Calmaban la sed y quitaban el frío de pastores y viajeros desde la época romana. Aquella piel de cabra impermeabilizada con pez –resina cocida y destilada– era mucho más querida y útil que el mejor bolso de Loewe. Hoy corren riesgo real de pasar de las romerías a los museos.
Un redivivo Steve Jobs sale al escenario y habla de un revolucionario recipiente elaborado con materiales naturales y fácilmente reciclables, sostenible puesto que aprovecha sustancias y productos que se desechan en las producciones de otros objetos, flexible, ligero, apto para el uso al aire libre e ideal para fomentar la socialización de los humanos. Jobs aprieta el pulsador y en la pantalla aparece girando sobre si misma una bota engrasada, suave, cálida, amoldable al cuerpo, bien llena de tinto y mistela. ¿No correríamos a comprarla?
Coincidí en Valdepeñas con Antonio Fresneda, uno de los últimos artesanos en España que mantiene la tradición y las fabrica como hace siglos, tal y como aprendió con su padre, Manuel, ya fallecido, auténtico maestro y patrón de la Botería Fresneda. Su oficio parece de otro tiempo y sus cálidas y acogedoras botas de otra galaxia.
Sobran dedos en las manos manos para contar los artesanos que continúan esta labor, casi todos vinculados como Valdepeñas a territorios vinícolas, como La Rioja, Navarra, Huesca o Burgos. Va siendo hora de reivindicar la bota, de rescatarla como a los linces antes de que sea demasiado tarde. Que no se nos baje la pez al culo, no seamos de nuevo tan gañanes de dejar morir un objeto mágico que, por cierto, cuesta muchísimo menos de lo que vale.