Comer con los ojos: sabores lejanos

La Gastronomía, así dicho, en su actual inconmesurable sentido, cada día que pasa ocupa más tiempo y espacio en la televisión, continuando en su imparable “proceso de futbolización”. Pero, no por ello, es más. En mi opinión esa imagen, esa representación del cocinar y el comer, se aleja cada vez más de la realidad que le sirvió inicialmente de modelo. Tres cuartos de lo mismo ocurre con las otras imágenes que la representan mediáticamente a través de nuestros teléfonos inteligentes. Pero, hoy por hoy, no podemos comer con los ojos. Esa es la terca verdad. No cabe comer tecleando tozuda y pasivamente a través del mando o el móvil en la mano. Zapear no es, por poner un ejemplo, sinónimo de tapear y nunca lo será.

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Por mucho que abramos los ojos, por muy exactas y fieles que sean las pantallas, por mucha calidad o realismo que tengan las imágenes, nunca dejarán de ser una producción audiovisual, una irrealidad que nos convierte, ante tales hechos retransmitidos, en meros observadores ajenos a lo que de verdad debería importar ante las cosas de la gastronomía: comer en vivo lo cocinado también en vivo. Eso y sólo eso es lo auténtico, lo otro es un fake. Sabores lejanos.

No es posible sentir la enjundia de un chuletón, la pesantez de un potaje, la volatibilidad de un volován, la golosidad de una torrija, la jugosa tersura de una cigala, la triscante firmeza de una gallineta frita o la cremosidad de una buena croqueta, mediante la mirada y la observación. No es posible. Sí que se puede disfrutar con ello e incluso babear, sin duda. Pero es, también sin duda, un disfrute platónico donde no intervienen los sentidos del gusto, del olfato ni del tacto, que son los propios y suyos, los imprescindibles del comer: lo real.

Lo auténtico del cocinar/comer es material, es la total inmanencia del apetito saciado. Acción efímera e irrepetible donde no cabe darle al “rewind” ni cabe volver a ver ni comer lo comido. Lo auténtico son los productos crecidos y desarrollados en sus respectivos hábitats materiales, trabajados humanamente en cocina y puestos ante uno para que nos los comamos: despensa, trabajo y acto de comer. Eso y no otra cosa es el mundo del comer; ese que está siendo sustituido por el mundo de la imagen y que, como nos descuidemos, terminarán por hacernos creer que es la realidad, pues las fuerzas mediáticas son insaciables, embaucadoras e imbatibles. El mundo del comer no es ya el mundo de la gastronomía, porque éste empieza a estar dominado por gentes que se alimentan de pantallazos e irrealidades, que conocen el reflejo de la comida pero no su carne y hueso, y que, por esa ingenua idealización adictiva, ya sólo saben comer con los ojos. Pero eso no es comer porque los ojos no mastican, ni es saber ni es sabor, porque no sabe a nada.