades blancas y se abandonaron muchas variedades tintas, menos productivas y demandadas en aquel momento, por lo que se perdieron prácticamente algunas cepas ancestrales.

Fue el caso de la garrut, la terret negra, la morastell, la trepat, la sumoll o la mando, entre otras. Sólo los tintos más tradicionales, de garnacha, monastrell y cariñena, siguieron elaborándose -al igual que en todo el Mediterráneo, desde Jumilla y Priorato hasta Cháteauneuf-du-Pape- como un testimonio único de la tradición. Algunas de esas variedades se han recuperado y otras están en vía de recuperación. Sin embargo, uno de los últimos trabajos de recuperación con éxito es la variedad catalana sumoll, tanto tinta como blanca. Es una variedad que antes de la filoxera estaba muy extendida por toda Cataluña, principalmente en aquellas zonas de producción de vinos con aptitudes viajeras, como eran Tarragona, Penedès y el Bages, donde muchos de sus vinos se exportaban a Cuba.
La sumoll es una variedad que antiguamente se conocía por la capacidad de producir vinos gruesos, tánicos, ácidos, coloreados y alcohólicos, que en coupage con otras variedades tradicionales ofrecía vinos idóneos para emprender largos viajes y travesías. No obstante, y aunque se cree que está emparentada con la vijariego canaria, lo cierto es que en los últimos 60 años, poco a poco, la sumoll fue desapareciendo hasta el punto de que hoy en día se calcula que sólo quedan unas 200 hectáreas en toda Catalunya. De hecho, fue una variedad proscrita cuando se constituyó la DO Penedès en 1960 y otras DO’s catalanas, pero a la vista de la calidad y la singularidad de sus vinos y los futuros y esperanzadores resultados, fue incluida en el 2010 como variedad admitida, incluso recomendada, en la DO Penedès y también en otras DO’s catalanas.
Curiosamente, mientras que en toda Cataluña era una variedad desterrada, prohibida y escondida a los ojos de los veedores de los consejos reguladores, algunos técnicos viticultores australianos se fijaron en sus peculiares posibilidades, por su resistencia al clima cálido y a la sequedad, y en 1973 recuperaron algunos clones de sumoll en tierras de Alella, se los llevaron a su país, e iniciaron una reproducción cruzada con cabernet sauvignon de la que nacieron en el 2000 cuatro nuevas variedades híbridas australianas: tiro, cienna, vermilion y rubienne.
Lo cierto es que actualmente ya hay bastantes pequeños y medianos elaboradores que apuestan por la sumoll en el Penedès (Heretat Mont·Rubí, Jané Ventura, Can Ràfols del Caus, Puiggròs, Mas Bertran, Pardas…), incluso en tierras del Bages (Abadal, Solergibert…), donde la aplicación de los nuevos conocimientos de viticultura y enología reafirman que es una de las variedades con más aporte diferencial, además de autóctona y genuina de Cataluña, y es una buena alternativa a la globalización de los vinos catalanes, aunque por ahora prevalece su escasez.
Los primeros tintos de sumoll
Personalmente me interesé por la recuperación de la sumoll y todo este proceso de novedad y cambio donde no intervino la casualidad, sino la consecuencia directa de una metodología de trabajo como base de esa imprescindible capacidad profesional que es capaz de unir rigor e imaginación. Una de las bodegas pioneras en llevar a término un estudio sobre la sumoll, su recuperación y la elaboración de los primeros vinos de sumoll fue Heretat Mont·Rubí, ubicada en l’Avellà, en el municipio de Font·Rubí (Alt Penedès), en el año 2000, siendo también la única bodega que apostó por llevar a cabo en 2004 la plantación de una hectárea y media de sumoll en su Pago Durona. Este hecho insólito y pionero no se produjo como una cuestión nostálgica, sino como un camino de innovación y diferenciación.
