Si en el mundo del vino hay quienes hablan de terroir, de suelos graníticos o calcáreos, de levaduras indígenas y manejo del oxígeno, César Lupo, que no los ignora, habla de intención, de equilibrio universal, de reconciliación. Todo eso, además de excelentes vinos, late tras ‘5ta Dimensión‘, su proyecto vinícola.
La idea, o su misión, se gestó durante una caminata entre Portugal y España. Acababa de terminar una pasantía con un capo del vino en Castilla y León, y con su mochila ligera y 50 kilómetros por día bajo los pies, buscaba la respuesta a preguntas existenciales: quién soy, qué hago acá, adónde voy. “Creo que hay libre albedrío, pero que detrás hay un plan para cada uno. En ese momento vi que tenía que estar donde estaba y que tenía que hacer algo con esto”.
Su confusión en 2019 tenía sentido. Había estudiado varias carreras, todas en Chile y con muy buenas notas. Primero, traducción; luego, hotelería y turismo. Hasta España, lo había llevado una práctica de su tercera carrera; técnico en enología, que estudió en el Campus Colchagua de la Universidad de Talca.
Al vino llegó al hacerse cargo del enoturismo de una viña precisamente en Colchagua. Fue gracias a un amigo y colega que se había inscrito en la carrera de técnico en enología, cuando le pareció buena idea seguirle y así hacer algo constructivo en sus tardes libres. Combinado las visitas turísticas en las mañanas con el aprendizaje científico del vino en las tardes, logró un maridaje perfecto; uno que sacaba los mejores comentarios en TripAdvisor. Hasta que tocó techo. Entonces, decidió tocar puertas para hacer pasantías elaborando vino. Llegó a las mejores manos y las más exigentes. En un solo año, cuenta Lugo, llegó a ser parte de tres vendimias entre Israel, Oregón y Mendoza. De las tres, recuerda Riccitelli, en Mendoza: “La sufrí pero aprendí. Hicimos malbec de distintos estilos, en fudres, huevos, concreto, acero inoxidable… casi tiro la toalla, pero no podía ganarme un argentino”, cuenta entre risas.

Fue de vuelta en casa y en plena pandemia cuando terminó de armar el rompecabezas. Se dedicó primero a ayudar en la enología, luego en las ventas del proyecto Clos des Fous, de Paco Leighton. Finalmente, en 2022 comenzó en paralelo, sin ser competencia sino sinergia, a hacer ‘5ta Dimensión’. Eran sus propios vinos, su propósito.
No es la primera vez que alguien abierto a las energías del universo intenta trascender con sus vinos, lo he visto antes; más allá por supuesto de los fantásticos vinos que realizan los productores biodinámicos, con las fases lunares y energías invisibles como centro. Sí, es la primera vez bajo la mirada hippie-holística, sin certificaciones, que me encuentro con vinos serios, sobresalientes.
Lupo describe sus vinos con el hilo conductor de la armonía y el equilibrio, y no puede tener más razón. Yo sumaría un carácter que me gusta mucho en los vinos: los factores frescura, jugosidad y facilidad de ser bebidos. Ello, a pesar de reflejar entre sus diferentes líneas de precio estilos muy diversos. Desde los más jóvenes y simples en la línea de entrada, Frecuencia, hasta en sus vinos más complejos, con algo de guarda en madera en la línea Lattie (palabra que significa red de energía).
En busca de una Frecuencia alta
Ninguno de los tres vinos de la línea Frecuencia tiene guarda en madera. No por ello sus torontel, país, cinsualt y carmenere adolecen de carácter o energía. Para ello, al igual que con todos sus vinos, Lupo comienza el proceso de fermentación en tanques abiertos junto con piedras de cuarzo rosa en el fondo, que recoge de los mismos viñedos. “Los pongo para que la microbiología se sienta acompañada de energía bonita. La piedra no es aroma; es frecuencia. Antes las energizo al sol, las intenciono”, explica.
Una vez que el vino ha fermentado, los cuarzos se sacan de los recipientes. «Sería muy complicado ponerlos dentro de cubas cerradas o en las barricas de madera».
La idea de conectar las uvas y su vino con las piedras energizadas nació de sus lecturas sobre gemoterapia durante la pandemia. A estas lecturas sumó muchas más: neurociencia, vibración cuántica, los estudios de Masaru Emoto, y libros de la chilena Fresia Castro, creadora de un método de activación de la glándula pineal.
“Si la tercera dimensión», explica Lupo, «se refiere al mundo físico y es dualidad; la cuarta es el puente. Nos empezamos a cuestionar, meditamos, empezamos a entender que los pensamientos crean realidad. La quinta dimensión es el nivel de amor, la unidad, y la conexión. Se dice que vibras en frecuencia más alta, donde entiendes que todo está interconectado”.
Como Lupo leyó de Masaru Emoto la influencia de la intención de las palabras en los cristales de hielo y en el agua, los recipientes donde guarda sus vinos están siempre acompañados de palabras de cargadas de intención. Eso sí, «obviamente, sin perder nunca el rigor técnico», aclara.

En las barricas donde guarda su siguiente línea de vinos, Lattice, con un País y un Cabernet Sauvignon más complejo, se leen palabras como «felicidad», «honestidad», «generosidad»… Y para que no los abandonen nunca en su camino hasta nuestras mesas, el corcho que los sella en sus botellas lleva escrito «amor, sabiduría y poder».
Lupo sabe que no todos los que se acercan a sus vinos en ferias están interesados en ese relato. No intenta convencer a nadie. “La información es para todos, pero no para todos al mismo tiempo”, concede.
A quien no le interesa la intención, Lupo le habla de terroir, barricas y cepas; una selección de uvas, por cierto, que compra a pequeños viñateros del Maule e Itata. Pero tiene claro su propósito. “Creo firmemente que somos energía pura, infinita, atemporal, que venimos de una energía inagotable que algunos llaman dios. Somos chispas de esa energía universal, y cada persona trae un talento. Yo decidí usar el vino como canal”.
Transformar la relación con el vino
El vino, para César, es también reconciliación. Su padre tuvo una relación difícil con el alcohol. “Tal vez estoy transformando un elemento que genealógicamente hacía daño y que me toca a mí cambiar», dice. También busca el cambio desde gestos cotidianos: «saludar al que hace la limpieza, ceder un asiento en el metro, honrar la gratitud. No puedes cambiar el mundo, pero sí tu entorno”.
Pequeñas producciones, gran convicción
Su producción es mínima: unas 700 botellas de la blanca criolla torontel, un millar de botellas de las demás referencias, y barricas únicas para las etiquetas más especiales que aún no salen al mercado, como Arquetipo País, Conexión Cinsault y la mezcla tinta Creador del Universo.
Su idea en el futuro es vender los vinos con las piedras que los acompañaron: cuarzo rosa para el país, amatista para el carmenere, citrino para el torontel, aguamarina para el cinsault… Mientras en Europa observa apertura a estos discursos, siente que en Chile está plantando semillas. “A alguien le toca empezar. Yo solo lo traigo al vino. Y si a alguien le sirve, ya valió la pena”, reflexiona.
