Los cuchillos hipster que unen oriente y occidente en el Raval barcelonés

Marijo Jordan

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El diseñador israelita Tomer Botner elabora originales piezas artesanas que están presentes en las cocinas de grandes chefs como Joan Roca y Oriol Castro. ¿Conoces su historia? En nuestra despensa cambiamos el producto por los cuchillos.

Foto de Florentine Kitchen Knives
Foto de Florentine Kitchen Knives

Dicen que el cuchillo es el alma de un cocinero, y por ello Tomer Botner ha querido elaborar los mejores. La ligereza, precisión y el original diseño de sus creaciones, con mangos hechos con discos de colores, llamaron la atención del sector gastronómico desde que colgó su primera pieza en Instagram hace 6 años, y hasta ahora no han cesado los encargos. Sus cuchillos están en las manos de chefs como Joan Roca, Oriol Castro, Paco Roncero y Nick Bril.

Nacido y educado en Tel Aviv, hace tres años eligió Barcelona para vivir y este verano ha abierto una tienda-taller en el barrio del Raval donde sus clientes pueden ver todo el proceso de fabricación de las piezas. Una producción de unas 600 unidades al año que podría aumentar en el futuro. Su marca, Florentine Kitchen Knives, toma el nombre del barrio de su ciudad, donde nació la idea. “Buscaba que mis cuchillos captaran la esencia de ese lugar bohemio y plural, lleno de antiguos pequeños comercios, donde vive gente joven y también gente mayor porque es barato, un poco como pasa en el Raval”, explica de la zona conocida como el Soho de Tel Aviv.

 Tomer Botner. Foto: Marijo Jordan
Tomer Botner. Foto: Marijo Jordan

Algo de esa esencia hipster se plasma en los aros de colores que forman las empuñaduras de sus modelos más reconocibles. Están hechas de materiales como tela, madera o resina en Albacete, las cortan en un taller barcelonés y las ensambla en su espacio de aires minimalistas, que ha diseñado junto al londinense estudio Gymnasium Design Office. “Quiero que sea un objeto de deseo pero a la vez me preocupa mucho su funcionalidad”, dice Botner, que señala la importancia de conseguir equilibrar todas las partes del cuchillo para hacer fácil su uso. “Hay que controlar muy bien el peso del mango y de la hoja, la cantidad del material que utilizas, la forma que toma…”, cuenta mientras muestra el primero que realizó en 2011 con filo acero de carbono, un material al que se le atribuye gran capacidad de corte. Ahora los tiene también de finísimo acero inoxidable, que en su taller afila gratuitamente a sus clientes en alguna de sus diez piedras, “simplemente por el placer de cuidarlos”.

Ese primer cuchillo fue su proyecto de final de carrera como diseñador industrial en el Shenkar College de Tel Aviv. Antes había empezado a estudiar Historia pero “no podía pasar tanto tiempo quieto leyendo, necesitaba trabajar con mis manos”. Lo realizó con material que sobraba en los diferentes talleres artesanos de Florentine, y le salió redondo. No solo porque aprobó sino también porque colgó fotos del proyecto en Instagram y el éxito fue inmediato. Le llamaron de países de todo el mundo con peticiones, y tuvo que explicar que aquello no estaba en venta.

Foto de Florentine Kitchen Knives
Foto de Florentine Kitchen Knives

Había tardado 8 meses en crear la pieza y le llevó 8 meses más producirla. Botner explica que necesitó entender lo que era pasar del papel a la fabricación, al negocio. Consiguió dinero vía crowfunding, ensamblaba piezas en el salón de su casa, buscaba talleres… “No me sorprendió tanto el triunfo como el hecho de que la gente estuviera dispuesta a gastarse 300 euros en un cuchillo que no podría tocar antes de comprarlo. Pero lo acepté y seguí”, cuenta.

