Macarrones, pollo y helado de vainilla

¿Quién inventó el menú infantil? ¿Quién creó la fórmula mágica?

La respuesta es sencilla y nada tiene que ver con mentes dominadas por el marketing, ni con gurús gastronómicos, ni tampoco con linces financieros, ni tan siquiera con recomendaciones nutricionales.

Simplemente, quién diseñó el menú infantil fueron los propios niños, estas mentes libres que en cuanto tienen poder de elección, emplean un único criterio, el hedonismo. Ni salud, ni aventuras ni aprendizajes: conocido y agradable al paladar, son los parámetros que un niño tiene en cuenta cuando tiene que escoger una comida.

Hay una verdad incuestionable, a la mayoría de los niños del ancho y largo mundo les gustan los mismos alimentos: pasta, carne, patatas y helado.

Y, a su vez, a prácticamente todos los niños les disgustan los mismos alimentos: legumbres, pescado y verduras.

¿Cuál es la curiosa razón del mimetismo gustativo entre los niños de todo el mundo?

Encontramos una explicación en las necesidades fisiológicas infantiles; los niños crecen y se mueven. Los nutrientes cuya función es la de hacernos crecer y darnos energía son las proteínas y los hidratos de carbono.

La proteína de mayor calidad se encuentra en carnes, huevos y pescado. La carne y los huevos nos aportan, también, grasas, que aseguran a los niños reservas de energía; a diferencia del pescado, cuya aportación de proteínas es importante, pero es excesivamente magro.

La pasta, y los cereales en general, son ricos en hidratos de carbono de absorción lenta, ideales para contrarrestar el desgaste físico; el azúcar es hidrato de carbono de absorción rápida, necesaria para el consumo de energía inmediato.

Así, pues, como la naturaleza es sabia, el sentido del gusto nos conduce a preferir aquellos alimentos que nuestro organismo necesita de inmediato.

Esta afirmación es altamente peligrosa si se toma al pie de la letra, de manera que solo nos preocupemos de dar a nuestros niños aquello que su organismo nos pide a gritos a través del gusto. Hay  que tener en cuenta que los adultos tenemos la responsabilidad de crear una especie de «plan de pensiones de salud» para nuestros hijos, esto es, de asegurarles una edad adulta plenamente saludable, y por ahí pasa la necesidad de tener en cuenta una alimentación variada, llena de nutrientes reguladores – vitaminas, minerales, fibra y agua – que se encuentran en profusión en las verduras y las frutas, pero también en las legumbres y el pescado.

Por lo tanto, aunque a nuestros niños no les gusten demasiado, en la mesa debe haber a menudo, legumbres, pescado y verduras.

Sí, muy bien, para verduras, pescado, legumbres y malos rollos ya están los padres y el colegio. El restaurante es el templo de la felicidad, dónde se come por placer, donde amablemente nos sirven, donde todo vale porque un día es un día. Y para este día mágico, los restaurantes ofrecemos un único e innegociable «menú infantil» basado en el sota, caballo y rey que se traduce en la carta como «macarrones, pollo y helado»; la baza que no falla, que a todos los niños les gusta y con el que no van a rechistar, no van a llorar, no habrán dramas, y no van a molestar a sus padres, dejándoles comer tranquilos.

Ahí, ahí está el tema: la tranquilidad. Los padres, agotados de toda una semana de estrés laboral, de prisas matinales y de logísticas extraescolares, acuden a los restaurantes el fin de semana pretendiendo simplemente eso, estar tranquilos y descansar de los quehaceres diarios, a la vez que no se sienten con fuerzas para contradecir los deseos de sus retoños.

Me parece lícito, lo entiendo perfectamente, porque lo he vivido, no como restauradora sino como madre. Confesaré que yo también he deseado que mis hijos me dejaran comer en paz y, que a menudo en los restaurantes, he pedido el menú infantil para que callaran sin tenerles que obligar a comer.

Pero, a veces, solo para divertirme, imagino estar con mis hijos en la mesa de un buen restaurante, y oír recitar al dueño del local:

– El menú infantil que hoy ofrecemos a nuestros menudos clientes empieza por una liviana crema de lentejas chispeantes, continua con una pequeña porción de quiche de espinacas y piñones, para seguir con media dorada al horno con patatas suflé y acaba con un barco pirata de melón relleno de fresas y helado de yogur. –

Si hubiera algún empresario que «se atreviera» a diseñar este – a mí entender – interesantísimo menú infantil, muy probablemente se encontraría con una fuerte animadversión de los padres, quienes verían tambalear su «fiesta en paz».

