Escena. Un curioso local que podría ser o es un pub o bar de copas de los años ochenta en el que las normas de la casa establecen por escrito que está prohibido hablar muy alto: «Este es un bar musical». Una autentica reliquia de las que ya no quedan: música guitarrera, absolutamente pre-reguetonera, videoclips de grupos que fueron grandes cuando el hombre llegó a la luna, el pibe-dios en pantalla haciendo de la suyas con la camiseta albiceleste y algunos WHS de aquellas ‘Joyas del cine erótico’ que regalaba el Interviú por encima de las estanterías. Cocteles con nombres políticamente incorrectísimos en esta década y miles de guiños a los que vivimos la caída del muro de Berlín.
Un prestigioso cocinero catalán, uno de los mejores y más necesarios de su oficio, también uno de los más más serios, de los de mucho fogón y poca pantallita, está en el centro de la escena rodeado de nuevos y viejos amigos. Ríe, disfruta y charla animadamente sin mirar el reloj. Lo que pasa en El Rana, se queda en El Rana.
Días después el cocinero explica en catalán a otro amigo del gremio lo acontecido aquella noche: «Nen, lo millor dels tres díes. ¿Sabes qué pasa? Que hace años que los cocineros estamos madrugando para ir al gimnasio y nuestro lugar natural son los bares de madrugada».
La anécdota me dispara la sonrisa, la complicidad, y pienso que, como hacía Sabina cuando era más joven, ese sucedido se merecía esta canción, digo artículo. Así que aunque el verano no ha hecho temblar las cajas registradoras como solía y lo del personal sigue estando regular, hoy dedicamos este comino humorístico a los aliados de la noche.
Igual es envidia cochina, lo reconozco, pero cuando los veo todos tan finos y en forma pienso en las vidas largas que tendrán, pero lo aburridos que algunos se están volviendo. Solo se sueltan el pelo en efemérides señaladas y a menudo con una euforia tan desatada como falsita. Los canallitas de raza, los disfrutones consecuentes con el don que les fue dado, van desapareciendo como los canapés en una boda de los cincuenta. Quedan algunos ejemplares en las montañas del Norte, algún urbanícola irrecuperable con cámara y sombrero y los del salero por influjo de la albariza. Pero la mayoría tiene más horas de gimnasio que de parrilla. Para la mayoría la nocturnidad, en todo caso, suele ser laboral y pocas veces disfrutona. Eran seres de la noche que ahora aman madrugar… o eso dicen en público.
Estética y salud
Si hacemos caso a Maximo Bottura la mitad más uno de los cocineros contemporáneos no son gente de fiar. Los presentes recordarán aquel libro que tituló: ‘Nunca te fíes de un cocinero italiano flaco’. Aquí y ahora el que no ha corrido al menos una media maratón es un proscrito. Uno me dijo aquello de que quería estar fuerte para aguantar los servicios, como si ahora los cubriese él solo, le durasen doce horas y diera ochenta al mediodía y otros tantos en la noche… o para salir guapo en el ‘insta’, le dije yo. Disfruta de tus barritas, nen. Hoy en día está flaco hasta David de Jorge.
Hasta hace unos años esa cruzada por la talla M tenía su mérito. Había que cerrar mucho el pico, comprar zapas de 150 pavos y darle a la bicicleta estática como un poseso. Ahora ya ni eso. Anoche me encontré con otro irreconocible del sector y ante mi sorpresa me dijo que bueno, que mucho esfuerzo, que dejar de comer, que mucho deporte… Me reí para adentro. En los tiempos canallas le hubiera dicho que me enseñara los brazos o los pies para ver en dónde se pinchaba. Con lo caro que es tener un buen michelín a fuerza de ostras y de magras con tomate como para quitártelo de una con uno de esos jeringazos del Ozempic o sus competidores ultraadelgazantes. Aquí nadie se pincha, claro, pero los laboratorios no dan a basto a producir. La información buena ya no es quien te pasa cositas ricas, sino qué doctor te hace la recetita de marras sin preguntar.
Yo se que la flacura en esta sociedad postmoderna es mucho mejor en todos los sentidos: salud, estética, etc… pero ya verán como haya que entrar en los refugios antinucleares a ver quién aguanta mejor, ahí sin reservas, enganchados al nuevo pico. Que algunos pillan más rebotes que Epi y Michael Jordan juntos.
Son mis amigos y les tengo mucho cariño, qué le voy a hacer, pero a veces echo de menos aquel punto descarado que tenían cuando todo era más imperfecto y más vital, cuando las noches eran más cortas y los servicios duraban lo que tenían que durar y nadie les hacía tanto caso como ahora. Ahí asumo mi parte de culpa porque me paso el día cantando sus alabanzas.
Ahora, en pleno ataque de nostalgia, me acuerdo de aquella canción con la que cantaba la Sole de Presuntos Impicados «Ah!, cómo hemos cambiado / cómo hemos olvidado aquella amistad». Y termino aquí esta canción, digo artículo, dedicada al visionario colega catalán que el otro día le dijo a su amigo: «¿Sabes qué pasa? Que hace años que los cocineros estamos madrugando para ir al gimnasio y nuestro lugar natural son los bares de madrugada».