El creador tiene muy presente al primer chef importante que creyó en sus cuchillos. Nick Bril lo contactó por Facebook para crear conjuntamente los que usaría para la carne en su precioso restaurante The Jane, en Amberes, y acabó vendiéndolos a la clientela, sorprendida por la estética y la calidad de unas piezas que conjugan culturas con estilo: “Creo que los colores y las formas son de Oriente y que los filos se adaptan a los cortes de Occidente”, apunta Botner, que trabaja mano a mano con su mujer, la diseñadora de moda Noam Blumenthal, y vende en tiendas de Francia, Holanda, Reino Unido, Suecia y también en EEUU.

Sus cuchillos los usan en hoteles internacionales como el Waldorf Astoria de Bangkok o el W de Amsterdam y también chefs como Christian Bau (tres estrellas Michelin en Victor’s Fine Dining en el castillo de Berg de Saarland de Alemania), Syrco Bakker y Sergio Herman (Pure C de Cadzand, Holanda) y la steackhouse de Detroit Prime and Proper. En cuanto a nuestro país, Joan Roca tiene uno en la cocina de su triestrellado Celler de Can Roca, «tengo uno cebollero que uso habitualmente; está muy bien hecho, tiene una medida estupenda para cortar todo tipo de cosas y un buen filo”, cuenta. Los chefs del dos estrellas Michelin barcelonés Disfrutar usan cuatro de sus piezas con mango de colores en la sala para cortar los ingredientes de un plato de médula de atún y queso fresco. “Tienen un buen corte, están afilados en piedra, y además de bonitos, son sólidos y duraderos”, cuenta Oriol Castro. Paco Roncero, gran coleccionista de cuchillos, también se enamoró de sus piezas por Instagram y ha comprado para su uso particular.

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Pero, ¿por qué Botner quiso hacer un cuchillo y no, por ejemplo, una cuchara? “Es uno de los primeros útiles que usó la humanidad y el utensilio más usado en una cocina, el lugar donde se prepara algo tan agradable como la comida”, explica el artesano de espíritu foodie. “Gasto dinero en comer bien, me interesa la gastronomía y cuando estudiaba trabajé en restaurantes. Fue algo natural que pensara en un cuchillo, es la extensión de tu mano… ¡todos tenemos uno!”.

Botner eligió Barcelona para establecerse porque se parece a Tel Aviv, una ciudad donde asegura que no resulta fácil llevar un negocio. Su local (Notariat, 7) se divide en dos zonas, separadas solo por puertas de cristal transparente. Del área de fabricación (dividida en 4 espacios) van saliendo las piezas que se exponen en una larga pared en la zona de tienda junto al mostrador.  La última parte del proceso de venta, el packaging, también es Premium-hipster: se coloca el cuchillo en una cajita de cartón a medida y se envuelve con un papel-poster donde están impresas las instrucciones de uso.

En su oferta hay tres tipos de piezas: el cuchillo para cortar sobre una superficie, el pelador para cortar con las manos y el de mesa. Hay diferentes tipos y colores, pesan de 80 a 200 gramos y los precios van de 85 a unos 335 euros, aunque el más caro llega a 450 euros. Tiene lista de espera y se pueden hacer pedidos personalizados. “Son ligeros y tienen un filo uniforme perfecto, vale la pena invertir en ellos porque a la larga lo barato siempre sale caro, y un cuchillo es una parte de tu corazón de cocinero”, dice la chef Cristina García del restaurante coreano San Kil de Barcelona, que ha descubierto la tienda gracias al boca a boca. “Si el cuchillo es bueno te da seguridad, ahorras tiempo y ganas precisión”.

Botner quiere fomentar la cultura, a veces poco implementada, de invertir dinero en un buen cuchillo. Renueva sus diseños cada año y busca siempre perfeccionarlos. “Si los usas cada día profesionalmente pueden llegar a durarte una década, y si lo tienes en casa lo podrán heredar tus hijos”. El diseñador espera que su niño de dos años aprenda la importancia de trabajar con las manos en un mundo dominado por el sentido de la vista. Y aunque controla a la perfección Instagram (cuelga imágenes de impacto como un tomate cayendo del cielo que se corta en dos  limpiamente sobre la afilada hoja del cuchillo), su filosofía es artesana. Las letras tatuadas en sus dedos donde se lee Hand Made lo dejan bien claro.