¿Hemos de denunciar el gran exceso en el que ha caído la gastronomía española? A mí no me gusta tirar piedras sobre mi propio tejado, porque me gusta creerme el medianuncio “Yo no soy tonto”. Pero tampoco se puede pecar de buenísimo total y padecer lo impadecible tragando, tragando, sin decir ni pío ni pamplona. Por eso hoy debo, tengo, que denunciarlo: la moda de la gastronomía se ha puesto rolliza y pesadota, obsesa, mórbida y obesa.
Lo que fueron incipientes alicientes y excitantes movidas gastrós han terminado por alienar nuestras tragaderas, se han ido convirtiendo, muchos de ellos, en aburridos hábitos generalizados y éstos, a su vez, en alienígenas dislates inclasificables e insoportables. El sueño de lo gastró sí que genera monstruos.
El uso abusivo de la mayoría de los exquisitos y creativos tops de la vanguardia, que se desparraman como agua para chocolate, van camino de simples tics, de gags remedados que generan desapetencia y ardentía, depreciándose hacia la vulgarización y la costumbre popular malentendida y maltratada. Es decir, camino de la perdición. “Así es y así debe ser”, dirán, “hay que democratizar la gastronomía para que pase a ser del acervo popular, para que así se recicle en cultura gastronómica al alcance de todos”.
Sí, pero no. No estoy de acuerdo: no a cualquier precio. El concepto de moda no hay que diluirlo ni disimularlo en el de cultura: no debe servirnos la “moda cultural” ni debemos caer en su caldo de puchero light y sin chicha, corto y desaborido, que hace tabla rasa e iguala toda sabiduría. Me genera frustración e incomprensión esto de la forzosa y forzada moda cultural con la que se adereza hoy día las gastronomías.
En y con esta moda culinaria pa’rreventá se están cocinando cocinas ilegítimas, estereotipadas, faltas de autenticidad, copionas, brutas, mediocres y, por lo tanto, falsas. Y eso no es de mi gusto, no señor, pues lo esencial, lo principal y lo primero se reduce a la nada insípida, o, mejor dicho quizás, a la engañifa del todo goloso, al gusto generalizante y gocho de mil salsas guarrindongas y embotadas: gastrotontos de bote.
Sin embargo, en esta mi cacareada indignación, oigo un kikirikí y veo una cresta sobre mi calva que delatan mi pretensión de gallito del corral, de ridícula intención por mi parte de dictar el deber ser. Porque si lo pienso dos veces ¿no es más cierto que sin esa moda la gastronomía no empaparía en la masa social?, ¿no será más verdad que la moda es lo que la levadura al pan?, ¿no es esa moda lo que hace que la gastronomía suba, cueza mejor y se retroalimente?, ¿no es esa moda la que hará posible, el dios Pan no lo quiera, que en el futuro haya más fernanditoshuidobros redichos y petulantes que escriban perturbaciones como ésta que ahora leen?.
“¡En qué quedamos entonces Huidobro, campeón!, ¡no para usted de contradecirse, Míster!”. Pues no, puede parecerlo, pero no es así. Me explico.
Por un lado, me preocupa y mucho, la pechá de merluzos a los que se le llena la boca de gastronomía sin tener ni pajolera idea, me empacha el exceso expansivo en los incultos medios, me tocan las narices los paniaguados carotas que viven de la mamela teleculinaria pero no saben ni freír un huevo, etc, etc. Pero he de reconocer que cumplen su función de siembra y recolecta eficazmente.
Y por otro lado, me congratulo de que esta La Cosa Gastró no se quede allá en la cúspide, quieta e inerte, al alcance sólo de una escueta cuadrilla de vanguardia supertopeguay, custodiada por cuatro arrimaos comendadores, entre los que puede que me encuentre, encurtidos e impertérritos, que a la postre, nos volvemos conservadores represivos y guardianes de una ridícula pureza primigenia que sólo nosotros pretendemos conocer, entender y, lo que es aún peor, manejar.
Así pues, se trata, como casi siempre, de hacer compatibles los argumentos de una y otra mano cocinándolos con equilibrio y sapiencia. Hagamos posible entre todos, los de acá y los de acullá, amados y amantes del comercio y el bebercio, que esta benefactora moda no se pase, se quede al dente, nos aproveche y se perpetúe. Nuestro enemigo es, paradójicamente, lo efímero, el quedar demodé antes de que se cueza la pasta. Y hagamos también, al tiempo, crítica seria para controlar a los tumbaollas y remamagüevos que tanto daño hacen a la gastronomía y que hasta podrían, si se les deja, acabar con ella en su inconsciente fanatismo papanata. Sólo así haremos auténtica cultura gastronómica duradera.