Petrini y el producto

Tana Collados se refiere en su último artículo al gurú de Slow Food, Carlo Petrini. Hace poco lo entrevisté y me pareció un personaje interesante, aunque algunas de sus ideas sean, para mí, utópicas. Petrini ve la solución a casi todos nuestros problemas con el producto en la implantación de la agricultura ecológica, la reducción de los intermediarios y la compra en los mercados locales. Cuando él lo cuenta con el entusiasmo que lo caracteriza, todo parece fantástico. Pero al interlocutor le queda la duda de si sus métodos pueden servir para alimentarnos a todos –incluso a los que estamos sentenciados a vivir lejos del campo- y si es posible detener, como a él le gustaría, la gran maquinaria de la fabricación masiva de alimentos.
Creo que aún no estoy preparada para convertirme en la nueva consumidora responsable que propone el autor de “Bueno, limpio, y justo”. Y, la verdad, aunque busco en Barcelona verduras de calidad o frutas con sabor a fruta, reconozco que la mayoría de las veces acabo conformándome con lo mejor que puedo encontrar cerca de casa, que no es gran cosa. Pero hay otro aspecto que señaló el italiano en aquella entrevista sobre el que me parece que vale la pena reflexionar: La mitad de los alimentos que se producen en el mundo, dijo Petrini, se tiran. “¡Cuánto muerto viviente en nuestros frigoríficos!”, lamentaba el creador de Slow Food, invitándonos a un consumo mucho más racional y moderado. “Se tiran verduras, carnes, pescados, se tira de todo tanto en casa como en el restaurante y en los comercios”.
Yo, lo confieso, también soy culpable. Nunca calculo bien lo que me cabrá en el carro de la compra y suelo volver a casa cargada de bolsas y practicando acrobacias para no perder algún tomate o alguna zanahoria por el camino. Me gusta tener la nevera llena y a veces me olvido de que compré judías o lechuga que rescato arrugadas del cajón del frigorífico para llevarlas directamente al cubo de la basura. Pero otras veces me ocurre que acabo de adquirir un alimento y enseguida compruebo que su ciclo de vida parece haber sido programado para concluir en el mismo instante en que éste cruza el umbral de la tienda. En resumen, que muchos productos frescos de los que nos venden en el supermercado son una auténtica porquería.
Sinceramente, no creo que los cocineros lo tengan tan difícil como el común de los mortales para encontrar buena materia prima. Me dijo una vez Alain Ducasse que, por muy escasas que anduvieran las despensas del mar o del campo, para ellos siempre habría un espléndido pescado fresco o una verdura exquisita. Estos días estoy recorriendo diferentes puntos de España en busca de esa excelente materia prima por la que han apostado algunos productores que aseguran vender buenas carnes o buenas hortalizas y verduras y estar produciéndolas con el mayor respeto a la naturaleza. Algunos me dicen que cuentan con la complicidad y el entusiasmo de los chefs. Y otros confiesan que más de un cocinero con prestigio no sólo desconoce bastante el producto sino que, además, no está dispuesto a pagar el precio por la máxima calidad. Una ya no sabe de quién fiarse.