Mientras la tormenta Claudia se enseñoreaba del Sur de la isla de Tenerife el pasado jueves 13, con unas lluvias pocas veces vistas por esos pagos, en el Norte, concretamente en la capital, Santa Cruz, se producía algo parecido al milagro de las Bodas de Caná y el agua que, en teoría, iban a descargar unos negros nubarrones acabó convertida en vino por obra y gracia de Island World Summit, encuentro para profesionales dedicado a los vinos insulares y preludio de un ambicioso congreso internacional previsto para el próximo mes de junio.
Bodegueros, enólogos, sumilleres, distribuidores y periodistas se dieron cita en una intensa y muy fructífera jornada que se desarrolló en el Hotel Mencey para asistir a un programa pergeñado por el Master of Wine zaragozano Fernando Mora, quien ofició como maestro de ceremonias y dejó las claves del viñedo tinerfeño, el vulcanismo, el mar y los vientos alisios, que se traducen en “tensión, salinidad, mineralidad, energía y acidez”

A continuación, y acompañado por varios de los más prestigiosos vinateros tinerfeños, como Roberto Santana o Borja Pérez, el sumiller canario Rodrigo González planteó un ilustrativo recorrido por las seis denominaciones de origen de la isla, con salida en el norte, en Taganana, prácticamente al nivel del mar, y meta en el Sur, en Granadilla de Vilaflor, a 1.700 metros de altitud.
Un periplo que tocó las seis denominaciones de origen de la isla (las cinco propias, Tacoronte-Acentejo, Valle de la Orotava, Ycodén-Daute-Isora, Valle de Güimar y Abona, más la genérica Islas Canarias, compartida con el resto del archipiélago) para demostrar la tremenda diversidad de sus vinos, tanto blancos como tintos, desde algunos profundamente yodados y austeros hasta otros especiados y rotundos, rebosantes de umami. Todos ellos, eso sí, caracterizados por la omnipresencia del carácter volcánico del terruño y la consiguiente mineralidad.
Precisamente la definición de ese algo tan intangible y, sin embargo, tan presente en los vinos tinerfeños como es la mineralidad fue uno de los grandes retos de la jornada. El sumiller y científico canadiense afincado en España François Chartier, toda una institución en la enogastronomía gracias a sus armonías moleculares, se preguntaba si es mito o realidad, para contestarse que es “una construcción multisensorial que nace de los contrastes. Es, antes que nada, una percepción, una sensación”.
Por su parte, Luis Gutiérrez catador para The Wine Advocate en España, Portugal y Jura, explicaba que “la mineralidad es algo que se nota sobre todo en la textura de los vinos. Es obvio que las piedras no tienen sabor pero, con un poco de entrenamiento, se puede reconocer, a través de la textura, si un vino procede de un suelo calcáreo, de granito o arcilloso”.
Gutiérrez fue el encargado de dirigir la “Gran Cata Internacional de Vinos Insulares” que, partiendo de la Isla de Pico en las Azores, tocó puertos en La Palma, El Hierro, Porto Santo (archipiélago de Madeira), Sicilia y Mallorca para poner en blanco sobre negro lo complejo que es elaborar vinos insulares, fundamentalmente por cuestiones climatológicas y orográficas, y resaltar las muchas similitudes y las profundas diferencias de una ínsula a otra.

Para terminar a lo grande, Gutiérrez se había guardado un as de oros en la manga: los asistentes tuvieron la oportunidad de catar un Torre Bela Terrantez de la isla de Madeira elaborado en 1860. Un vino que, a sus 165 año, compareció lleno de vida, vigor y energía, perfectamente bebible y disfrutable, con, obvia e inevitablemente, una acidez volátil elevada, notas oxidativas y mucha concentración, pero también con frescura y agradables toques dulces y salinos. Intenso y con un posgusto casi eterno, es una experiencia dizque irrepetible que será difícil de olvidar.
Finalmente, el sumiller (Monvínc y Alkimia) y distribuidor de vinos (Ithaca Wines y Soulwines) catalán Bernat Voraviu, abordó “Un Mar Interior. El Mediterráneo Como Puente” que, como su título indica, se enfocó en el Mare Nostrum de los romanos. Feliz revlación los blancos de las islas griegas Creta y Santorini, elaborados con las castas autóctonas vidiano y assyrtiko. Curioso el juego de ver cómo una de las uvas de moda en España (bueno, y en el resto del mundo), la garnacha, se comporta tanto en Sicilia (donde se denomina grenazzu) como en Cerdeña (cannonau). Y, por último, un extraordinario dulce de solera de Samos sirvió para entender por qué, históricamente, en esta isla griega se elaboraban algunos de los vinos más caros del mundo.
Y así, más que brillantemente, discurrió el Island Wine Summit de Tenerife que, no lo olvidemos, ha sido sólo un aperitivo de lo que llegará a la isla canaria en primavera de 2026. Y que, visto lo visto, pinta más que bien.
