Durante mucho tiempo, pinot noir en Argentina fue una uva de culto reservada a pequeñas parcelas, vinificada en estilos discretos y destinada, en gran parte, a espumantes. Su reputación internacional como variedad delicada y exigente parecía limitarse a regiones frías de tradición centenaria. En las últimas dos décadas, un cambio de mirada y la exploración de nuevos terroirs la llevaron a expandirse por el mapa, revelando una diversidad de expresiones que hoy sorprende.
De Mendoza a la Patagonia más austral, de las sierras cordobesas al mar argentino, el pinot noir se ha convertido en una herramienta de exploración sensorial. Y aunque los estilos varían según la zona y la mano del enólogo, hay un pulso común que atraviesa casi todos los vinos: la fruta roja fresca como centro, una acidez vibrante que marca el paso y taninos finos, filosos, que estructuran sin dar peso.

Más allá de su diversidad geográfica, la variedad mantiene rasgos que se repiten en el país. La cereza ácida, la frutilla fresca y, en algunos casos, la frambuesa o la granada, aparecen como núcleo aromático. La acidez, firme y persistente, aporta una tensión que hace salivar y que, junto con los taninos finos característicos, define la experiencia en la boca. En vinos de altura o de climas fríos, la fruta se muestra más nítida, con un filo herbal y floral, y notas más cercanas a la tierra. En zonas más cálidas, el registro vira a lo dulce y maduro, con perfiles más redondos y suaves. Ejemplos como Cadus Appellation Tunuyán o Casa Yagüe Pinot Noir son dos caras de la misma moneda: uno con la energía vertical de Los Árboles; el otro, con la delicadeza etérea que da Trevelin.
El Valle de Uco, en Mendoza, concentra hoy algunos de los pinot noir más finos del país. Desde los 1.100 metros de Villa Bastías hasta los 1.600 metros en Gualtallary o La Carrera, la altura y el clima frío ralentizan la maduración, concentrando aromas y preservando acidez. Los suelos calcáreos, comunes en varias de estas zonas, aportan taninos más marcados y finales más secos. En este escenario, bodegas como Domaine Nico, Luca, Lagarde, Norton o Manos Negras elevan la vara, cada una en su segmento. Le Paradis, de Domaine Nico, plantado sobre cemento indio (tosca) a 1.500 metros, es un ejemplo de cómo el suelo y la altitud se combinan para dar vinos tensos, de taninos punzantes y profundidad frutal. Luca G Lot, por su parte, ofrece frutas rojas ácidas y hierbas en un marco bastante vertical.

La experimentación es otra constante. El uso de racimo entero es habitual, aportando notas herbales y un agarre más marcado. Zorzal Eggo Filoso, con un 95% de racimo completo y crianza en huevo de cemento, muestra jugosidad y frescura sin perder estructura. También se exploran maceraciones cortas, fermentaciones en barricas abiertas y crianza en vasijas de concreto para suavizar la extracción. Incluso en gamas accesibles, como Luigi Bosca Insignia o Zorzal Terroir Único, el estilo fresco y centrado en la fruta roja se mantiene.
En la Patagonia, el pinot noir se expresa con la claridad que da el frío y si bien los frutos rojos son su característica, a veces gira hacia costados más terrosos y de hongos. En San Patricio del Chañar o el Alto Valle de Río Negro, la fruta roja es más dulce, con taninos suaves y un perfil amable. Pero es en los extremos australes, como Trevelin o Sarmiento, donde la variedad alcanza un registro inusual. Ahí las condiciones son extremas: inviernos largos, veranos cortos, viento constante y suelos pobres. Otronia es un pinot de aromas especiados y terrosos, con una textura filosa y un misterio aromático difícil de encasillar. En Trevelin, Casa Yagüe Río Frío despliega frutas rojas ácidas, hierbas y un alcohol bajo que realza su ligereza. En todos los casos, la acidez es un eje estructural. Aun los vinos con crianza prolongada, como Barzi Canale de Humberto Canale, mantienen una frescura que los vuelve compañeros naturales de platos grasos y ahumados.
El mapa del pinot noir argentino se amplía. En Córdoba, proyectos como Slow Wines Sinapuro rescatan viñedos viejos de pinot nero plantados hace seis décadas en Colonia Caroya. En Calamuchita, Las Cañitas Vórtice combina hierbas y frutas rojas en un vino más bien jugoso. El mérito es doble: conservar frescura en climas húmedos y cálidos sin perder identidad varietal. En la costa atlántica, como en Insólito, de Bodega Puerta del Abra, el mar modera el clima, pero el estilo es distinto: fruta madura, textura suave y menos tensión, con una crianza que redondea el perfil.
El rosado de pinot noir, por su parte, dejó de ser un vino de “pileta” para convertirse en una categoría seria. Algunos productores trabajan con prensado directo y crianza parcial en madera para sumar complejidad. Otronia 45 Rugientes Rosé, por ejemplo, combina un color pálido con acidez vibrante y estructura tensa, mientras que Mendel Rosadía y La Florita ofrecen rosados de cuerpo y frescor, pensados para acompañar comidas. Incluso en gamas más accesibles, como Bodega Teho Flora Rosé o Weinert Montfleury Rosé, el perfil es claro: fruta roja fresca, ligereza y acidez jugosa.
Otro es el caso de los espumosos. Ahí el pinot noir brilla en la base de los grandes espumantes argentinos. En blends con chardonnay, aporta estructura y cuerpo; en blanc de noir, suma delicadeza frutal. Alma 4 Phos, desde La Carrera, es pura fruta y burbuja suave; El Relator El Favorito combina cremosidad y frescura con casi tres años sobre lías. Rutini Antología LXX demuestra cómo un pequeño porcentaje de pinot cosechado temprano puede aportar nervio y longevidad a un vino de alta gama. En Patagonia, Otronia Espumante Rosé confirma que incluso en climas extremos la frescura puede resistir largas crianzas sobre lías sin perder filo.

Hoy, el pinot noir argentino se mueve en dos direcciones complementarias: por un lado, la búsqueda de precisión y tipicidad en regiones frías y de altura, donde la uva desarrolla tensión, acidez y un perfil más clásico; por otro, la exploración de estilos menos convencionales, que incluyen fermentaciones con racimo entero, vinificaciones oxidativas y combinaciones con otras variedades para sumar capas aromáticas.
La diversidad de expresiones es también un signo de madurez: desde un Norton Altura de fruta pura y tanino filoso hasta un Otronia de misterioso especiado; desde la nitidez floral de Zorzal Gran Terroir hasta la suavidad de Malma Family Reserve. La variedad ya no es una nota al pie en el panorama, sino un capítulo propio, con identidad consolidada. El pinot noir dejó de ser una curiosidad para entendidos: Hoy su mapa se extiende y expone diversidad. En Mendoza gana filo y verticalidad; en Patagonia se viste de especias, viento y frescor austral; en Córdoba y la Costa, se adapta con ligereza y suavidad. En rosados y espumantes, despliega otra de sus tantas facetas. La clave está en que, más allá del estilo, hay un consenso implícito: la frescura no se negocia. Esa acidez, esas frutas rojas vivas y esos taninos finos pero presentes, son el hilo conductor de un pinot noir argentino que, en todas sus formas, ha encontrado una voz.