Escribe un blogger, cocinero, comentando «No pasa nada», el penúltimo post de Cristina Jolonch, «No pretendo nada más que hacer felices a mis clientes y sacar adelante mi negocio. (…) Michelín no te ayuda a ser más genial, te ayuda a ser más famoso.» Bravo por Rémy Léfevre. Ahora que, con toda lógica, las aguas están un poco más tranquilas, y que es tiempo de hacer pronósticos y planes para el 2009, puede ser buen momento para hacer reflexiones un poco más meditadas. 

Comparto cierta opinión que considera que el verdadero éxito tiene que ver con la propia conciencia del trabajo bien hecho, aunque para llegar a ese grado de sabiduría hay que haberse moldeado bastante el ego. En el caso de la restauración pública la mayor parte de las veces el éxito son tus clientes, si, además de darte parabienes, vuelven. Otras, no siempre coincidentes con las mesas llenas, el reconocimiento público llega con los premios. Convengamos que las estrellas, como las altas puntuaciones de cualquier otra guía con algún prestigio, representan éxito; el éxito «público» y con él, la fama. Pero el éxito es una cosa, la fama otra y la valía otra más. En una sociedad tan mediática como la nuestra, no se entiende el éxito sin la presencia en los medios. Admitámoslo, la mayoría de los que participan en el circo piensan que no eres nadie si no sales en los papeles y en las pantallas con cierta frecuencia. Eso explica, en gran parte, la auténtica razón de la tormenta de la pasada primavera. Hablo de aquellos que quieren notoriedad. Insisto, el trabajo bien hecho no tiene porqué verse reflejado en los medias. Porque la presencia mediática también da un halo de frivolidad que puede ser negativo, a no ser que pretendas sobretodo, ya digo, la fama. Pues bien, no hay mayor garantía para ser objeto mediático que ser un agraciado de la Michelín, especialmente en los medios generalistas; se entiende que los especializados se dirigen a un público conocedor.

Entonces ¿Quién va tan sobrado de seguridad personal para renunciar a todos esos reconocimientos que suponen las guías/LA guía? En su demoledor «Una Michelin de Disneylandia» Xavier Agulló califica la guía francesa «como de juguete. De cartón piedra. De señorita Pepis. La guía roja, para ser más exactos, nunca ha sido una guía gastronómica; en realidad ha sido siempre una simple guía de viajes, un listín telefónico». El post ha tenido la adhesión de varios bloggers alguno de los cuales, incluso, llama al boicot. Mal que nos pese y que nos duela la Michelín es, a pesar de su miopía, de sus estrecheces, de sus incomprensibles decisiones, de todas las guías, la más influyente en el mundo. Algún día alguien se atreverá a contar el peso que han tenido razones políticas y presiones privadas, para dar y quitar estrellas, sin las cuales es imposible entender el criterio ¿criterio? que la rigen.

De momento, es sabido que figurar de manera destacada en ella da mayor oportunidad, (no necesariamente garantía) de tener el restaurante lleno y en los tiempos que corren ¿Quién es el guapo que renuncia a tener «macarrones»? Si, ya sé, casos los ha habido y merecen todo nuestro apoyo por coherentes, pero en todos esos casos o renunciaban al éxito (público) o no estaban dispuestos a pagar el precio que perseguirlo y mantenerlo conlleva. La renuncia personal puede servir al que toma esa decisión; todo mi respeto para ellos, pero seamos consecuentes, o hay una toma de posición colectiva, de todos, o ese gesto torero, que es lo que pide el cuerpo, por muy digno que fuera no serviría para nada. Los gestos quijotescos son bien bonitos, pero, siguiendo con el símil literario prefiero Fuenteovejuna. Puede que hubiera quien tirara la primera piedra, pero ¿Y la segunda? , ¿Y la tercera…?