Reproducimos este interesante artículo publicado en «Público» por el prestigioso antropólogo y arqueólogo Eudald Carbonell.
Decir que el fuego cambió la suerte de los antepasados del Homo sapiens no es ninguna novedad. No fue sólo por la luz, que les protegía de los posibles depredadores, ni por la cohesión social que experimentaron al desarrollarse sus actividades en torno a la hoguera. El fuego, además, les permitió cocinar y mejorar su alimentación, lo que tuvo consecuencias positivas y directas en la reproducción y la supervivencia de la especie. Un estudio de la Universidad de Harvard que publica hoy la revista PNAS va más allá y consigue identificar los primeros cocineros. La investigación corona al Homo erectus como el primer antepasado que mejoró notablemente su dieta gracias al uso del procesado de alimentos. Se podría decir que, según el estudio, la cocina nació hace 1,9 millones de años en África, a manos del Homo erectus.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores empezaron por comparar el tiempo que invertían en comer tanto humanos como primates. El resultado fue que los humanos dedicaban el 4,7% del día a comer cuando, de acuerdo con su filogenia y su masa corporal, deberían dedicar un 48% de su tiempo. Los científicos asumieron que la diferencia entre lo teórico y lo real se debía al avance en la cocción de alimentos que, se sabe, permite una mayor ingesta calórica con menor cantidad de comida. Este hecho, a la larga, se traduce en que el tiempo invertido en comer es mucho menor porque, con menos ingesta de comida, la sensación de saciedad es mayor.
Pero lo que los investigadores querían saber es cuándo sucedió este cambio, en qué momento de la evolución los primates decidieron comenzar a cocinar los alimentos y a modificar sus costumbres alimenticias. Una cosa estaba clara: fue tras la separación de los chimpancés. «Hoy en día, no hay ejemplares de chimpancés que modifiquen los alimentos. Además, estos siguen invirtiendo un 37% del día en comer», explica Chris Organ, uno de los científicos de Harvard que firma el estudio.
Para buscar al primer cocinero del mundo observaron y compararon rasgos morfológicos como el tamaño de los molares, la mandíbula y el intestino de primates no-humanos, humanos y 14 homínidos extintos. «Cuando la comida está procesada es mucho más blanda y la necesidad de unos dientes grandes y una mandíbula robusta para triturar el alimento es menor. El intestino también disminuye de tamaño porque las digestiones son más ligeras y necesitan menos recorrido», cuenta Organ.
Con todos los datos obtenidos, realizaron un estudio filogenético. Esta clase de investigación se utiliza para ver si existe una asociación entre un comportamiento y un rasgo. Dicho de otro modo, pretenden identificar la evolución de los rasgos y ver si están causados por una adaptación al medio. El estudio filogenético de la Universidad de Harvard debía responder si había o no relación entre el tiempo gastado en comer (un comportamiento) y la disminución de la mandíbula, los molares y el intestino (los rasgos anatómicos) y aún más, si esta relación era progresiva a lo largo de los linajes. El resultado final fue que había un linaje en el que el tiempo invertido en comer y el tamaño de los molares eran verdaderamente excepcionales comparados con otros primates. Y esta rareza se observaba al principio del Pleistoceno (entre 2,5 y 1,8 millones de años atrás), fecha que coincide de pleno con el Homo erectus. Ciñéndose a los resultados, el Homo erectus es el homínido que presenta los molares y la mandíbula más pequeños en proporción con el tamaño corporal que tiene. Los investigadores consideraron que este cambio tan abrupto, que se sale de la relación entrela proporción craniodental y la evolución del tamaño corporal, tenía que explicarse por adaptaciones en el procesado de los alimentos.
Mente sana en cuerpo sano
Para el investigador de Harvard, la cocina y la inteligencia están relacionadas. «No se trata de que fueran inteligentes y por eso cocinaran. Más bien es al contrario. Nuestras hipótesis apuntan que las calorías extras que se consiguieron al cocinar permitieron al cerebro desarrollarse, ya que el tejido cerebral requiere mucha energía para funcionar bien», asegura.
La relación entre la inteligencia y la alimentación existe también para María Martinón, paleoantropóloga del Centro Nacional de la Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH). Pero, a diferencia de Organ, para ella, el desarrollo de la inteligencia tuvo que ver con qué comía el Homo erectus y no con si cocinaba o no los alimentos.
Según cuenta la paleoantropóloga, lo que causó la mayoría de los cambios en estos primates fue la introducción de la carne a su dieta. «Las proteínas son mucho más eficientes, aportan más energía, de modo que pudo empezar a invertir la que le sobraba en desarrollar el cerebro», explica.
Para la científica española, el estudio no demuestra que los cambios morfológicos del Homo erectus se deban a algo más que a la dieta. «Se sabe que cuando estos primates comenzaron a comer carne se produjo una reducción del tracto digestivo y menos necesidad de estar constantemente comiendo por el aporte energético de la carne».
La gracilidad de las mandíbulas y los molares pueden estar asociados, según la investigadora, al uso de herramientas. «El Homo erectus utilizaba utensilios para separar la carne de los huesos. Estos aparatos pudieron ser los responsables de que unos molares grandes dejaran de ser tan necesarios», explica, aunque Martinón insiste en que «no todos los cambios son adaptativos», ya que «se pueden encontrar poblaciones con rasgos anormales sin que tenga un significado ecológico. Puede deberse a la deriva genética».
Si hay fuego, hay cocinero
El estudio que publicó PNAS no hace ningún guiño a si el Homo erectus utilizaba o no el fuego. Para Martinón, sin embargo, la prueba irrefutable de que el homínido cocinaba es la demostración de que lo utilizaba. «En Atapuerca encontramos una población pre-Neandertal, con los dientesextremada y extrañamente pequeños. Pero nunca dijimos que fueran cocineros, porque para eso se necesitan más evidencias como, por ejemplo, encontrar restos de hogueras en sus poblados».
Eudald Carbonell, codirector de Atapuerca y director del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES), no duda de la credibilidad del estudio. «Se sabe que el Homo erectus utilizaba el fuego, así que no veo por qué no podía cocinar», afirma.
Pero el fuego no se utilizó de manera habitual hasta hace 500.000 años, una fecha muy posterior al entre2,5 y 1,8 millones de años en los que se observan los cambios del estudio. Este dato enturbia la hipótesis estadounidense, pero Carbonellconsidera que el debate es otro. «La cuestión es si el Homo erectus era capaz de crear fuego de manera artificial o si solamente podía aprovechar el que se producía por fenómenos naturales, como un rayo, por ejemplo. Pero sí que lo utilizaba».
«Decir que los cambios que se han producido en la morfología y las costumbres del Homo erectus se deben a que cocinaba es muy arriesgado», opina Martinón. Con todo y con eso, la investigadora se muestra optimista y apoya la investigación en este campo. «Me gusta que se sigan aportando hipótesis sobre cómo fue la historia de nuestrosantepasados», concluye.