Gastromovidas

«¿Y ahora el alcalde va a inaugurar todos los restaurantes?». Esto comentaba una colega del mundo gastronómico, compartiendo extrañeza con otros asistentes (recién llegados de vacaciones o a punto de huir de la Meseta) en la multitudinaria inauguración en la Plaza Mayor madrileña de Casa María haca pocos días. Se trata de una «casa de comidas del siglo XXI» que luce placa en la fachada como las tabernas ilustradas de otros siglos, ofrecen platos de toda la vida de modo informal y digno y vinos decentes (sin superar los 35 euros). Es hermana de otra Casa María, que convive en Casa Palacio-Atocha 34 con el Alboroque de Andrés Madrigal. El regidor de la ciudad alabó esta apuesta como «ejemplo de excelencia».

Casa María
Casa María

Y los parabienes de Gallardón no eran una serpiente de verano. Madrid vive un esponjamiento castizo, como de que pasamos de la crisis o nos enfrentamos a ella tirando palante. En el entorno de la Plaza Mayor hay movimiento, un afán de glamurizar un entorno de atracción turística donde la tapa no es precisamente de fiar. Pero en los últimos meses en la zona triunfa el renovado Mercado de San Miguel (con la Boquería como referencia) y dos pasos más allá la tienda-restaurante Kitchen Stories. Hasta en las espaldas del mercado un café-tablao moderno, Las Carboneras, sirve con sus actuaciones de flamenco profesional comida que no se te atraganta con el quejío.

La gastromovida ha encarado el verano con ganas de que la gente, acostumbrada a echarse a la calle y a las terrazas, consuma con más alegría y salga más. Desde la primavera los restauradores se pusieron las pilas, con ofertas de menús urbanos, exprés o, sin más adjetivos, posibilistas. Mejor ajustar los precios y esforzarnos que tener las mesas vacías, reflexionaba el sector.

Se han producido traspasos, entre semana se notan vacíos… Pero los fines de semana hay llenos. No hay grandes descalabros ni tantos cierres súbitos como en otras ciudades europeas (aunque ya tenemos tristemente unas víctimas, los restaurantes Diablo Mundo y Memento). Los chefs aguantan el tipo. Y se arriesgan. Y les sale bien. Es el caso de Ramón Freixa, el otro acontecimiento preveraniego de Madrid, donde no abundaban las aperturas de restaurantes gastronómicos. Al barcelonés le ampara una cadena hotelera, y también en este paraguas se cubre el vasco Eneko Atxa, en el remozado Villamagna. Ambos ofician una cocina delicada, atrevida y con ganas, como esas ganas que los gatos (sí, los madrileños) tenemos cuando olemos un plato rico con el que relamerse, sea cultural o sea comestible. Y si se junta lo cultural y lo gastronómico, mejor.