Estoy convencida de que los padres rechazarían tan suculenta propuesta con un lacónico «¿No tienen nada más normal?»

Y, perdón, ¿dónde está la anormalidad del menú?:

a) ¿En las lentejas, las espinacas, la dorada, las patatas, el melón, las fresas o el yogur?

b) ¿En el equilibrio nutricional del menú, que tiene en cuenta incluir la mayoría de los grupos de alimentos?

c) ¿En el interés del cocinero en ofrecer un menú atractivo con alimentos, en general, rechazados por los niños?

d) ¿En el interés del dueño del local en ofrecer un menú educativo, a la vez de saludable?

La anormalidad radica en que durante el fin de semana, la educación y la salud no interesan, ni a los padres ni a los empresarios. Los restaurantes no somos ni una escuela ni un centro de salud, somos un negocio y, por lo tanto, nuestro objetivo es satisfacer, en todos los casos, a nuestros clientes.

Educación y salud son términos propios de los días de diario, asociados a horarios, rutinas, disciplinas.

De acuerdo. Siempre y cuándo así sea. Pero, permitidme que analice someramente como estamos educando en alimentación a nuestros hijos los días de cada día.

Al mediodía los niños comen en la escuela, unos menús equilibrados y muy correctos, esto sí, pero muy sencillos –  por decirlo de alguna manera – desde el punto de vista organoléptico.

Por la noche, de lunes a viernes los padres vamos tan apurados de tiempo que no nos queda ni un minuto para dedicarle a la cocina, de manera que cuándo es la hora de cenar, lo «solucionamos» con cualquier cosa; porque, además del poco tiempo disponible, los nutricionistas nos recomiendan cenar ligero, por lo que algo a la plancha, un tomate aliñado y un yogur es suficiente para cumplir el protocolo de la cena.

El viernes empieza la sensación de libertad, y una pizza comprada, y engullida ante la televisión, es siempre bienvenida por toda la familia.

Podemos dilucidar, ante este panorama, que una excelente educación en alimentación basada en una dieta variada en sus nutrientes, un interés en el conocimiento de las materias primas y en el placer de descubrir matices organolépticos en cada uno de los platos, no es lo más habitual en nuestros domicilios.

Así, pues, llegamos a la conclusión que sería el fin de semana el momento ideal para dedicar las comidas y las cenas a educar el paladar de nuestros hijos. Y, es el restaurante, con todos sus recursos – materias primas escogidas, cocineros experimentados, osadía en la combinación de sabores – el espacio ideal para realizar esta tarea.

Pero, el restaurante nos ofrece muy pocas opciones para los niños: O el susodicho menú infantil o unas raciones considerables o unas propuestas excesivamente complejas para el paladar infantil, que no han estado expresamente diseñadas para ellos.

En definitiva, ante tal panorama, el menú infantil impera, toma protagonismo y va cerrando las posibilidades de aprendizaje gustativo en el niño.

¿Cuál es la solución? Difícil pero posible.

Es evidente que un solo restaurante no puede luchar al estilo «llanero solitario» contra los estereotipos y el rechazo palatal de los niños, ofreciendo menús tan poco usuales como el sugerido unas líneas antes.

La solución radica en trabajar en equipo, en iniciar una campaña común, general, en la que la mayoría de los restaurantes nos comprometamos a ofrecer un nuevo menú infantil, cuyo objetivo primordial sea despertar los paladares más exigentes: el paladar infantil.

El idílico menú infantil debería contemplar los siguientes aspectos:

  1. sabroso, delicioso, bien cocinado.
  2. equilibrado desde el punto de vista nutricional
  3. con introducción de nuevos sabores y nuevos alimentos, de manera «no traumatica», esto es, que sea suave y diseñado especialmente para los niños

El primer punto, y el más importante, que el menú infantil sea sabroso, delicioso y bien cocinado, parece obvio, pero es el que más falla. Los menús infantiles que se sirven actualmente en la mayoría de los restaurantes, aunque no podemos generalizar, por supuesto, no cumplen los citados tres aspectos, pero, sobretodo, no cumplen el primero, puesto que bajo la argumentación de que los niños no aprecian la comida, pocas veces están bien cocinados.

Aún así, vamos a ser optimistas, podemos hacer muchas cosas, hay un gran y arduo  recorrido por delante. Solo es necesario concienciarnos de que los restaurantes tenemos el deber de servir a la sociedad, lo que incluye un importante papel en la educación en alimentación de nuestros futuros clientes.