Recuerdo que la primera cosecha de sumoll que se etiquetó en Heretat Mont·Rubí fue la del 2001. Se elaboraron tan sólo 3 barricas, unas 1.000 botellas, y nació con el nombre de Gaintus, que hace referencia a la señalización de una ruta local de escalada. Esta primera añada contenía un pequeño porcentaje de cabernet sauvignon, y fue un vino totalmente experimental. Mostraba un carácter varietal rudo, extraño, con una nariz algo alcohólica, un paladar extremadamente vegetal, y con ciertas aristas de barrica por pulir. Lo cierto es que el vino no me entusiasmó nada. Pero esta primera experiencia sirvió para que el 2002 naciera un poco más educado. Se caracterizó ya por una mejor estructura tánica -todavía llevaba algo de cabernet sauvignon- pero persistía una cierta dureza astringente con un soplido vegetal que enmascaraba demasiado su aspecto frutal. En cambio, la del 2003, apenas ya sin cabernet sauvignon, empezó a insinuar ciertas curvas de elegancia en su conjunto, la madera estaba mucho más ensamblada en la fruta, y se mostraba más fresco y ágil en su paso de boca, pero mantenía todavía un envoltorio demasiado terroso y vegetal, y una graduación alcohólica considerable, llegando a pensar que la potencia alcohólica es una virtud para algunos tintos, pero puede llegar a ser un defecto si no se controla.
Sin embargo, estas tres primeras cosechas sirvieron, en buena parte, para experimentar con las distintas parcelas y maduraciones de la sumoll, sus producciones por planta, y también determinar la procedencia del roble y el grado de tostado que se amoldaba mejor a las características de esta variedad. Y después de algunos cambios en el viñedo y la bodega, llegó por fin llegó la cosecha del 2004 y el primer varietal puro de sumoll. Su producción fue corta debido a una cosecha harto menguada, pero fue el Gaintus más completo y mejor acabado hasta el momento. Era un tinto carnoso y equilibrado, donde se mostraba ya el auténtico carácter mediterráneo junto a la personalidad y tipicidad de la sumoll, dominada en esta añada por claros aromas especiados y de cereza guinda, con frescas notas balsámicas y un toque de grafito y de bosque umbrío que lo hacían muy personal. Sin duda, Josep Queralt, el enólogo de la bodega, ya había aprendido la lección. Se puede decir que la cosecha 2004 marcó un antes y la 2005 un después en la evolución de Gaintus.
La cosecha 2005 fue el temperamento y el carácter que le venía de nacimiento. Daba la impresión que quería transmitir esa naturaleza primaria con su color más oscuro, su mayor cuerpo y los rasgos minerales y frutales de la vinífera, donde no aparentan doblegarse ante la pedagogía del roble y la botella. La elegancia y los matices de un equilibrado envejecimiento en madera eran más evidentes. Fue un vino de nervio, locuacidad y ya con ciertos atisbos aristocráticos. Luego vinieron las cosechas del 2006, 2007, etc. hasta la más actual, que ahora se llama Gaintus Vertical, y que comparte escenario junto a su hermano más joven, el Gaintus Radical, con tan sólo 6 meses de barrica, el Gaintus Sobremadurado, un tinto dulce natural con 9 meses de crianza en barrica, y el nuevo Gaintus One Night’s Rosé. El Gaintus Vertical, con 14 meses de crianza en roble francés de primer uso, puede definirse hoy como un tinto angulosamente romo, con un bouquet genuino, atrevido y sin referencias preestablecidas, donde la fuerza y la suavidad se alían con la potencia y la pureza varietal. Es un vino que denota que se ha ido formando en el difícil juego de equilibrar los factores de la agilidad con la finura, y la potencia con la elegancia, en una batalla por ganar su intrínseca personalidad.
Recuerdo que en una de mis conversaciones con Javier Peris, el propietario de Heretat Mont·Rubí, puntualizábamos que: “un vino de sumoll no será nunca una víctima de la moda que consiente y va allá donde le dicen que hay que ir porque es, sencillamente, un vino con estilo propio”.